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Al principio, Prusia no dijo nada. Sonrió un poco, algo incómodo y sin saber qué responder. Se tiró el pelo hacia delante, con la esperanza de tapar un poco su cara, aunque sólo consiguió cubrir su frente y sus ojos.

—¿Gracias?—Preguntó, aún con la sonrisa nerviosa. El alemán miró hacia otro lado, sin saber tampoco qué hacer o qué decir. Continuaron viendo la película en silencio. Third Reich tan sólo tenía ganas de salir corriendo de allí, pues no habían vuelto a hablar desde que el prusiano le había agradecido su comentario. 

Third Reich acarició el cabello de Alemania, que continuaba con la cabeza apoyada en su hombro, durmiendo tiernamente. Era adorable. 

Al final decidió levantarse y agarrar a su hijo de manera nupcial. Luego miró a Prusia y sonrió un poco.

—Ahora vengo—dijo. Prusia les observó con ternura y no dijo nada. Luego, el alemán comenzó a subir las escaleras con su hijo en brazos. Le llevó hasta la habitación del menor en silencio y sin hacer ruido para no despertarle. Luego le tumbó con cuidado sobre el colchón. Por fortuna, su hijo permaneció dormido. 

Le dio un beso en la frente. No le importaba que su hijo tuviese ya veintidós años, él iba a seguir tratándole como a un niño el resto de su vida. Se separó de su hijo y le observó, de pie junto a la cama. Sonrió casi de forma inconsciente. Cómo había crecido. 

Por fin, salió de la habitación y bajó de nuevo las escaleras. Se volvió a sentar en el mismo sitio de antes, con cierta distancia entre Prusia y él. Volvió a mirar a Katze y a Benito y, otra vez, murió de ternura. Eran lo más adorable del mundo.

Luego volvió a centrarse en la película. 

Pasó media hora. Ninguno había dicho nada todavía. El silencio era un poco incómodo, pero de todos modos, estaban concentrados en ver y seguir la película, de manera que tampoco era tan incómodo como otras veces.

Cuando la película terminó, Third Reich miró la hora. Abrió los ojos como platos. La una y media de la mañana. Estaba bastante cansado. Giró su cabeza para ver a Prusia, y entonces se dio cuenta de que, seguramente, llevaba un buen rato viendo la película solo, pues Prusia también se había dormido. Y no podía culparlo, pues al fin y al cabo era muy tarde, y ni siquiera él sabía cómo había resistido tanto tiempo tiempo sin dormirse.

Apagó la televisión y se levantó. Miró a Prusia. Seguramente más tarde se avergonzaría por lo que iba a hacer, pero no le quedaba otra opción. 

Agarró de forma nupcial a Prusia y miró su cara durante algunos segundos. Se preguntó si realmente estaba durmiendo o sólo lo parecía, pues no se podía diferenciar cuándo los ojos de Prusia estaban abiertos y cuándo no. Luego escuchó sus leves ronquidos y supuso que estaba dormido. Además, si estuviese despierto, no se hubiese dejado agarrar de esa forma. Ni de la forma que fuese.

No pudo apartar la vista de él. Era hermoso. Aunque por fin fue capaz de dejar de mirarle y subió las escaleras con Prusia en brazos. Llegó hasta su habitación y se dirigió hasta la cama. Antes de dejarle tumbado sobre ella, se quedó quieto de nuevo y le observó, asegurándose de que continuaba dormido. No le sorprendería haberle despertado.

Continuó con la vista fija en él durante algunos segundos. Con el corazón a mil, se inclinó hacia él y le besó.

Se separó del prusiano apenas un segundo después, muy rojo y sintiendo que su corazón iba a explotar en cualquier momento. Deseó con toda su alma no haber despertado a Prusia. Luego se apresuró a dejarle tumbado sobre el colchón con suavidad.

Después, el alemán se tumbó a su lado y cerró los ojos.

(...)

—Italia, te he dicho seis veces en lo que va de hora que te hagas la maleta y dejes de robar los jabones y toallas de hoy—pidió Imperio Japonés. Tenían pensado estar allí dentro de media hora. Y esa hora se iba a convertir en tres si el italiano no dejaba de meter en una bolsa las toallas y los jabones renovados.

—Sí, sí, ahora voy—dijo por segunda vez Italia Fascista. El japonés bufó con cansancio y paciencia. Jamás llegarían a la hora que querían a la cabaña. Pasaron cuatro minutos hasta que el italiano por fin salió del baño. Imperio Japonés miró mal las bolsas que su pareja llevaba, llenas de jabones, colonias, toallas y demás objetos de higiene. El baño habría quedado arrasado después de eso. 

—No pienso ser yo el que lleve esas bolsas—habló el japonés, mientras Italia Fascista las dejaba en el suelo y agarraba su maleta vacía.—¡¿Aún no has empezado?!

Sí, definitivamente, jamás llegarían a la hora adecuada. 

—No. Pero soy rápido haciendo las maletas.—Respondió el italiano, después de casi quedarse sordo por el grito de su pareja.—Y no grites, son las dos de la mañana. 

Imperio Japonés resopló, mientras se tumbaba sobre la cama, con los brazos extendidos, ocupando gran parte del colchón. Se dedicó a mirar el techo mientras esperaba a que el italiano terminase de una vez de hacer su maleta. 

Pasaron algunos minutos, y el japonés ya estaba a punto de lanzarse por el balcón, cuando oyó que Italia Fascista cerraba la maleta. Se levantó de un salto  y miró al italiano. Sí, en efecto, este por fin había acabado de meter sus cosas en su maleta. Por fin estaban listos. 

Agarró su maleta y comenzó a dirigirse hacia la puerta sin decir nada, mientras Italia Fascista agarraba la suya, junto con sus dos bolsas de perfumes, toallas, cepillos de dientes y jabones robados. 

Imperio Japonés no tardó en escuchar la voz de Italia Fascista a su espalda en cuanto comenzaron a caminar por el pasillo del hotel. 

—Imperio... ¿Me ayudas?

Rusia y su único pretendiente ☆ ❀ CountryHumans ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora