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—Hola, Ale—habló Rusia, justo a las nueve en punto de la mañana, entrando a la habitación del alemán. Éste, para su sorpresa, continuaba durmiendo. En realidad, Alemania se había despertado a las seis de la mañana, después de desmayarse. Aunque tenía miedo, estaba tan cansado que no había podido evitar volver a caer dormido.

Rusia caminó hasta Alemania, con una sonrisa. Era adorable, incluso con todos esos cortes, heridas y moratones. El alemán abrió los ojos lentamente y observó al ruso al lado suyo. Sonrió. A pesar de la paliza de Italia el día anterior, le había venido bien descansar, pues el dolor había disminuido un poco, aunque seguía doliéndole todo.

Rusia no sabía cómo reaccionaría Alemania, pero decidió probar suerte. Se inclinó hacia él y le dio un suave beso.

Alemania no se quejó ni se resistió, por lo que el ruso supuso que no le hacía daño cuando le besaba. El alemán sonrió. Al menos ya tenía fuerzas para eso.

—¿Cómo estás?—Preguntó el soviético, sentándose en el borde de la cama, al lado de su pareja. Alemania todavía tuvo que esforzarse un poco para hablar.

—Bien—habló el alemán. No quiso contarle que Italia había vuelto la noche anterior, porque lo importante era que ya se encontraba mejor y que las heridas no se habían vuelto a abrir. No tenía sentido preocupar a Rusia. 

—¿Tienes hambre, Ale?—Preguntó el ruso, con una sonrisa. Alemania asintió levemente casi de inmediato. Llevaba muchísimas horas sin comer y sentía que se estaba muriendo de hambre. Rusia se quedó quieto varios segundos, pensando en algo. Finalmente, pasó un brazo por la espalda del alemán y el otro por debajo de sus rodillas.

Después le levantó y le agarró de manera nupcial, mientras Alemania hacía una mueca de dolor, pero no decía nada. Rusia le llevó hasta la cocina y, una vez allí, le sentó con lentitud y suavidad para no dañarle, en una de las sillas.

Alemania casi chilló de dolor al doblar las rodillas y dejarlas caer. Movió con dificultad los brazos para apoyarse en la mesa, sintiendo que se iba a desmayar del dolor. 

Observó cómo Rusia le preparaba unas tostadas para desayunar y, minutos después, se las servía. El alemán las observó durante algunos segundos. Luego, con muchísimo dolor, agarró una con el brazo y se la llevó a la boca.

Jamás pensaría que sentiría dolor semejante. El alemán tenía la sensación de que su mandíbula estaba rota en mil trozos distintos. De todos modos, tendría que acostumbrarse a ese dolor si aquello duraba mucho.

De todos modos, siguió comiendo, pues tenía muchísima hambre.

(...)

España se despertó al sentir un tacto en su cuello. Al girarse, con una sonrisa, y abrir los ojos, se dio cuenta de que se trataba de Italia, quien no dejaba de darle mordiscos y besos en el cuello, con una sonrisa y sus brazos rodeándole las caderas. España le agarró por la mandíbula y apartó la cara del italiano de su cuello para atraerle hacia él y besarle durante varios segundos.

Cuando se separaron, español se fijó en que ya era de día, y muchísima luz entraba por la ventana. 

—Buenos días—saludó Italia, con una sonrisa, mientras España le miraba con una sonrisa. Le abrazó con fuerza y ternura, aspirando su olor. 

Justo en ese momento, oyeron un maullido y, apenas un segundo después, vieron a Michi subirse de un salto a la cama. Al ver a Italia allí, corrió hasta él y frotó su cuerpo contra la mejilla del italiano, con un ruidito. 

Italia le acarició, y después este se tumbó entre el italiano y el español, con un maullido. España le acarició la barbilla y después la tripa, mientras el gato ronroneaba. 

Rusia y su único pretendiente ☆ ❀ CountryHumans ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora