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Tres horas más tarde, el trabajo estaba acabado. Y el puesto había quedado hermoso. Alemania lo observó, con una sonrisa, orgulloso de lo que habían hecho. El puesto llamaba mucho la atención, estaban seguros de que iba a tener éxito el día de Navidad.

—¿Estás bien?—Preguntó Italia, sentándose al lado de España, porque el español estaba sentado con cara de querer morirse. El español negó con la cabeza débilmente.

—Me duele la barriga—murmuró. Italia se pegó un poco más a él y pasó su brazo por los hombros de España para consolarle.

—¿Por qué?—Preguntó el italiano. España frunció el ceño, aunque no dijo nada hasta segundos después.

—Tú ya sabes perfectamente por qué.

Italia entonces cayó en la cuenta y se calló de inmediato, limitándose a abrazar con fuerza a España para que no se sintiera tan mal, aunque sabía que eso no serviría de nada.

Oyó cómo Alemania y Rusia hablaban sobre quién sabe qué. En ese momento, el italiano vio cómo alguien se acercaba a ellos.

Era Portugal.

Este último sonrió y les hizo un gesto con la mano para saludarles, mientras se acercaba caminando hacia ellos, como si fuese la persona más feliz del mundo.

—¡Hola!—Saludó con energía. España sonrió débilmente y le hizo un gesto con la mano. Italia ni siquiera le saludó.

El portugués fue a sentarse precisamente al otro lado de España, lo cual molestó mucho a Italia. ¿Cómo se atrevía a venir así de feliz y unirse a ellos así como así? Tuvo ganas de tirarlo a patadas de allí.

—¿Ya habéis terminado de decorar vuestro puesto?—Preguntó Portugal, ignorando olímpicamente a Italia como si no estuviese. Sólo se centraba en España, mirándole desde muy cerca, como si estuviera hipnotizado.

España asintió sonriendo un poco. Portugal dirigió su vista hacia el puesto que Alemania y Rusia estaban retocando juntos.

—Quedó muy bonito—siguió hablando el portugués, con una sonrisa ligona. Luego enredó sus dedos en el mechón que caía por su frente, observándole muy de cerca. España no dijo nada, sonriendo como podía y mirándole a los ojos.

Italia trató de evitar mirar a aquellos dos, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

Escuchó cómo se susurraban cosas en voz baja entre ellos, y una de ellas le provocó una risita a España.

El hecho de que parecieran pareja sólo empeoró el estado de humor de Italia. Se puso pálido al darse cuenta de quizá eran pareja. Trató de convencerse de lo contrario, aunque le fue difícil.

Cuando por fin se callaron, Italia ya no estaba de humor como para seguir allí, de manera que se levantó sin decir nada y se largó de donde estaba.

España iba a preguntar si estaba bien, pero luego se dio cuenta de que el italiano parecía bastante molesto, de manera que decidió dejarle en paz. Portugal ni siquiera le miró, centrado en España.

El español, al final, decidió volver a mirar a su mejor amigo, sabiendo que tarde o pronto se le pasaría. Le sonrió débilmente, aún dolorido. Portugal enredó sus dedos en el cabello del español, con una sonrisa y muy cerca de él.

—¿Necesitas algo? ¿No hay forma de que te deje de doler?—Preguntó el portugués. España se encogió de hombros, sin saber qué decir. Lo único que quería era irse a casa y pasarse el día tumbado sin hacer nada más que soportar el dolor.

Portugal no dijo nada más. Se dedicó a  quedarse sentado pegado a España, mientras pasaba su brazo por los hombros del español.

(...)

Third Reich pasó todo el día en su habitación, con la única compañía de Blondi, pues Benito continuaba triste, en la puerta principal, maullando.

Al final no tuvo más remedio que salir para calmar al gato, y también para comer, pues llevaba dos días sin salir de la habitación y tenía hambre.

Cuando se dirigió al salón, vio de inmediato a Benito en la puerta principal, maullando con tristeza y pena a la vez. Se acercó al animal, pues este le ignoraba. Alargó la mano para acariciarle.

—¿Qué pasa, Benito?—Preguntó el alemán. En cuanto acercó la mano al felino, este retrocedió un poco y bufó, con el pelaje erizado.

Third Reich se sorprendió mucho, pues de normal era cariñoso y adorable. Y en esos momentos parecía todo lo contrario. Se levantó y comenzó a buscar sus juguetes por todo el salón para entretener un poco al animal.

Lo que encontró en una de las ventanas fue algo distinto de un juguete para gatos.

Allí, pegado con celo en el cristal de la ventana, había un papel con algo escrito.

De inmediato se acercó, suponiendo que sería una nota de Alemania, informando de que salía un rato.

En realidad, la letra le era muy familiar, como si la hubiese visto en otro lado.

Reich:

Quedamos en la pastelería que hay al lado de la casa de Portugal a las 12:00. Tengo que contarte una cosa muy importante.

No faltes.

URSS

El alemán frunció el ceño, haciéndose tres preguntas.

La primera, era por qué quedar en una pastelería. ¿No había otro sitio? ¿Un bar? ¿El parque?

La segunda, era por qué URSS le escribía una nota en vez de mandarle un mensaje por teléfono. No lo entendía. Aunque quizás era porque el ruso sabía que era más fácil que viera y leyera la nota a que leyera un mensaje.

La tercera y la que más le intrigaba, era cómo había conseguido el ruso entrar en su casa. Podía ser muy silencioso y ocultarse muy bien, pero aun así Blondi acabaría por olerle, escucharle o hasta verle. Y en ese momento se pondría a ladrar como una loca y no pararía hasta que el ruso se hubiese ido.

De todos modos, decidió acudir, pues al fin y al cabo, no tenía nada más que hacer, y se preguntaba qué quería decirle URSS que era tan importante.

Arrancó la hoja del cristal y miró el reloj. Al hacerlo, se puso pálido y corrió hasta la habitación.

Faltaban cinco minutos para las doce en punto.

Rusia y su único pretendiente ☆ ❀ CountryHumans ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora