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—Es hora de preparar el menú que pondremos.—Habló Alemania, con emoción. Llegaba su segunda parte favorita después de decorar. Debían apuntar en una hoja todo lo que iban a cocinar el día de la feria.

—Yo quiero cocinar pizzas. Las que hagan falta—naturalmente, ese era Italia. España sonrió débilmente, al lado del italiano, tratando de disimular su dolor.

—Yo puedo cocinar paella, si me encuentro con cuerpo—habló el español, mientras notaba cómo Portugal le acariciaba el cabello con suavidad, a su lado.

Lo único que había hecho Italia al ver aparecer al portugués fue mirarle con cara de querer matarle. ¿Acaso aquel tipo no podía estar un sólo día sin España?

—España—llamó en voz baja al oído del español, mientras Rusia y Alemania daban ideas.—Por favor, dime qué te pasa y te ayudaré.

—No me puedes ayudar—respondió el español débilmente, mientras sufría otro retortijón y clavaba sus uñas con fuerza en la mano de Portugal, tratando de mantenerse en pie.

—¿Por qué? De todos modos, haré lo que pueda.—Respondió Portugal. España suspiró, dudando sobre si decirle lo que le pasaba o no. Le aterraba la idea de que todo el mundo pudiese saberlo.

Luego razonó. Portugal era su mejor amigo desde hace años. Si le pedía que guardara el secreto bajo llave, estaba segurísimo de que Portugal no lo contaría. Y en ese caso, se enfadaría seriamente con él.

—Bueno... —Se sonrojó, mientras temblaba, sin creerse que le estuviese contándole eso a alguien. Su corazón se aceleró por los nervios, mientras que pensaba una forma de expresarlo. No quería que fuese muy directa para no morirse de vergüenza, ni tampoco muy disfrazada para no tener que dar más explicaciones sobre el tema.—Yo... Bueno... Estoy... Humm... Se podría decir que yo estoy... Sangrando.

Sintió cómo se ponía más rojo que nunca y se le llenaban los ojos de lágrimas, avergonzado. Portugal se quedó callado varios segundos, hasta que comprendió lo que pasaba.

Le abrazó con ganas y con fuerza, consolándole antes de que España empezase a llorar. Se sentía muy culpable por haberle obligado a contar aquello. Si lo hubiese llegado a saber se hubiese callado.

Italia los miró con celos, pero se quedó callado. Dio gracias al cielo cuando Rusia le pidió a España que prestase atención. El español obedeció, con la vista baja. Escuchó en silencio las ideas y propuestas de sus amigos, sintiendo ganas de llorar.

Dio el visto bueno a todas las ideas, pues la verdad es que eran bastante buenas. Cuando terminaron de escribirlas sobre un papel, Portugal ya se había marchado. España se sentó apoyado en una de las paredes del puesto, mientras bebía una infusión que Alemania le había preparado para relajarse y que el dolor se calmase.

—¿Te sientes mejor?—Preguntó el alemán, sentándose a su lado, con una sonrisa tierna, mientras Rusia e Italia jugaban al UNO, sentados en el suelo, varios metros más allá.

España asintió. Seguía doliéndole la barriga, aunque ya no tanto como antes. La infusión de Alemania había funcionado.

—A mí nunca me duele, pero sé que funciona—comentó Alemania, apoyando la cabeza en el hombro de España, quien miraba al infinito con cara de estar en otro mundo.

—¿Rusia lo sabe?—Preguntó España. Alemania negó con la cabeza, sin mirarle.

—No. Y tampoco sé cómo decírselo.—Hizo una pausa, sonrojado, pero agradecido de tener a alguien con quien hablar de aquello.—¿Cómo se lo dijiste tú a Italia?

—Se enteró por error—la respuesta de  España hizo reír un poco a Alemania. El español sonrió también, alegre de tener a alguien como Alemania a su lado.

Luego se quedaron en silencio, mientras oían los gritos de enfado y frustración de Italia porque iba perdiendo en el UNO.

(...)

Todo continuaba en un silencio incómodo para ellos dos, incluso después de qur hubiesen traído la comida.

URSS quería hablar de algo con Third Reich, pero no se le ocurría ningún tema de conversación para sacar. Y estaba seguro de que Third Reich tampoco se iba a molestar en seguir la conversación. Al final ya no pudo aguantar más.

—¿Cómo está Alemania?

—¿Desde cuándo te importa?

—Desde que llevamos veinte minutos en silencio sin hablar de nada.

Third Reich resopló, y luego miró al ruso con cara de querer matarse.

—Está bien, ¿Quieres saberlo? Mi hijo está perfectamente sano y feliz—respondió el alemán, de mal humor. URSS sonrió levemente, tratando de contagiarle su sonrisa a Third Reich, aunque no lo consiguió.

—Buf, pues los míos son para mirarlos y no tocarlos. Prusia anda encerrado todo el día en la habitación. Rusia anda un poco de rebelde y se pasa el día con tu hijo. Ucrania se pasa el día suspirando como una adolescente enamorada cuando cree que no le vemos. Y a eso hay que sumarle a Alfredito y a Leopoldo II.—Respondió el soviético.

Vio cómo Third Reich sonreía, burlón, lo cuál solo le daba más ganas de levantarse y besarle.

—Al final te lo quedaste, ¿Eh?—se burló el alemán. URSS sonrió tímidamente, con nerviosismo.

—Tampoco podía hacer nada más—respondió, sonrojado. Third Reich se dio cuenta de ello y sólo se inclinó un poco hacia él.

El ruso se le quedó mirando como si fuese lo más bonito del mundo. Third Reich seguía sonriendo, dispuesto a aprovecharlo.

Cuando URSS estaba despistado, agarró sin ningún tipo de prisa su vaso de batido y bebió su contenido. Cuando el ruso se dio cuenta, le miró con el ceño fruncido, mientras el alemán se reía, apoyado en el respaldo de la silla.

Vio las intenciones del ruso y apartó su batido de su alcance, mientras este sonreía, pensando en qué podía robarle.

Se veían adorables.

Rusia y su único pretendiente ☆ ❀ CountryHumans ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora