—¡Mira, Rusia!—Chilló Alemania con emoción, mientras señalaba uno de los puestos y tiraba de Rusia para llevarlo hasta allí. Al ruso le encantaba Alemania, pero llevaba una hora siendo guiado por el alemán a distintos puestos y sentía que su brazo se iba a caer al suelo.
Alemania le llevó hasta uno de los puestos, en las que vendían distintos tipos de objetos de navidad: bolsas, botellas de metal y peluches. Y todo con frases o dibujos navideños.
—¿No te encantan?—Preguntó el alemán. Rusia se encogió de hombros ¿Se supone que tenía que decir que sí?
—Mucho, Ale—respondió Rusia, sin saber si aquello había sido un error o no.—Pero mejor vamos a por un chocolate caliente.
Rusia le agarró de la mano y se lo llevó de allí antes de que el alemán comenzase a pedir un peluche navideño. Y como Alemania era adorable, iba a tener que gastarse el dinero comprando uno.
El ruso lo llevó hasta uno de los puestos de comida y pidió dos chocolates calientes. Le dio uno a Alemania y él se quedó con el otro. El alemán sopló unos segundos hasta que se atrevió a dar un sorbo. De inmediato soltó un chillido.
—¡Quema!—Habló el alemán, sintiendo que lo poco del chocolate que había bebido era como fuego. Rusia lo miró como si fuese tonto. Luego se hizo el sorprendido.
—Menuda sorpresa, Ale—El alemán gruñó y no le hizo caso, mientras andaba hacia algún lugar junto con Rusia.
—¡Rusia, mira!—Chilló Alemania de nuevo, señalando a un puesto en el que vendían osos de peluche navideños. Agarró a Rusia de la mano y tiró de él hasta llevarle al puesto. Luego señaló un oso de color marrón.
—Alemania, por favor, no—pidió Rusia, sabiendo que el alemán le iba a pedir uno y él no iba a poder resistirse a su ternura.
—¡Es Alfredito!
Rusia se tranquilizó un poco al escuchar aquello. Al menos Alemania no le había llevado hasta ahí para conseguir un oso, sólo para compararlo con Alfredito.
—¡Y ese es Leopoldo II!—Volvió a hablar el alemán, con emoción, señalando ahora a un oso de color blanco.
Rusia supo que iba a ser una mañana muy larga.
(...)
—¡Mira lo que robé... O sea, compré, para ti!—Se corrigió Italia Fascista, mientras le entregaba a Imperio Japonés un osito de peluche, muy contento.
Imperio Japonés agarró el peluche y lo miró con un poco de asco. Mucho amor en un peluche. Luego miró al italiano como si fuese imbécil.
—¡¡Pero no me lo entregues ahora!! ¡Ahora, gracias a ti tengo que ir por toda la feria con el peluche en la mano!—Gritó el japonés. Luego volvió a mirar al peluche, sin saber qué hacer con él.
Le encantaba que su pareja le hiciese regalos, pero le hubiese servido más una katana o un manga. ¿Qué pensaría la gente de su país si le viese con un peluche de un oso navideño?
Nada bueno.
De pronto, sintió cómo alguien se lo quitaba de las manos.
—¿No lo quieres? Dámelo a mí. A Benito le encantará.—Habló Third Reich, mirando el peluche. Imperio Japonés recuperó su oso de peluche y miró, burlón, al italiano.
Italia Fascista frunció el ceño, mientras agarraba con fuerza su navaja por si tenía que matar a alguien.
—Exijo que le cambies el nombre al gato—dijo el italiano, cansado de que siempre fuese lo mismo. Third Reich sonrió con burla.
—No.
—¡Reich!
—Mi gato se llamará Benito hasta que se muera. No voy a cambiarle el nombre ahora que se ha acostumbrado a él.
—¿Que se ha acostumbrado? ¡No hace ni caso le llames como le llames!—Habló Italia Fascista, enfadado. El alemán sólo se rio.—¿Sí? Pues voy a adoptar una gata judía, la voy a llamar Reich y la voy a vestir con un tutú rosa.
—Me parece muy bien—respondió Third Reich, burlón. Sabía que el italiano no haría eso. Y si lo hacía, secuestraría al animal y se lo quedaría para él.
—¿No me crees? Iré ahora mismo a por ella—habló Italia Fascista. Se alejó por la feria, buscando a su hijo. Lo encontró con España. El mayor miró mal al español mientras se llevaba a su hijo, quien no dejaba de preguntar qué pasaba.
—Italia, ¿Quieres una mascota? Vamos a adoptar una gata judía—habló Italia Fascista. Italia alzó una ceja. Hacía dos semanas, el mayor estaba diciendo que no iban a adoptar un animal, y ahora le llamaba diciendo que le acompañase a comprar una gata.
—¿Y por qué judía? ¿Cómo sabes diferenciar un gato judío de un gato común?—Preguntó Italia. En realidad nunca había visto un gato judío, pero si su padre decía que existían, él se lo creía.
Italia Fascista le ignoró y continuó caminando hasta que desapareció junto a su hijo.
(...)
Third Reich observaba a Imperio Japonés, sentado en el suelo mientras le maullaba a Blondi como un gato que era.
La pastora alemana sólo ladraba en respuesta.
—¿Qué está diciendo, Imperio?—Preguntó Third Reich, aún sentado sobre el pequeño muro que rodeaba el descampado.
—No lo sé, yo entiendo a los gatos, no a los perros—respondió el japonés. Volvió a maullar, y lo único que recibió como respuesta fue otro ladrido más.
Se levantó, con un suspiro y se sentó al lado del alemán. Justo en ese momento sonó una voz no muy lejos de allí.
—¡Hola, fracasadas! ¡Ya llegó por quien lloraban!—Chilló Italia Fascista, muy alegre, mientras saltaba el muro junto con un transportín para gatos.
Italia hizo lo mismo y de inmediato se alejó para volver con España.
—¿Adoptaste una gata judía de verdad?—Preguntó el japonés, observando, pálido, el transportín que su pareja llevaba en la mano.
—¡Claro que sí! 100% procediente de Israel—confirmó el italiano. Se sentó en el suelo y dejó el transportín en el suelo. Luego lo abrió.
Segundos después, salió de él una gata blanca y con algunas manchas marrones por el cuerpo.
El animal les observó durante algunos segundos y después maulló.
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Rusia y su único pretendiente ☆ ❀ CountryHumans ✔︎
HumorContinuación de Rusia y sus Cinco Pretendientes 📍Esta historia no se centra en ningún ship en especial, pero sí se nombran algunos 📍No es necesario leer antes Rusia y sus Cinco Pretendientes, pero es recomendable ya que así se entenderán mejor alg...