Capítulo V

2K 91 2
                                    

Madison
 
—¡Más fuerte!
 
—¡PARA!
 
—¿Es todo lo que tienes?
 
—¡AUCH!
 
Como para que se den una idea de lo que está pasando, me encuentro tirada en el suelo con la nariz palpitándome. Demonios, creo que está sangrando.
 
—¡Hija! ¿Estás bien? —Mi padre corre hasta mí y se pone en cuclillas a mi altura.
 
Me siento con su ayuda. Al él darse cuenta de que estoy algo mareada me ordena que me quede sentada mirando a un punto fijo.
El problema es que no nos percatamos de un pequeñísimo problema, y es que esto ya se está pareciendo a una película de terror.
 
Tomo su muñeca impulsándome hacia arriba —Dios, voy a parecer un payaso por semanas.
 
—¿Por tu nariz roja e hinchada? —Hace el intento de retener la sangre que me brota a borbotones con su mano.
 
—Exacto.
 
Se planta enfrente mío y analiza con minuciosidad el tomate que tengo en la cara. —Sí, puede ser, pero creo que te pareces más al reno de Santa —se burla sin pena el muy desgraciado.
 
—¿Hablas en serio? Me golpeaste con una raqueta de tenis en la nariz y aun así te me ríes en la cara. —digo indignada por su comportamiento.
 
Aunque si los papeles fueran al revés, yo estaría retorciéndome de la risa hasta que me duela el estómago. Sin mencionar la cantidad de apodos que se me vienen a la mente.
 
«Mala persona»
 
Cállate que a ti el de imitación de Krusty te encantó.
 
—Tienes razón, lo siento —sonríe— Vamos adentro a buscar un poco de hielo que ponerte a esa linda nariz de renito.
 
Puede ser que se vaya a burlar toda la vida, pero eso no quita el hecho de que se preocupe y me lleve al interior de la casa a paso de hormiga por mi me llego a marear de nuevo. En estos momentos lo detesto por ser el responsable, y lo amo por ser el mejor papá del mundo.
 
—¿Terminaron tan ráp...? Oh por dios ¿Qué pasó? ¡Señora Rossi, venga aquí por favor!
 
Mi madre se pone como loca al verme entrar por el ventanal del patio trasero con su marido sosteniéndome desde atrás la nariz y así no dejar un camino sangriento a cada lugar que vaya.
 
Intenta hablar pidiendo explicaciones pero literalmente no le salen las palabras correctas. Creo que ya rompimos el disco duro de mamá.
 
—Papá se entusiasmó con el tenis —Explico al ver que no saldrá de su situación.
 
Ahora sí reacciona, y no es de una forma muy positiva que digamos. Gira la cabeza como el exorcista en dirección a su marido matándolo con la mirada.
 
—Si, si, lo sé, ya me disculpé. —El acusado levanta la mano libre en señal de rendición—, prometo recompensarlas con kilos y kilos de helado luego.
 
—Cristina, ¿me llamaste? —Mi nana entra a la sala de estar desde el cuarto de lavado. Al ver la escena casi se le salen los ojos de las cuencas—. Piccola ¿Qué te pasó en la cara?
 
«Pues.. ¿Cómo te lo explico? Desafié a mi padre a que no podía vencerme en un partido de tenis ya que es un viejo, y como es igual de terco que yo aceptó mi reto sin dudarlo ni por un segundo. Resumiendo, se entusiasmó y comenzó a mover la raqueta como si fuera una máquina lanza pelotas. Y tan poca es mi buena suerte que en uno de sus pases mortales la maldita raqueta se soltó de su mano y le dio a mi pobre nariz»
 
—Accidente en la cancha de tenis —resumo intentando sonreír, pero duele como los mil demonios hacerlo.
 
—Oh, pobre niña.
 
Busca algo detrás de una de las puertas de la isla de la cocina el y se encamina a donde estoy yo con un botiquín de primeros auxilios entre las manos. Parece bastante conocedora del tema, así que adre se quita para dejarla hacer lo suyo.
 
Al principio no toca el epicentro del dolor, solo limpia la sangre esparcida a los alrededores. El problema es cuando decide explorar terreno y le da justo al punto que hace que me duela hasta el trasero.
 
—¡Nana, avísame si vas a hacer eso! —grito logrando que todos en la habitación se sobresalten.
 
Mamá chasquea la lengua cansada con el asunto. —Muy bien, vamos al hospital. —Toma las llaves de su camioneta y su teléfono.
 
—Oigan estoy bien, solo es un golpe... —soy interrumpida por otro episodio doloroso— Per l'amor di Dio, smettila di farlo se vuoi continuare ad avere la tua mano!
 
"¡Por el amor de Dios, deja de hacer esto si quieres seguir teniendo tu mano!"
 
—Prenditi cura del tuo vocabolario, signorina. —Usa su tono de reproche, que en este instante me importa muy poco.
 
"Cuida tu vocabulario, señorita"
 
—Espero que te haya dicho que te quiere mucho. —Papá intenta hacer una broma,
pero su sonrisa desaparece cuando las tres mujeres lo aniquilamos con los ojos—. Muy bien, muy bien, no digo nada. Vamos al hospital, yo conduzco.
 
Tienen que casi ponerme una camisa de fuerza y una mordaza para que me suba al vehículo. No me gusta ir a los hospitales, me traen horribles recuerdos.
 
~
—Niña, solo quiero ayudarte.
 
—¡POR FAVOR, DÉJAME!
 
—Tranquila, linda.
 
—¡NO ME HAGAN NADA POR FAVOR! ¡NO, DÉJENME! ¡POR FAVOR!
 
—Colóquenle un sedante.
 
—Pobre niña, solo Dios sabrá cuánto daño le hicieron. Tan solo tiene solo ocho años ¿Qué tan retorcida y podrida debes tener la mente para disfrutar hacer algo así?
 
—Es fuerte, resistió todo lo que le hizo pasar ese monstruo, va a poder salir adelante.
~
 
—...de caridad en las próximas semanas ¿Qué dices?
 
Escucho la voz de mi madre a lo lejos pero no tengo ni la más mínima idea de lo que habla, estaba muy ocupada hundiéndome en mis recuerdos, ¿qué raro no?
 
~
—Solo Dios sabrá cuánto daño le hicieron...
~
 
Y vaya que lo hicieron los malditos hijos de perra. Al día de hoy sigo teniendo pesadillas, y me cuesta confiar mucho más en las personas todavía, especialmente en los hombres adultos.
De niña era mucho peor. A mi papá le costó demasiado tiempo poder siquiera sentarse en la misma mesa que yo. Recuerdo que solía esconderme en los muebles o en el baño por el pánico que sentía al verlo.
 
Me enviaron a cientos de psicólogas, y ninguna lograba entenderme, tampoco yo lo hacía, en lo único que pensaba mi cerebro cuando veía a un hombre cerca era en correr hacia el otro lado hasta que se me salgan los pulmones.
Y un día llegó mi salvación: la doctora Piterson, mi ángel de la guarda. No sé que demonios vio en mí y que embrujo raro hizo, pero me ayudó muchísimo. Me quitó el miedo que me paralizaba, aunque nunca pudo sacarme esa leve desconfianza en hombres que no conozco, dijo que era normal y que no era importante mientras no interfiera con mi vida.
 
Con tiempo y mucha paciencia logré crear con papá un lazo que no tengo con ninguna otra persona en el mundo, ni siquiera con mi madre.
Él es... mi todo. Es mi apoyo, mi amigo, mi confidente, y mi escudo; solo necesita verme a los ojos para descubrir que algo no está bien conmigo, es el único que puede sacarme una sonrisa si me siento como la mierda, y es el único hombre en el que confío a ojos cerrados. Realmente no sé qué haría sin William Miller.
 
—...en París, pero creo que la mejor opción es Grecia.
 
¿Qué demonios? Tengo dejar de soñar despierta y comenzar a escuchar más a las personas. ¿Qué estaba diciendo?
 
«No lo sé, estaba entretenida escuchando tu discurso»
 
Idiota.
 
Mamá parece notar que la estoy observando con cara de no entender ni una sola palabra de lo que dice, porque voltea el rostro noventa grados. Ella se quedó aquí atrás conmigo por si algo llega a pasarme, mientras que papá conduce solo adelante.
 
—¿No escuchaste nada de lo que te estaba hablando? —pregunta entrecerrando los ojos.
 
Niego despacio con una leve sonrisa tirando de mis comisuras. —No, lo siento mamá.
 
—Déjalo, no importa. ¿Te sigue doliendo? — observa mi nariz de payaso/reno.
 
Ya no duele tanto, pero siento que la pateo con los pies de lo hinchada que está. Por el bien de la integridad física y psicológica de mi padre, será mejor que esto no vaya a dejar marcas o tendrá que dormir con un ojo abierto por el resto de su vida.
 
—Solo un poco.
 
—Muy bien, ya estamos cerca.
 
Al llegar, me ingresan rápidamente a una pequeña habitación ambulatoria. El olor a hospital siempre se me hizo repugnante, mamá dice que no hay tal aroma, pero yo puedo sentirlo incluso antes de entrar sin ningún problema.
 
—El doctor está con otro paciente, tal vez tarde unos minutos. —El amable enfermero se retira dejándonos a mi madre y a mí solas.
 
Tomo el impulso suficiente para sentarme sobre la camilla. —¿De qué me estabas hablando en la camioneta? —pregunto intentando olvidar dónde estoy.
 
—Oh, te estaba contando que en tres semanas es la inauguración de la nueva temporada de otoño de Ralph Lauren. Este año me pidió hacer una celebración de fines caritativos en el hotel principal de Los Ángeles —sonríe orgullosa por lo que dice—. También te conté que unos inversionistas quieren construir otro hotel en París.
 
Intento enumerar en la cabeza la distribución por países. Si mal no recuerdo fui a al menos cuatro inauguraciones en lo que va de mi vida.
 
—¿No hay unos cuantos hoteles ahí ya? — Hago una mueca al no poder recordar cuántos con exactitud.
 
Puede llegar a sonar un poco impresionante, lo sé. La línea hotelera Warrior cuenta con aproximadamente quinientos hoteles en los puntos turísticos más importantes del mundo; son algo así de siete hoteles en distintos países.
 
Mi madre era la dueña junto a Nathaniel, pero con lo que nos pasó cuando era niña la empresa entró en quiebra.
Así se conoció con mi padre. William era solo un inversionista, pero le ofreció comprar el 40% de Hoteles Warrior, y para no fundir la fortuna familiar, aceptó.
 
—Sí, por eso creo que es mejor en Grecia— explica como la empresaria inteligente que es—. Se detectó un aumento turístico muy importante allí, tanto es así que los hoteles siempre están ocupados, es casi un milagro que encuentres disponibilidad.
 
—Es una buena idea, ¿Cuántos hoteles tienen?
 
—Dos. Los planes del tercero se cancelaron cuando descubrimos que querían desalojar a cientos de personas de bajos recursos para construir ahí.
 
—Malditos carroñeros— murmuro.
 
Es algo que pasa muy a menudo con las grandes constructoras que trabajan por recompensas enormes de dinero. No les importa dónde construyen o a quiénes están dejando en la calle, solo les importa que sus bolsillos sigan llenos.
 
—Buenos días. —El doctor que me atenderá entra y no puedo evitar tensarme un poco. Afortunadamente, mi padre lo sigue detrás.
 
—Buen día, doctor. —Hago un intento sonreír, pero me termina saliendo una mueca de dolor.
 
—No muevas mucho la cara, si está rota solo vas a empeorarlo. —De inmediato se pone unos guantes estériles—. Les voy a pedir que al menos uno de ustedes salga. —Les habla a mis padres.
 
Mamá sale diciendo que nos esperará afuera.
Nunca supe por qué, pero si debo estar con un hombre al que no conozco, me siento mucho más segura con mi padre cerca.
 
La doctora Piterson dice que es porque mi cerebro piensa inconscientemente, que mi madre no logró protegerme de un hombre hace años, por eso me siento a salvo con William.
 
—Muy bien... —lee el porta hojas con mi información— Madison, soy el doctor White.
 
«Mhm... ese apellido se me hace conocido»
 
Trata de recordar de dónde viene.
 
«En seguida me pongo a ello»
 
Se acerca a una distancia prudente entre los dos. —Primero tengo limpiar la zona, también hay que verificar que no esté rota. Intenta no hablar para no moverla tanto; yo voy a hacerte preguntas, responde con un pestañeo para sí, y dos para no. ¿Está bien?
 
Pestañeo una vez.
 
—Perfecto, ¿puedes respirar bien? —Un pestañeo—. ¿Te duele si toco aquí? —Dos pestañeos—. ¿Y aquí...?
 
Le quito la mano de un manotazo leve. Es una reacción inconsciente que tengo a veces hacia lo que me causa dolor, lo descubrimos cuando sin quererlo empujé a mamá cuando limpiaba una herida que me hice jugando.
 
El doctor White levanta las manos al instante permitiéndome verlas.
 
Creo que mi conciencia tenía razón, a alguien me hace acordar y todavía no descubro a quién.
 
Revisa por unos minutos más e introduce algo raro de metal con una luz en ambos orificios de mi nariz.
 
—Muy bien, por suerte no está rota —se quita los guantes y busca unos nuevos—, ya puedes hablar si así lo quieres.
 
«Doctor White...»
 
—Voy a limpiarla y te recetaré unos medicamentos para el dolor.
 
Se acerca hacia mí con un algodón y un poco alcohol, pero lo hace despacio. Como si antes de hacer cualquier cosa le permitiera a mi cerebro entender que no quiere hacerme daño.
 
~
—Es fuerte, resistió todo lo que le hizo pasar ese monstruo, va a poder salir adelante...
~
 
—Voy a aplicarte un sedante para que no sea molesto. —Me muestra una jeringa.
 
~
—Soy el doctor White, linda ¿Cómo estás?
~
 
—Inyectamos...
 
«Doctor White...»
 
—¿Duele? —Niego.
 
«White...»
 
—Muy bien, ahora vamos a limpiarla.
 
«Robert White»
 
—¿Conoces al doctor Robert White? —le pregunto de repente.
 
De ahí me suena su apellido, el doctor Robert White fue quien tuvo las agallas de atenderme hace años. Podía tan solo ser una niñita, pero parecía una salvaje y muy pocos enfermeros se atrevían a acercarse.
 
—Al parecer ya uniste cabos —sonríe mientras sigue haciendo su trabajo—, él es mi padre, yo soy su hijo menor, Carson White.
 
Al instante me siento mucho más relajada con su presencia y cercanía. —¿Cómo me reconociste?
 
—Él me contó sobre ti. Fuiste el caso que marcó un antes y un después en su carrera; lo ayudaste a mejorar su trato con los pacientes.
 
—Le hice la vida imposible hasta que entendí que no quería lastimarme —sonrío recordando la cantidad de veces que le impedí hacer su trabajo.
 
Utilizaba cualquier medio; desde lanzar cosas o gritarle hasta intentar esconderme en la habitación cuando ya me podía mover. Por supuesto que nada de eso me enorgullece, pero tampoco podría culparme.
 
—Ahora que rompimos el hielo —señala con el dedo índice mi nariz—, ¿puedo preguntar cómo te hiciste esto?
 
Observo a William entrecerrando los ojos. —Mi padre se creía en un campeonato de tenis con Rafael Nadal.
 
—Ya veo —ríe mientras escribe algo en unas fichas luego de terminar su trabajo—. Muy bien, Madison. Debes tomarte algunos medicamentos que bajen la hinchazón y unos calmantes por algunos días, pero por suerte no es nada grave.
 
—Gracias al cielo —papá vuelve a respirar con normalidad—, si no era así ya me podrían ir internando por las lesiones que sufriría.
 
Los tres nos reímos de su comentario. Minutos después ya estamos saliendo del hospital, y como lo prometió, mamá nos está esperando junto a la camioneta golpeteando el pie contra el suelo.
Al vernos no tarda ni tres segundos en bombardearnos con preguntas, en especial a mi padre. Y por supuesto que no quiso detenerse camino a casa, así que esta vez la mandé al frente a que la soportara papá. No puedo pensar en otra cosa que no sea comer algo y morir ente las sábanas de mi preciosa cama.
 
Cuando llegamos, mi padre no entra con nosotras. —Tengo que salir por un rato, nos vemos luego. —Me da un beso en la frente y uno en la boca a mi madre. Dios, son tan tiernos—. Las amo.
 
Camino hasta el jardín trasero al escuchar los ladridos insistentes de Venus allí. Apenas me ve se pone como loca, tanto así que debo abrirle la mampara de vidrio por miedo a que la rompa de un golpe.
 
—Estuvo muy alterada desde que se
fueron. —Clarisse me sorprende hablando desde atrás—. Supongo que entendió que algo pasaba.
 
Le rasco las orejas para que se tranquilice. —Me la imagino.
 
Tal vez todas las personas que sean dueñas de un animal lo dicen, pero mi perra es sin duda muy inteligente. Creo que tiene su propia personalidad.
 
—Le preparé la tina con agua caliente así se relaja un poco —informa con una sonrisa—, y supongo que la señora Rossi le preparará algo de comer.
 
Creo que voy a llorar. Es por esto que siempre se debe de tratar al personal como parte de la familia; entre las tareas de Clarisse no está consentirme o hacerme un pequeño detalle sin que se lo pidan, y ahí está alegrándome el alma.
 
—¿No quieres casarte conmigo? —pregunto observándola fascinada— Todavía no soy mayor de edad, pero puedes esperarme hasta fin de año.
 
Me sigue el juego divertida. —Muy bien,a esperaré y escaparemos juntas. Ahora vaya a descansar tranquila.
 
Le hago saber lo mucho que la adoro y subo las escaleras a paso de tortuga porque tengo que procurar de no irme de frente al piso, el sedante que me suministro el doctor sí que era fuerte.
 
Me encuentro con nana en el segundo piso saliendo del cuarto de mis padres con el canasto de la ropa limpia vacío. —Piccola, cosa ha detto il dottore?
 
"Pequeña, ¿qué dijo el médico?"
 
—No se rompió, solo fue un feo golpe —le respondo en italiano—, nada que el tiempo no cure.
 
Besa mi frente chasqueando la lengua —Pobrecita, ya me pongo a cocinarte algo.
 
Entro a mi habitación luego de que desaparezca por las escaleras, miro la hora en el reloj eléctrico. Demonios, son casi las dos de la tarde y solo iba a ser un partido de no más de media hora.
 
Como puedo me quito la ropa entrando al cuarto de baño. Clarisse es lo mejor que existe en el mundo; puso un par de velas aromáticas de vainilla y aceites corporales.
Decido dejar mi mente en blanco y relajarme por un rato, pero me conozco y sé que voy a dormirme, por lo que pongo el temporizador de mi teléfono para que el quince minutos suene.
 
Y tal como lo tenía previsto, me quedé dormida. Mi teléfono sonó hace media hora ya y yo ni siquiera lo noté. En mi defensa, el agua estaba deliciosa, en su punto perfecto para que, combinado con el delicioso olor, me dejen casi desmayada.
 
Alguien toca la puerta. —Hija, ¿estás bien?.
 
—Si mamá, ya salgo
 
Procuro no patinarme y romperme el cráneo. Sería lo único que me falta, caerme en la bañera y que alguien me tenga que ver como vine al mundo. Me miro en el espejo sin prestarle mucha atención a lo que dicen del otro lado. Demonios, mi padre tenía razón, no soy un payaso, soy el maldito reno de Santa.
 
Aunque si lo pienso mejor, no es tan grave. Tengo todo el domingo para que baje la hinchazón y el lunes me tocará maquillarme un poco.
 
Salgo del baño con una bata puesta al escuchar la puerta cerrarse. Busco lo primero que encuentre en mi armario y parezca cómodo: un suéter de lana enorme con un short de lycra negro. Soy de las personas que les gusta verse bien, pero cómodos al mismo tiempo.
 
Me escabullo entre las sábanas de mi cama y enciendo la televisión, creo que tengo más que merecidos unos cuantos capítulos de Grey's en donde pueda  ver a mi esposo, pero todavía falta algo...
 
—Hija —papá asoma la cabeza por la puerta—, ¿puedo pasar? —Termina de meter el cuerpo cuando asiento en silencio—. ¿Cómo te sientes, renito?
 
—Mucho mejor, aunque sigo algo estúpida por el sedante —respondo poniéndole pausa a la televisión.
 
Me muestra la mano que estaba escondida detrás de su espalda. —Te traje algo.
 
Dios, este es el mejor hombre del mundo. Está sosteniendo una bolsa de Arabian's food. ¿Qué más puedo pedir en esta vida?
 
Se me empañan los ojos. —¿Sabías que eres el mejor padre del universo?
 
Parezco una estúpida, pero de todas formas me observa preocupado por mi repentino llanto.
 
—No te preocupes, son los efectos del medicamento. —lo tranquilizo—. Ahora trae esa deliciosa comida aquí. —Extiendo mis brazos haciéndolo reír por mis cambios de humor tan bruscos.
 
Le ofrezco una de las empanadas, pero la rechaza amablemente diciéndome que no le gusta.
 
—Lo sé, por eso te ofrecí. Es solo que me enseñaron a ser educada. —volteo los ojos a darle el primer mordisco—. Que delicia.
 
Me observa comer divertido. —Hay algo que quiero preguntarte. —Se sienta a los pies de mi cama.
 
—Dispara.
 
Se rasca la nuca, claramente está nervioso, solo hace eso cuando debe decirme algo que seguramente no me va a gustar.
 
—¿Por qué te sentiste tan cómoda con el doctor? Digo, no es algo que me moleste, me alegra de hecho, pero siempre sueles estar tensa y buscándome como loca con la mirada.
 
Al instante me relajo, creí que me dé la charla —si saben a lo que me refiero—. A este punto del juego creo que sería en vano, porque como dice el dicho, un perro viejo no aprende trucos nuevos. Y en este caso papá es el viejo.
 
Carraspeo un poco buscando las palabras adecuadas.
 
—No debes hablar si no quieres, solo...
 
—No me molesta —lo interrumpo—, es solo que es algo difícil, pero me hace bien, ¿sabes? De cierta forma me libera.
 
Todo respecto a mi trauma lo hablé con la Doctora Piterson. Casi no le conté nada a mis padres ni a nadie más. Y aún así hay cosas que siguen ocultas hasta para mi psicóloga, cosas que me llevaré a la tumba.
 
~
—Mira, lindura, traje a unos amigos para que juguemos todos juntos.
 
—Basta, por favor...
~
 
Salgo de mis recuerdos antes de que me quiebre frente a mi padre. —Robert White solía hacer movimientos lentos y predecibles. Hoy al principio sí estaba algo incómoda, pero cuando me percaté de ese detalle pude relajarme.
 
—Es bueno saberlo entonces, por si vuelves al hospital. —Eleva una comisura—. Contigo nunca se sabe cuándo harás cualquier idiotez.
 
Lo miro indignada.
 
«Todos sabemos que él tiene razón»
 
Tú tienes que estar de mi lado, traidora.
 
—Te dejo descansar, te amo, mi renito. —Besa mi frente antes de salir.
 
A los pocos minutos escucho que Venus está rasguñando la puerta desde el otro lado buscando poder entrar. Esto era lo que me faltaba, a mi amiga de cuatro patas.
 
—Pasa, gordita.
 
Tarda tan solo tres segundos en saltar a la cama y acomodarse entre las sábanas. Ya se los dije, tiene personalidad propia.
 
❁❁❁
 
Lunes, siete de la mañana, conocen la rutina.
 
—¡Buenos días, hermosa amiga!
 
—Cierra la boca, Madison. —La rubia malhumorada da un portazo brusco a mi bebé.
 
«Bájala»
 
No podemos, las chicas me regañarían.
 
«¿Y? Bájala»
 
Voy en contra de mi conciencia y decido darle una segunda oportunidad.
 
—Oye, entiendo que odies las mañanas pero no te desquites con mi auto o te irás caminando a la escuela. —La señalo amenazadora.
 
—Bien, lo siento. Oye... —escanea mi cara con los ojos— tienes suerte, la vez que me caí en los entrenamientos de porristas mi nariz quedó inflamada por un mes.
 
La imagen viene de repente a mi mente y no puedo contener la carcajada mientras le doy marcha al motor.
 
—Recuerdo que usaste cubrebocas —sonrío—, y decías que estaba a la moda cuidarse de enfermedades que circulaban por el aire. Pero no te culpo, la idea de hacer lo mismo pasó por mi mente.
 
—Gracias —dice acomodándose en el asiento para dormir los pocos minutos que tiene antes de llegar a la escuela.
 
«Oh, mi querida y linda Sophi. No vas a salvarte de mis maliciosas bromas»
 
—Luego recordé lo ridícula que ve veías y la descarté. —Listo, solté la bomba.
 
Abre los ojos de golpe y me empuja por el hombro. Gracias al cielo que fui más rápida y endurecí el agarre al volante o ahora estaríamos siendo sardinas enlatadas.
 
—¡Oye! Vas a matarnos y tú nunca has tenido sexo.
 
Mi comentario sin pensarlo hace que la lamparita de la cabeza casi me explote la luz que irradia.
Volteo a verla con una ceja levantada. Al instante entiende a dónde quiero dirigirme.
 
—Ni siquiera lo pienses Madison, te lo advierto.
 
Hago caso omiso a sus amenazas. —¿Cómo están las cosas con tu amorcito Christian? —No me responde—. Oh vamos, dile a mami Madison lo que quiere saber.
 
—Están... normales. —Rasca la parte posterior de su oreja nerviosa.
 
Bueno, tocará ser más directa para que afloje esa informada lengua que tiene ella.
 
—¿Normales en qué sentido? —pregunto avanzando cuando el semáforo cambia a verde—. Tú dime si debo decirle que te lleve a tu casa antes de las once. También puedo darte una clase sobre cómo ponerle un condón con la boca si quieres.
 
—¡Madison, no digas esas cosas! —Enrojece al instante.
 
Sophi puede ser una chica extrovertida que todos quieren, es súper popular y bla-bla-bla. Pero a la hora de hablar sobre el sexo entre personas o cosas relacionadas con el tema se pone como un tomate y busca hablar de otra cosa.
La dejo en paz el resto del camino. Cada que la molesto Amelie suele decirme que no lo haga y se pone en plan hermana mayor a su defensa. Lex en cambio suele reírse conmigo, compartimos la pasión por convertir a Sophi en un tomate con patas.
 
—Por fin llegan. —La pelirroja se acerca a nosotras con cara de espanto apenas llegamos al área de los casilleros—. Ya llegó.
 
Sabemos lo que significa al instante.
 
«Demonios, ¡no!»
 
Pues sí.
 
—Dime por favor que es mentira. —suplica la rubia—. Tal vez lo confundiste con alguien más, ¿cierto?
 
«¿Por qué ahora?, ¿por qué hoy? No me preparé psicológicamente para esto todavía»
 
Entonces ve remojando en agua fría las ganas de enterrarle una tijera en el cráneo, porque está pasando.
 
—Me encantaría que aquí fuera, pero año no podía empezar de manera oficial sin...
 
—Sin mí, por supuesto —Amelie es interrumpida por el idiota más grande del mundo.
 
Recuerda respirar, relajarte, e intentar ignorarlo a toda costa.
 
«Que lo tenga a menos de un metro no ayuda»
 
No puedo irme así como así.
 
—Hola, Madison.
 
El imbécil tampoco coopera con mantenerse con vida. Y aunque intente hacer como que no existe, Lex me codea las costillas con fuerza.
 
—Hola —acoplo todas mis fuerzas para no decirle animal—, Raúl.
 
Suelta un intento de carcajada sensual, pero termina siendo la risa de alguien que fumó durante treinta años.
 
Reposa un brazo sobre los hombros de Sophia, que no sabe qué hacer y se queda quieta. —¿Me extrañaron, preciosas?
 
Ninguna contesta. De las tres soy la única que no tiene pelos en la lengua al ponerlo en su lugar, no importa si luego tengo que soportar el enojo de su novia.
Hay veces que no me habla durante días solo porque el mono fue a quejarse con ella de que le dije tal cosa o tal otra.
 
—¿No se supone que los apodos cariñosos se los debes de decir solo a Lexi?
 
Suspira con un intento de sonrisa. —Se los digo a quién se los merece y...
 
—¿Y siempre lo haces en frente de tu novia?, ¿o también cuando estas de viaje? — lo interrumpo con la cólera burbujeando en la boca del estómago.
 
—Querida Madi —sigue como si nada—, no estás haciendo nada ganarte mis halagos.
 
«Ya está, mátalo. Luego vemos cómo escapamos de la policía»
 
Aún no.
 
—Tu estás haciendo mucho para ganarte una patada en las bolas. ¿Quieres saber qué tan cerca estás?
 
—Yo si te extrañé mucho amor. —Lex corta la discusión.
 
—Y yo, Lexi. Extrañé muchas cosas de aquí.
 
Mi amiga nos da la espalda unos segundos buscando sus libros en el casillero. El idiota de su novio aprovecha la situación para mirarme los pechos con descaro y guiñarme un ojo.
 
—Felicidades, ganaste tu premio —murmuro a punto de explotar.
 
Hago el ademán de acercarme, pero mi teléfono suena salvando al mono de quedarse sin día del padre por el resto de su miserable vida.
 
Descuelgo la llamada sin siquiera ver quién es.
 
—Estoy viendo la acalorada charla desde el final del pasillo. Di,voy para allá Luke, cortas, y te despides explicando que no entiendo un tema del examen de matemáticas y que necesito tu ayuda urgentemente, les sonríes con esa preciosa dentadura y te alejas de ahí antes de que todo termine mal.
 
—Pero... —intento refutar.
 
—Pero nada, Madi, sabes cómo es Lex con Raúl, siempre va a defenderlo a él. Ahora has lo que te digo.
 
—Voy para allá, Luke —gruño de mal humor antes de cortar. Le hago caso solo porque sé que tiene razón, y porque no me gusta patear testículos tan temprano—. Me voy, Sunshine me necesita por un examen de matemática, las veo luego.
 
Es poco decir que estoy enojadísima con la vida misma. No puedo creer que tenga que tragarme cada cosa que quiera decirle solo porque mi amiga está cegada por el amor; pero juro que uno de estos días me importará una mierda dañar sus sentimientos y sacaré todo lo que le tengo guardado.
 
—Me agradeces luego. —Mi mejor amigo pasa su brazo por mis hombros y me besa la frente al llegar a su encuentro—. Prometo que día voy a dejar que te le tires encima.
 
—Espero con ansias a que llegue el momento entonces. —Ladeo la boca en una sonrisa.
 
Escuchamos unos pasos apurados que se acercan en nuestra dirección. Es Amelie, y pareciera que está corriendo por su vida.
 
—Pudiste escapar de la tortura, felicidades —bromea mi luciérnaga favorita.
 
—Sí, pero me siento mal por dejar en el campo de batalla a Sophi —hace una mueca —. Da igual, necesito tu ayuda.
 
Me apunta con su dedo índice.
 
—Mi padre me pidió que convenciera a un chico nuevo a que se una al equipo de fútbol americano, y aunque mis dotes de manipulación son buenos, los tuyos son mejores.
 
Bueno, al menos podré descargar un poco del mal trago con un pobre desconocido que todavía no sabe lo que le espera.
 
«Suena bien»
 
Asiento con una sonrisita picarona involuntaria. No se queda más tiempo porque tiene que irse sabrá Dios a dónde.
 
—Ya que estás... —habla Luke a mi lado—, yo también necesito de tu ayuda.
 
—¿Es que acaso me vieron cara de organización caritativa o qué? —bromeo.
 
—Cállate, te ayudé con no convertirte en asesina, así que mueve ese preciado cerebrito de calculadora y explícame qué demonios es un número binómico. —Me lleva a empujones a un salón vacío.
 
❁❁❁
 
La campana suena haciéndome la persona mas feliz del universo. —Por favor recuerden sus trabajos, es un porcentaje alto de la calificación final. —Dice el profesor antes de salir.
 
Por fin terminó este martirio. El señor Lock es un anciano amigable, pero filosofía a las nueve de la mañana no puede ser considerado legal.
Salgo del salón para ir a mi próxima clase, al menos me tocan mis preciadas matemáticas, esto sí es algo que lo disfruto.
 
Estoy a punto de por entrar cuando mi teléfono suena por una llamada entrante, es Martina.
 
—Madison —su voz se escucha débil, como si estuviera llorando.
 
Me muevo de la puerta para no impedirle el paso a los demás alumnos que quieren entrar.
 
—Lo siento, no debí llamar, no puedo tratar con esta confianza a mi jefa, solo soy tu empleada. Pero es que no sabía a quién más llamar y...
 
—Martina —la interrumpo preocupada—, cálmate y dime qué pasó.
 
—Murió —sus palabras me dejan helada—, mi padre murió.
 
—Voy para allá. —Cuelgo sin pensarlo.
 
Las matemáticas pueden esperar, y los directivos puedes castigarme si quieren, pero ni muerta me quedaré aquí haciendo como que no sé nada cuando alguien que quiero la está pasando mal.
 
Cuando entro al hospital voy directo a la recepcionista. —¿Sabe en qué habitación se encontraba Jesús Adams? —Ni siquiera me preocupo por sonar amable.
 
La mujer que masca chicle de forma irritante deja de escribir en su teclado y me observa con desinterés. Parece que su vida corre en cámara lenta, porque hasta para pestañear tarda siglos.
 
—¿Es familiar? —suspira como si no hubiera dormido en décadas.
 
—Soy su sobrina —miento sin pensarlo. Cuando dudas te atrapan, y quiero hacer esto por las buenas sin tener que enfrentarme a veinte gigantes de seguridad.
 
—Voy a necesitar una identificación para corroborar eso...
 
—¡¿Acaban de decirme que mi tío murió y usted me pide una identificación?! —No me molesta hacer un show en donde hasta suelto un par de lágrimas para hacerlo más creíble—. ¡Pues no salí con nada que corrobore mi identidad!
 
Varias personas comienzan a acercarse curiosas y preocupadas por mi estado de desesperación. Hay un señor —bastante guapo a decir verdad— que me preguntó si me encontraba bien luego de vociferarle a la recepcionista lo cruel e insensible que era con una niña.
 
—Piso diez, habitación 121 —dice mirándome mal.
 
«Bingo»
 
Le agradezco a ella y al sexy sugar daddy antes de irme casi corriendo y chocando con todas las personas que se me cruzan en el camino.
 
—Martina.
 
Cuando voltea está... Dios, me parte el alma verla así. Tiene los ojos hinchados y rojos, además de unas ojeras que le llegan hasta el piso.
 
Trata de recomponerse como puede. —Señorita Madison, no se hubiese...
 
Ruedo los ojos caminando en su dirección. —Deja de decir estupideces, Martina —la regaño—, no es momento.
 
—Gracias— sus ojos se inundan y no contengo las ganas de abrazarla y consolarlarla como pueda—. Él... se fue feliz, se fue riendo.
 
No puedo evitarlo, lloro con ella.
 
Esto es horrible, no puedo creer que una chica de tan solo veintiún años tenga que pasar por esto sola ya que su madre murió cuando era niña.
Cuando su padre enfermó debió dejar sus estudios para poder trabajar y cuidarlo al mismo tiempo; pero el pronóstico no pintaba nada bueno cuando le informaron padecía un cáncer de hueso muy fuerte.
 
Xonocí al señor Jesús antes de su enfermedad. Era un hombre muy alegre y tenía una sonrisa preciosa que iluminaba la toda sala en la que se encontraba; era el tipo de hombre que te animaba como sea en los peores momentos.
Solo espero que donde sea que esté, se encuentre en paz.
 
—Me dijo que... Que quería que siguiera con mi vida, que estudie, conozca a alguien, que tenga hijos y... —se corta— Y que los críe con el mismo amor con el que me crió a mí.
 
Se me forma un nudo en la garganta que me es imposible de quitar. Solo pensar en mi padre y en mí en esta misma situación hace que llore aún más.
 
Logro visualizar el cuerpo de mi nana saliendo del ascensor. Martina está a punto de hablar sorprendida por verla aquí, pero le gano de antemano.
 
—Yo la llamé, es mucho mejor consolando en estas situaciones que yo espero que... —No puedo terminar de hablar puesto que se me tira encima para darme un gran abrazo.
 
—Muchas gracias Madison, no sabes cuánto aprecio esto —Susurra.
 
Me alejo dándoles unos minutos de privacidad a mi nana y a ella. Lorenza Rossi es una de las mejores opciones a acudir si estás pasando por un mal momento, se los aseguro. El mundo se te puede estar viniendo encima y con solo unas palabras de su parte logras sentir que el peso se aliviana un poco.
 
De alguna manera terminé en la cafetería del segundo piso.
 
—Un café con caramelo y crema grande por favor —le pido al barista viendo mis redes en el celular.
 
No tarda ni dos minutos cuando ya me está extendiendo el vaso plástico lleno de el café. Le pago lo correspondiente y me dirijo a una de las mesas arrinconadas a la pared.
 
Una notificación del grupo que tengo con mis padres ilumina la pantalla.

 
CLUB DE LA LOCURA

 
Yo
Si los llaman de la escuela, es verdad, no estoy, es importante, que mi nana les explique qué pasó. Los amo.
9:10 am

 
Policía tierno👮‍♂️
¿Estás bien?
9:11 am
 
mensajes no leídos
 
Policía blanda👮‍♀️
La señora Rossi nos llamó, ve tranquila hija, hablaré con tu nana cualquier cosa.
9:32 am

 
Dejo el para concentrarme en mi bebida, pero al parecer el mundo se empeña en taladrarme la cabeza hoy.
 
Miro nuevamente el maldito aparato y veo una llamada entrante de Amelie. Diablos, seguro no pudo convencer a ese idiota de entrar al equipo y necesita que la ayude.
 
—¿Amelie? —Intento que no se note la angustia en mi voz. Todavía sigo un poco dolida por lo del señor Jesús y lo último que quiero hacer es dar explicaciones.
 
—Hey, no pude convencerlo, estás en
altavoz.
 
«Que sea rápido»
 
—Muy bien, Alexander, soy Madison y no tengo mucho tiempo. Al parecer eres más terco que una mula, pero para tu mala suerte, yo lo soy más, así que o entras al equipo de fútbol americano como mariscal o...
 
—¿O qué? —me desafía— ¿Dime, Madison, ¿van a expulsarme? ¿van a sancionarme? ¿Cuál es la carta que tienes para hacer que entre al estúpido equipo?
 
«Amigo, acabas de cavar tu propia tumba»
 
Ni que lo digas, Mel debió advertirle no retarme si quería salir como el vencedor.
 
Debo tomarme un segundo para calmarme y no mandarlo a la mierda.
 
—Muy bien, tú no quieres estar ahí, y yo tengo cosas más importantes que hacer que hablar contigo, así que voy a hacerlo fácil y corto para ambos —comienzo a enojarme, de verdad que no estoy de humor para esto—. ¿Ves a la linda pelirroja frente a tí? Es la presidente estudiantil. Ella es la encargada de los equipos de deportes, pero por asuntos personales tiene que dejarlo por algunos días, cediéndome esa tarea a mí. Seguramente sabes que debes elegir al menos un deporte obligatorio, pues acabo de revisar las listas y todos los equipos están cerrados, el único que queda es... oh fútbol americano ¿Qué coincidencia no?
 
Empiezo a inventarme cosas mientras le mando un pdf a mi amiga para que lo imprima y se lo dé al idiota. También le escribo a Susi para que me siga el juego.
 
—Pues que pena, pero si no entras a uno de los equipos disponibles antes de que acabe el día, quedarás suspendido hasta el próximo año; y esa Alexander, es la carta que puedo usar para que entres al estúpido equipo. —No puedo evitarlo, sonrío maliciosamente—. Tengo que irme, fue un gusto extorsionarte, Alexander. Nos vemos luego, Amelie.
 
—Adiós, Mads, gracias.
 
—Cuando quieras. —Corto la llamada.
 
Me relajo un poco cuando termina la conversación. Lo único que quiero hacer ahora es poder pensar sin interrupciones...
 
—Hola, Madison.
 
—¿Es en serio? —me quejo sin abrir los ojos.
 
—Lo siento ¿interrumpí algo? —Al instante reconozco esa voz.
 
Observo en su dirección impresionada, mis sospechas eran ciertas, es... —Doctor White, lo siento. No sabía que era usted, siéntese.
 
Que vergüenza por Dios.
 
«Nos dejas en ridículo, Madison»
 
Oh, cállate.
 
—¿Cómo has estado, linda? La última vez que te vi tenías nueve años —sonríe gentil—. Carson me comentó haberte atendido, ¿algo de un partido de tenis fallido?
 
Reímos juntos. Al parecer mis estupideces son dignas de ser contadas entre médicos, una vez más pasando vergüenzas.
 
«Renunciaré a ser tu conciencia»
 
Cierra el pico, sabes que me amas.
 
«Si te hace feliz creer eso...»
 
<>>>><>>>><>>>><>>>><>>>><>>>><>>>><>
 
 
HOLA PECADORXS!!
 
Nuevo capítulo, me costó un poco escribirlo ya que estoy con una lluvia de ideas pero necesito acomodarlas para que queden bien.
 
Espero que les guste.
 
Pd: estoy pensando cambiar la raza de Venus ya que se me complica mucho encontrar fotos para ella.
 
Chaito!
 
A.♡

The Real YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora