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Cuando el documental terminó, Dinamarca ya se veía mucho más feliz. El danés abrazó con fuerza a Canadá y le dio un beso en la mejilla con timidez. 

Denmark, ¿Quieres quedarte a cenar?—Preguntó USA, desde el lado izquierdo del Danés, con una sonrisa, acariciando los mechones que caían por la frente de Dinamarca. Éste tan sólo sonrió, feliz. Ya casi se le había olvidado lo que había ocurrido en la playa con su fila de conchas, caracolas y piedras. 

Dinamarca asintió enérgicamente.

—¡Vale!—Respondió, muy contento de quedarse allí. Tanto Canadá como USA le caían muy bien, y estaba seguro de que Bélgica y Países Bajos, sus dos compañeros de piso estarían muy contentos de que cenase con los dos americanos.

Canadá sonrió y se levantó del sofá. Después, miró al danés. 

—¿Qué quieres hacer ahora?—Preguntó el canadiense, mientras USA le miraba con una sonrisa desde el sofá, en una postura algo rara, que a Dinamarca le parecía incómoda, pero en la que el estadounidense parecía estar muy cómodo. 

—¡Quiero hacer una fila larguísima con todo lo que encuentre!—Decidió el danés, levantándose también. Miró a Canadá, muy sonriente.—¿Quieres ayudarme?

El canadiense le miró con ternura y asintió. Miró a su hermano, quien no se había movido del sofá. USA alzó una ceja, justo antes de que su hermano hablase.

—¿Quieres participar tú también?—Preguntó su hermano. Estaba seguro de que iba a ser muy divertido si participaban los tres. USA se levantó del sofá y les miró. Negó con la cabeza  justo antes de sonreír.

—No. Se me ha ocurrido una idea—dijo, pasando por delante de Dinamarca, con una sonrisa, dirigiéndose hacia la puerta. Se giró hacia los dos países tras abrirla. Miró en especial al danés.—Ahora vuelvo.

Después, desapareció a toda prisa, cerrando la puerta tras él con algo de brusquedad.

Tanto Canadá como Dinamarca se quedaron quietos, muy intrigados por lo que fuese que se le hubiese ocurrido al estadounidense. Fuese lo que fuese, no se quedaron parados por mucho tiempo. Enseguida, Canadá llevó al danés hasta su habitación, donde comenzó a rebuscar en sus armarios y otros sitios. Por algún lado se tenían que encontrar sus antiguos juguetes.

Tras algunos minutos de búsqueda, bajo la mirada atenta de Dinamarca, el canadiense logró recuperar algunos de sus juguetes de cuando era un niño. Sonrió al verlos, sintiendo mucha nostalgia. Los había utilizado mucho cuando era pequeño. Y ahora los iba a usar con Dinamarca, alguien a quien amaba y adoraba más que a nadie. 

El europeo sonrió plenamente al ver que Canadá había conseguido lo que buscaba. 

Salieron de la habitación y se sentaron en el suelo. Entonces, el canadiense dejó en un montón los juguetes, y en milésimas de segundos, Dinamarca ya estaba colocándolos uno detrás de otro para formar una fila. 

Era adorable. 

. . .

—¿Quién es?—Preguntó Alemania, echando un vistazo al móvil de Rusia, quien leía un mensaje que acababa de recibir en ese mismo momento. El ruso ni siquiera apartó su mirada de la pantalla, concentrado en leer.

—Es ONU. Puedes leerlo en tu teléfono si quieres, nos ha mandado uno como este a todos.—Explicó el soviético. Alemania alzó una ceja y encendió su teléfono, para comprobar si lo que decía su pareja era verdad.

Era cierto. En su teléfono también aparecía un mensaje por parte de ONU, y era exactamente el mismo que el que le había mandado a Rusia. Lo leyó en silencio durante algunos minutos.

El texto decía que ONU había organizado unas vacaciones en América para tomarse un descanso durante una semana, y que todo aquel que quisiese participar debía decírselo antes del día siguiente.

Cuando Alemania terminó de leerlo, miró a su pareja. Éste parecía tan sorprendido como él. ¿Desde cuándo ONU organizaba vacaciones para ellos?

Pero, de todos modos, ambos pensaban participar. Llevaban mucho tiempo sin ir de vacaciones y por lo menos en el lugar donde iban hacía calor.

Alemania escribió de inmediato a ONU, diciéndole que deseaba ir de vacaciones a América con él. Añadió también algunos detalles, como que le gustaría compartir habitación con Rusia.

El soviético escribió exactamente lo mismo, y cuando todo estuvo listo mandó el mensaje. Justo entonces, tanto el ruso como el alemán oyeron una discusión no muy lejos de ellos. 

—España, no voy a compartir habitación con Portugal—habló Italia, con toda la paciencia que podía. España frunció el ceño todavía más, persiguiéndole con paso rápido. 

—¡¿Pero por qué?!—Gritó, enfurecido. No soportaba que su pareja se llevase tan mal con su mejor amigo. Italia ni siquiera le miró, frunciendo el ceño y apretando con fuerza los dientes y los puños. 

—¡Te lo he dicho un montón de veces y no lo quieres entender!—Le gritó, girándose hacia él con brusquedad.—¡No hace más que molestarnos cuando estamos juntos y estoy harto! ¡Yo quiero intimidad y eso es justo lo que no hay con ese tipo merodeando por ahí!

—¡Pues ese tipo es mi mejor amigo y tienes que aprender a soportarlo!—Dijo España, con brusquedad, aunque no gritando. Hizo una muy breve pausa.—Además, ¡¿Tienes que estar siempre conmigo?! ¡¿No tienes más gente con la que te llevas bien aparte de mí?!

—¡Claro que sí, España! ¡Pero quiero estar contigo porque eres mi pareja y te quiero!—Eso es lo que menos aparentaba gritándole así. El español le miró, con lágrimas de rabia en los ojos, mientras el italiano comenzaba a caminar rápidamente de nuevo hacia otro sitio.

—¡¿Y sólo por eso no puedo estar con otra gente?!—Le gritó España, siguiéndole mientras Italia se ponía la camiseta y guardaba su toalla en su bolsa. El italiano le ignoró durante algunos segundos, mientras recogía sus cosas y las guardaba. De pronto, se giró hacia él cuando ya lo tuvo todo guardado.

—¡Mira, España, si quieres que Portugal te dé por detrás, que te dé!

Después de gritarle eso, se marchó con paso rápido, saliendo de la playa sin mirar a España una sola vez más. El español se quedó allí de pie, siguiéndole con la mirada hasta que lo perdió de vista. 

Entonces, derramó una lágrima de tristeza y rabia a la vez. Luego otra. Después otra más.

Ya estaba llorando casi sin control cuando sintió que alguien le abrazaba desde detrás suyo. Con la vista borrosa por las lágrimas, se dio cuenta de que era Alemania. El alemán se aferró a él con fuerza.

—No te preocupes, seguro que se arregla.—Habló. España no dijo nada, sin estar muy seguro de lo que Alemania decía. El alemán se quedó abrazado a él durante varios minutos más. Él y Rusia todavía no habían peleado ninguna vez, pero sabía cómo se debía de sentir España. Si Rusia le gritase lo que le había gritado Italia al español de esa forma, estaba seguro de que él también estaría así, o incluso peor.

El ruso se encontraba al otro lado de España, pasando su brazo por el hombro de España para consolarle. Ojalá estuviese Dinamarca con ellos. El danés era capaz de animar a cualquiera, estuviese en la situación que estuviese, solo con su ternura y alegría. 

—Tranquilo, España—habló Rusia, sin saber muy bien cómo consolarle. —Italia te quiere muchísimo, lo que pasa es que... A veces se enfada. A Ale y a mí también nos pasa a veces y míranos, seguimos felices y juntos.

Alemania le lanzó una mirada asesina por mentir de esa forma, pero Rusia se encogió levemente de hombros. ¿Qué quería que le dijese a España? ¿Que si Italia continuaba siendo tan malhumorado como siempre, posiblemente pasase semanas enfadado con él? 



Rusia y su único pretendiente ☆ ❀ CountryHumans ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora