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Cuando Ucrania se despertó ya casi había anochecido por completo. Lo único que iluminaba la habitación era la luz de la luna que entraba por la ventana. El ucraniano giró la cabeza para mirar al noruego, que continuaba con la cabeza apoyada en su hombro.

Ahí estaba la oportunidad. Podía besarle perfectamente en ese momento, pero algo se lo impedía. 

Por una parte, temía que Noruega, por la razón que fuese, se enfadara con él por hacer eso, aunque no veía motivos para ello.

También le resultaba extraño que todo aquello fuese tan rápido. El noruego nunca había mostrado ningún cariño especial hacia él. Siempre había dado la impresión de que para él, Ucrania era un país más con el que hablar cuando se aburría en las juntas. Un país más del montón.

Y ahora, un día cualquiera, se presentaba en su casa y empezaba a comportarse como un completo enamorado... Era un poco raro.

Se limitó a pegarse a él, agarrándolo con fuerza por la cintura, como si en cualquier momento Noruega fuese a levantarse y a salir corriendo.

Entonces se acordó de que estaban encerrados y que Rusia les había dicho que no iban a salir hasta que hablaran de lo que tuviesen que hablar. Pero ya era prácticamente de noche, ¿Podrían salir ya de allí? 

Aunque tampoco se molestó en comprobarlo. Estaba muy bien allí sentado junto a Noruega. No pensaba levantarse sólo para ver si podían salir. Ya lo comprobarían a la mañana siguiente. 

(...)

Third Reich continuaba preguntándose todo el tiempo sobre qué habían hablado Prusia y Alemania en la habitación. Pero estaba claro que era algo muy secreto, si ni siquiera habían querido hablar en un idioma en el que los tres aliados les entendiesen.

Al principio pensaba que Prusia le evitaba. Luego se dio cuenta de que no le evitaba a él, sino a todo el mundo. Ni siquiera le había hecho caso a Alemania cuando este se había acercado para preguntarle si estaba bien. 

Algo que le llamó la atención es que Prusia se había cambiado de ropa. Ahora ya no llevaba ropa ligera y corta, sino unos pantalones vaqueros largos y una sudadera. Ambas de tonos oscuros. Era cierto que estaban casi en diciembre, pero en aquellas cabañas hacía tanto calor que se veían obligados a vestir con prendas largas pero finas, o directamente, con prendas cortas.

Prusia debía de estar muriéndose de calor.

Third Reich había tratado de sacar conversación con él durante la mañana, pero Prusia no había respondido en ningún momento. Más tarde, Alemania le dijo que el prusiano se encontraba incómodo y que le dejara estar. Nadie más, a excepción del alemán menor, volvió a hablarle en todo el día.

Cuando llegó la noche, todos habían hecho las maletas y estaban listos para, mañana por la mañana, salir de allí cuanto antes. Third Reich tenía unas ganas inimaginables. Sus días en la cabaña no habían sido demasiado malos, pero por las noches no había dejado de tener pesadillas con lo ocurrido en esa misma cabaña hacía dieciséis años.

Temió que Prusia estuviese lo suficientemente "incómodo" como para ni siquiera querer dormir con él. También temía que el hecho de que Prusia estuviese molesto e incómodo sólo fuese una excusa, y que en realidad lo que ocurriera fuese que no quería saber nada de él.

Afortunadamente, el prusiano entró en la habitación a la hora de dormir. Aunque no sonreía, y trataba de no mirar a nadie a los ojos. Avanzó hasta la cama y se tumbó sobre ella, sin ni siquiera taparse ni cambiarse de ropa. 

A Third Reich le pareció extraño su comportamiento, pero al final decidió tumbarse sobre el colchón, tapándose con el cubre. Justo antes de apagar la luz y cerrar los ojos, vio cómo Benito se tumbaba entre ellos dos, y luego se deslizaba debajo del cubre. Apagó la luz y cerró los ojos, con la intención de dormir.

Estaba a punto de caer dormido, cuando notó un movimiento. Su corazón se aceleró, y trató de relajarse y de convencerse de que no sería URSS. No tenía sentido que fuese él. De inmediato, se incorporó y encendió la luz.

Sólo entonces pudo respirar tranquilo. Era Prusia, que se había levantado de la cama rápidamente. Se le veía asustado. O alterado.

—¿Estás bien?—Preguntó el alemán. Prusia asintió mientras salía de la habitación.

—Sí—dijo, en tono cortante. No añadió nada más y se alejó rápidamente por el pasillo hasta el baño. Third Reich volvió a tumbarse y cerró los ojos, aún con la luz encendida, Entonces, Benito maulló desde alguna parte, debajo del cubre.

El alemán alargó el brazo hasta la zona que le pertenecía a Prusia, tratando de encontrar a Benito y traerlo con él otra vez. Al no tocar al cachorro, se volvió a incorporar, cansado, y retiró parte del cubre para visualizar al gato de una vez. Había que ver dónde se metía...

—Benito, ¿Dónde est...?—Se calló de inmediato, blanco. 

Las sábanas de la zona de Prusia estaban llenas de sangre.

Se quedó con la vista fija allí, hasta que Benito captó su atención. Salió de debajo del cubre, caminando con sus cortas y negras patitas hasta Reich. Maulló otra vez y se revolcó sobre la sangre seca, que había sido absorbida por las sábanas. 

Sin poder apartar la vista de las sábanas, preguntándose una y otra vez qué estaba pasando, apartó a su gato de allí y lo cargó en brazos. 

Justo entonces, Prusia volvió a aparecer con paso rápido. Frenó en seco cuando levantó la vista y vio la escena. Se sonrojó a más no poder y se le llenaron los ojos de lágrimas, aunque, afortunadamente, el alemán no podía ver eso. 

Dio media vuelta y comenzó a alejarse de allí rápidamente, sin saber exactamente adónde ir. Third Reich se levantó también y corrió hasta él. Bajó las escaleras hasta el salón y logró alcanzarle.

—Prusia, ¿Qué te pasa?—Preguntó, sin entender nada. Agarró el brazo del prusiano para evitar que siguiera caminando hacia alguna parte. Prusia no tardó ni medio segundo en soltarse bruscamente y gritarle que le dejara.

—¡Prusia!—Volvió a llamar el alemán. El menor le ignoró.—¡Dime qué te pasa y te ayudaré!

Prusia, harto de él, se giró bruscamente, enfadado, mientras las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas. 

—¡¿Lo quieres saber?! ¡¿Quieres saber qué me pasa?!—Le gritó. Para la sorpresa de Third Reich, Prusia se quitó la sudadera y la tiró con brusquedad al suelo.—¡¡Esto me pasa!!

Third Reich le observó. En su pecho, abdominales, brazos, hombros... En todos lados, había decenas y decenas de heridas y cortes abiertos que no dejaban de sangrar. El alemán tardó varios segundos en hablar, atónito por lo que estaba viendo.

—Prusia... ¿Qué te ha pasado?—Preguntó. No se le ocurría quién había sido capaz de hacerle tantas heridas y cortes, si ni siquiera había salido de casa últimamente. 

—¡No lo sé! ¡No sé por qué todo me pasa a mí! ¡¿Ya estás contento?!—Le gritó Prusia. Third Reich se quedó callado varios segundos. Hasta que volvió a hablar.

—Yo te las vendaré—habló. Luego comenzó a buscar rápidamente vendajes en la cocina, en el salón, en el baño, en cualquier habitación donde pudieran estar. Pero no los encontraba. No había vendajes por ningún lado, y el alemán no se podía creer que tuviera tanta mala suerte. 

Entonces, sonó la voz de Italia Fascista, que estaba tumbado en el sofá, abrazando a Imperio Japonés para que este no se cayera del sofá debido al poco espacio. 

—Reich, creo que ya sé dónde están los vendajes...—Habló el italiano, con un hilillo de voz, pero que se oyó a la perfección en todo el enorme salón. El alemán se giró hacia él, pálido. Y de golpe se acordó.

Estaban en el sótano.

Rusia y su único pretendiente ☆ ❀ CountryHumans ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora