capítulo L

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Madison

Joder, joder, joder.
 
¿A quién diablos se le ocurre hacer una estupidez tan grande como la mía? Pues a nadie, solo a Madison Miller Fox.
 
~
La loca se abalanza contra Fátima, logrando que ambas se vayan directo al... Santo cielo. Mi vista es demasiado reducida por estar en el suelo, pero logré perfectamente ver cómo desaparecían en el fuego.
 
—¡Alex toma la llave y libérate! — le grita papá—. ¡Ahora!
 
Mi chico hace lo que le piden lo más rápido que puede. Las manos le tiemblan, el fuego se acerca, la casa se destruye poco a poco a cada segundo... Y lo siguiente que sé es que estoy fuera.
 
Traigo una manta sobre los hombros, hay luces azules y rojas iluminado lo que el sol del atardecer no puede, y unos cuantos hombres y mujeres trabajando para que el infierno caliente se acabe.
 
—¡Hija! —Mi madre se cuela entre los profesionales que me rodean revisando que la no heridas que tengo en la pierna no sea de gravedad, y lo es—. Por Dios, gracias al cielo te encuentras bien.
 
Busco con la mirada a quienes estaban allí dentro; Clarisse, mi nana, Alexander, mis padres... ¿Dónde está Venus?
 
—Mamá... falta la perra. —Que no obtengo respuesta de su parte me altera los nervios— . ¿¡Dónde está!?
 
—No lograron encontrarla — murmura con los ojos inundados en lágrimas—, lo siento tanto, Madison...
 
No, no, y no. Me niego a perder a mi compañera de vida por los delirios de una psicópata con deseos de venganza absurdos.
 
De alguna forma que todavía no entiendo, logro soltarme de su intento de abrazo y de las personas que me separaban de mi objetivo, la casa en llamas.
Oigo gritos y súplicas que tratan de detenerme, hasta me liberé de una enorme mano que me tomó del hombro con demasiada fuerza.
 
Todo es oscuro y es muy difícil de respirar, pero no puedo rendirme. De aquí no salgo sin mi princesa.
 
—¡Venus! —No permito que el nudo en la garganta me impida hablar—. ¡Venus, vámonos!
 
No logro escucharla por ningún lado. Al segundo piso no puedo acceder ya que el fuego consumió por completo las escaleras, solo me queda rezar porque esté a mi alcance o...
 
Un minúsculo quejido me devuelve las esperanzas al cuerpo. Es débil, pero repetitivo, lo suficiente para que pueda seguirle el rastro hasta el baño de servicio.
 
—¡Venus! —Cierro los ojos cuando el resplandor del fuego es demasiado fuerte.
 
Está recostada en el suelo, sin poder moverse, y de todas formas me mira como nunca lo ha hecho; miedo.
Ignoro la opresión en el pecho que quiero creer es porque me duele ver a mi mascota en este estado y la levanto con fuerzas que Dios sabrá de dónde saqué.
 
—Ya casi llegamos... — la salida se ve cada vez más lejana—, resiste.
 
No estoy muy segura de a quién se lo digo, si a ella o a mí, pero siento que me debilito a cada paso que doy; y cuando ya creo que no podré salir, el aire puro me golpea los pulmones con fiereza.
 
Caigo de rodillas puesto soy incapaz de mantener el peso de mi cuerpo y el de Venus juntos, de hecho ni siquiera puedo mantener el mío solo.
 
—Esta chica está demente —murmuran quitándomela de los brazos—. ¿Me escuchas? Pues si lo haces, me llamo Aarón. Soy bombero, y tenemos que enviarte a un hospital de inmediato...
 
Sé que estoy quedándome dormida entre sus brazos, y aunque lo intente, el sueño me gana...
~
 
La maldita cosa que monitorea mis signos vitales las veinticuatro horas me martilla la cabeza sin cesar. Nadie pensaría que los latidos de uno mismo pueden llegar a ser tan malditamente torturantes.
 
Abro los ojos tratando de sacarme los malditos cables responsables del maldito sonido.
 
—Quédate quieta. —Una mano detiene mi acción—. Buenos días, Madi.
 
Gimo en protesta. —Apaga esa cosa, ya sabemos que estoy viva... —Logro alcanzar a arrancar cables que se pegaban a mi pecho.
 
El pitido se hace más intenso cuando no encuentran pulso, joder, la cosa solo empeora.
Mi chico me regaña tratando de volver a colocarlos en su lugar, pero ya hay un grupo entero de enfermeros con un desfibrilador y a los doctores White padre e hijo en la entrada de la habitación.
 
—Acostúmbrate, Carson —le habla Robert—, esta chica será un dolor de cabeza, incluso peor de lo que fue cuando era Alexander el que estaba en cama.
 
Ruedo los ojos sentándome correctamente. Odio quedarme quieta, odio no poder ir a donde yo quiera, y odio estar en un hospital.
Un enfermero se acerca a intentar conectarme otra vez, y digo intentar, porque con solo una mirada basta para que deje la acción a medias.
 
—Déjala, nunca podrás ponerle un dedo encima sin perder la extremidad entera. —Quien en su momento fue mi médico voltea hacia los demás—. Para los que no trabajaban aquí hace diez años, ella es Madison Fox. Una niña que, aunque salven su vida, los odiará por el simple hecho de mantenerla aquí.
 
Sonrío orgullosa, y es que soy fácil de recordar gracias a mi mal carácter. En contra mío, Alex está matándome con la mirada; y eso que todavía no hice nada que no sea hacerle creer a los profesionales que me estaba muriendo.
 
—No traten de discutir con ella porque perderán —sigue con su discurso—, tampoco le tocarán un cabello sin mi previa autorización. A partir de ahora solo yo puedo atenderla, si algo llega a ocurrir, me llaman de inmediato, ¿de acuerdo?
 
Asienten al unísono. Será divertido sacarlos de quicio un rato a cada uno de ellos.
Cuando era niña les tenía pavor, ahora creo que me merezco disfrutar de su compañía haciendo que les salgan canas verdes en el cabello.
 
—Ahora que estamos claros, pueden seguir con sus tareas diarias —ordena colocándose un par de guantes de látex blancos.
 
En menos de quince segundos quedamos solo él, mi novio, y yo. Al parecer Alexander conocerá mi peor faceta: la irritable.
 
—A ver, sabes que yo no deseo estar aquí y tú darías lo que fuera por que me vaya a otro hospital —comienzo viéndolo a los ojos—. No sé qué diablos tengo, solo trata de arreglarlo rápido para que ambos tengamos lo que queremos.
 
Mi chico hace el ademán de regañarme, pero es detenido por Robert. Este me observa retador durante poco tiempo; hace bastante que no nos tratábamos de esta forma, y ahora que no soy una niña, la cosa se pondrá... Interesante.
 
Contrataca a mi respuesta. —Por suerte no te tendré que soportar demasiado —toma su estetoscopio colgado del cuello—, el corte de tu pierna está controlado y no podrás apoyarla por un tiempo. Respecto a tus pulmones, tienen humo dentro, así que te mantendremos monitoreada solo durante veinticuatro horas; si mañana al mediodía estás bien, podrás irte a tu casa.
 
Me muestra lo que tiene en las manos antes de colocármelo en el pecho. Esto es algo que hacía sin falta al revisarme; me enseñaba todo lo que usaría o haría para que mi temor no sea tan grande, y me hablaba de cualquier cosa que me distraiga mientras trabajaba.
 
—Muy bien —termina de escuchar lo que sea que escucha en mi espalda—, no hay ninguna alerta por la cual preocuparse ahora. Cada tanto vendré a revisarte, y tu dieta se basará en sopa de pollo a partir de hoy.
 
Se retira cuando es llamado por un doctor. Perfecto, solo tendré que aguantar unas cuantas horas y seré libre. El problema es, ¿qué diablos hago ahora?
 
—Me asustaste. —Alex toma asiento sobre el colchón a mi lado—. ¿Cómo se te puede ocurrir correr hacia el fuego de esa manera, y con una herida de gravedad? Pudiste haber muerto, Madison.
 
Diablos, está enojado, y mucho.
 
Me las apaño para escabullirme entre su cuerpo y quedar abrazada a él. No será sencillo calmar su malhumor, pero si existe una manera de hacerlo, es usando mis ojos celestes de ángel lastimado.
 
—No te funcionará. —Trata de zafarse de mi agarre, logrando que solo me aferre más—. Suéltame, Madison.
 
—Ay ya —me quejo—, hacerte del rogar no te servirá conmigo. Mejor agradece que tu hermosa novia está sana y salva entre tus brazos.
 
Al parecer eso logra mermar su enfado, puesto que deja de resistirse y se queda quieto. Sonrío victoriosa cuando lo siento oler mi cabello, que ahora solo debe de tener humo y ceniza.
 
Busco sus labios con desesperación. Según recuerdo, segundos antes de lo que creía iba a ser mi muerte me atreví a decirle mis sentimientos otra vez. Puede ser que la ocasión haya sido algo inoportuna, pero fue sincera. No podía irme de este mundo sin predicarle mi amor absoluto una vez más.
 
—¿Cómo está Venus? —pregunto angustiada—. Cuando la encontré no podía moverse, estaba en el suelo muerta de miedo. Dime por favor que sigue viva.
 
Suspira, obligándome a esconder la cabeza bajo su cuello. —La llevaron a un hospital veterinario de urgencia. Allí descubrieron que recibió un golpe que lesionó su espina, Clarisse nos dijo que Viviana la pateó en la cabeza porque mordió su tobillo.
 
Hija de perra, como no se haya ido al infierno, yo misma la enviaré.
 
—Tiene una parálisis temporal en el cuerpo e inhalación de humo. Nada que el tiempo y cuidados especiales no solucionen —continúa hablando al tiempo que acaricia el cabello que cae por mi frente—. Clarisse y Lorenza están en el mismo hospital por lo mismo que tú, solo que tu nana tiene una fractura en el brazo. Y... no encontraron los cuerpos de Fátima y Viviana hasta que pudieron controlar la mayor parte del incendio.
 
—¿Murieron? —El pecho se me hunde cuando asiente con un leve sonido nasal—. Maldición. ¿Qué diablos fue toda esa pesadilla?
 
No recuerdo mucho de lo que decía por estar recuperándome de las descargas de electroshock, pero habló sobre que mis padres eran amantes y mataron a su padre porque no pudo cumplir con su trabajo de desaparecer a Nathaniel.
 
Al parecer también estaba pasada de loca, porque cuando entré a la casa junto a Alex... había literalmente una copia mía, ¿el remate final? Lo hacía para enamorar a mi novio, que nunca la vio más que una amiga por quedar embobado conmigo —sus palabras, no mías—.
 
Al parecer todo este tiempo engañó a medio mundo; los regalos terroríficos, las cartas con poemas escalofriantes, la reciente amistad. Cada momento fue planeado por un cerebro dañado.
 
Casi me mata, si los médicos me trataban la apuñalada tan solo cinco segundos después, la historia sería muy diferente a la que contamos ahora. Y no solo le bastó con asesinarme frente a mis padres, sino que se dio el lujo de torturarme con una picana eléctrica en la espalda.
 
Estaba demente, claramente tenía un problema si decidió suicidarse y llevarse a su madre con ella cuando la realidad la golpeó como un balde de agua fría.
 
—Sin duda, pero ya se acabó. —Me aprieta más a él—. ¿Cuántas veces te dije que no me asustaras de esta manera? De seguro bastantes, y de todas formas lo sigues haciendo.
 
—Lo siento. —Admito buscando su mirada—. Trataré de no hacerlo de nuevo.
 
Juntamos nuestras frentes entrando en un momento de conexión, este tiene muchísima más fuerza de la que he sentido en estos meses a su lado.
Su precioso avellana observándome con tanta intensidad me devuelve la valentía de admitir mis sentimientos sin restricciones, justo como lo hacía antes.
 
Poso una mano en su mejilla con el corazón desbocado. —Te amo, Alexander. Te amo con mi vida, te amo con lo que soy, y con cada fibra de mi cuerpo. —No puedo evitar la salida de una minúscula lágrima—. Siento no haber tenido el valor de decírtelo antes, pero te amo, mi Piojo. Eres el amor de mi vida...
 
No puedo seguir ya que sus labios impactan sobre los míos con demasiada fuerza, tanto que podría llegar a dolerle a algunos. La sensación de poder besarlo como tanto me gusta es increíble; me contuve por más tiempo del que debería, ahora ni de chiste podrán alejarme de su lado, ni siquiera una loca embustera lo logrará.
 
Se separa por el aire. —Yo también te amo, cariño. —Ríe entre lágrimas—. Por el resto de mi vida, lo prometo.
 
Nunca creí que me sentiría tan bien abrazada a su cuerpo como si mi vida dependiera de ello.
De ahora en más, somos nosotros dos contra el mundo; porque ni los prejuicios, ni las drogas, ni una psicópata sedienta de venganza pudieron detenernos. Así que el mundo se prepare, porque nuestra relación va para rato aún.
 
Por fin al otro día, el doctor White accedió a darme el alta médica.
Tuve que hacer enfadar a varios enfermeros que querían atenderme y ganarme varios regaños por parte de mis educado novio, pero logré salir tres horas antes. Una hazaña considerando lo estrictos que pueden llegar a ser en estos lugares.
 
—Ya vete de aquí, encarnación del diablo. —Robert me entrega un bote de pastillas calmantes—. Para el dolor de la pierna, sabes cómo usarlas.
 
—Gracias —sonrío complacida—, espero no verlo en un buen tiempo, ni estar en una de sus camillas.
 
Nos quedamos en silencio durante poco menos de un minuto, luego solo reímos y nos abrazamos. ¿Raro? Tal vez, pero nada es normal en mi vida estos últimos días.
 
—Cuídate, Madison. —Deja un tierno beso en mi frente—. Espero que sigas siendo esta mujer fuerte e independiente en la que te has convertido.
 
«Aww, me hará llorar»
 
—Te quiero mucho, Robert.
 
—Y yo, pequeña guerrera.
 
Nos separamos, dándonos cuenta de que teníamos a un espectador observando nuestra escena de cariño.
 
Alex despega si cuerpo del marco de la puerta. —Desde que yo estuve hospitalizado se pelearon como perros y gatos, incluyendo este día, ¿y ahora se abrazan y se quieren?
 
—Somos raros —me encojo de hombros—, nos apreciamos solo cuando no tenemos que tratar el uno con el otro.
 
El doctor White se retira con la excusa de no querer estar más tiempo en la misma habitación que yo, por supuesto que fue su forma de decirme que se pondrá sentimental si alarga la despedida.
 
Mis padres nos están esperando en el estacionamiento, literalmente quisieron dejar el trabajo para venir a buscarme los dos juntos y llevarme a... No estoy muy segura de a dónde todavía. Se supone que Alexander me cuidará hasta que ellos lleguen por la noche, pero estoy segura de que también se quedará a dormir.
 
Me esperan varios días en los que lo tendré pegado a mi cadera como una garrapata, y no es como que la idea me moleste demasiado que digamos. Hasta podríamos hacer cosas que hace bastante que no hacemos, si es que me entienden.
 
—¡Aquí está la niña más hermosa que pude tener! —Mamá no se resiste en abrazarme eufórica—. ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? ¿Te duele la pierna? ¿Qué te dijo Robert?
 
No puedo evitar sonreír negando con la cabeza, así es cómo de comportará hasta que vea que la herida haya desaparecido por completo.
 
—Estoy bien, mami. —Le doy una mirada rápida a mi novio a modo de disculpa cuando se me enciende una lamparita en la cabeza—. ¿Por qué mejor no le preguntas eso a Alex? Creo que lo vi cojeando al salir del ascensor.
 
Lo siento mucho por él, pero si puedo salvarme de ella por al menos lo que nos llevará llegar a la casa, tomaré la oportunidad.
Mi madre ya no me presta atención, por lo que paso a los brazos de mi papá. Él al menos no me va a bombardear con preguntas eternas.
 
—¿Cómo te sientes, renito? —inquiere abrazándome con fuerza.
 
Me permito sentir su delicioso aroma a madera con la cara enterrada en su pecho. —Mejor ahora que ya salí de allí. —Separo la cabeza para mirarlo a los ojos—. Te extrañé.
 
—Solo fue un día, renito —sonríe divertido—. Además, estoy seguro de que mi nuero te cuidó muy bien.
 
Hago una mueca involuntaria. —Si llamas cuidarme a regañarme cada quince minutos, pues si, me cuidó bien.
 
No es mentira. Cada que lograba sacarle aunque sea una minúscula sonrisa, el muy imbécil recordaba que había corrido hacia el fuego como una desquiciada y pasaba a tener el mismo malhumor.
 
—Tenía razones para hacerlo —lo justifica—. Nos asustaste mucho, a todos. Casi te pierdo, hija. —Los ojos se le empañan, pero trata de ocultarlo pestañeando repetidas veces—. Verte afuera de la casa inconsciente, rodeada de médicos y bomberos... Creí que estabas muerta.
 
Lo abrazo por el cuello con fuerza, me aferro a él. Porque tiene la razón absoluta, casi me muero, igual que todos los que estábamos bajo las manos de esa loca.
 
—Lo sé, y lo siento mucho —digo con el corazón en la garganta—. No tengo ni idea de por qué lo hice solo... lo siento.
 
—Tranquila, mi dulce y tierno renito. —Besa mi frente logrando que cierre los ojos—. Ya se terminó, la pesadilla acabó. Por siempre.
 
Minutos después estamos los cuatro en el auto, con mamá conduciendo y su esposo de copiloto, lo que significa que Alexander y yo tenemos la parte trasera solo para nosotros.
Mucho no logramos hacer puesto que teníamos compañía, pero al menos pude permitirme descansar el peso cuerpo entre sus brazos mientras disfrutaba de continuas caricias a lo largo de mi espalda y cabeza.
 
—¿Qué ocurrió con nuestra casa? —pregunto jugando con los dedo de mi chico.
 
—El fuego arrasó con casi todo lo del primer piso —responde papá viendo al frente—, por suerte los cimientos no se vieron dañados. Una buena mano de obra y amoblado harán que vuelva a la normalidad.
 
—Respecto a lo demás... —sigue mi madre—, los bomberos dijeron que había gasolina en tu habitación, por lo que tus cosas...
 
—Se quemaron —termino por ella—. Dime que al menos mis biblioteca de la sala de juego está sana y salva.
 
Como uno solo de esos libros se dañó con un solo grumo de ceniza, juro que tomaré a Viviana Collins de las greñas y la regresaré del maldito infierno en donde está para matarla por mi cuenta.
 
Pero dejando eso de lado, mis pertenencias, joder; ropa, cuadros, recuerdos, todo destruido en tan solo unos minutos.
El valor económico no me importa en lo absoluto, son objetos que pueden reponerse, lo que me aflige es el valor sentimental que varias cosas poseían. Desde muñecos que tengo de cuando era una niña, hasta dibujos que la menor de mis cuñadas me hizo con amor.
 
—El tercer piso se encuentra libre de fuego, puedes quedarte tranquila. —Mamá me dirige una sonrisa tranquilizadora—. Nos estamos quedando en una de las suites del hotel, y allí estaremos por los próximos dos meses.
 
Asiento antes de volver a esconderme en la seguridad del cuerpo de mi novio.
 
Me molesta el simple hecho de pensar que no dormiré en la comodidad de mi cama durante un buen tiempo, incluso si los colchones del Hotel Warrior son de la mejor calidad, no es lo mismo.
Miles y miles de personas pasaron por esa misma habitación, sabrá Dios cuántas con exactitud; es imposible sentirla como propia, hay demasiadas historias dentro para hacerlo.
 
Al llegar al hotel, discutí con mi chico y su suegro porque me negaba a usar la silla de ruedas que mandaron a traer.
Mamá trató de ser la intermediaria, pero eso de ser civilizada se fue al diablo cuando uno de ese par de idiotas dijo que no podría caminar yo sola en mi condición; y como orgullosa portadora del apellido Fox, saltó a vociferar que podía hacer lo que se me dé la maldita gana.
 
El asunto terminó con mi madre sirviéndome de apoyo, y nuestros hombres siguiéndonos detrás en silencio.
 
—Lo ven, cualquier cosa es posible si tienen mi apellido —sonríe victoriosa luego de ayudarme a sentarme en el sofá—. Incluso hubiera podido hacerlo sola si así lo querría.
 
—Lo entendieron, mamá. No es necesaria tu protección de leona. —Tomo su mano—. Ya váyanse a trabajar, Alex de seguro me tendrá tan vigilada como ustedes lo harían.
 
«Como un halcón»
 
Ni que lo digas.
 
Se van juntos luego de dejar besos en nuestras frentes. Ahora si, comenzó la verdadera diversión.
 
Tomo la muñeca de Alexander y lo jalo en mi dirección. No puedo recordar cuándo fue la última vez que tuve relaciones, solo sé que estoy acostumbrada a estar bien satisfecha, incluso cuando no tenía al bombón de mi novio conmigo.
 
—¿Qué haces? —pregunta divertido intentando bajarse de encima mío—. Vas a lastimarte la herida, tonta.
 
—Yo, te deseo. —Beso su boca tomándolo de la mandíbula—. Te necesito...
 
Permite que lo siga besando con fiereza; y justo cuando comienzo a bajar la mano hasta lo que me encanta de su cuerpo, detiene la acción separándose.
 
—Madison, acabas de salir del hospital, no podemos.
 
Sonrío maliciosa. Él habla y habla de cuidarme, evitar empeorar mi pierna, y blablabla. Pero no se entera de que su amiguito ya despertó, me doy cuenta porque empiezo a sentirlo presionando en la zona bajo el ombligo.
Decido tomarlo con un poco de fuerza para que se dé cuenta de lo que pasa allí abajo.
 
—Ya no soporto no sentirte, cariño. —Aprieto un poco más su deliciosa virilidad—. Te necesito dentro mío... por favor.
 
Suplicarle viéndolo a los ojos es el estímulo suficiente que le hacía falta para que me tome de las caderas y camine conmigo encima en dirección a la que usaré como habitación.
 
Reposa mi espalda sobre el colchón con delicadeza, luego solo retrocede un poco.
 
—Si vamos a hacer esto —se quita la camiseta blanca que tapaban esos marcados abdominales— tienes que prometerme que lo tomaremos con calma. Yo sigo recuperándome, y tu pierna apenas comienza a curarse.
 
Asiento con una minúscula sonrisa, parecemos dos lisiados queriendo tener sexo luego de mucho tiempo.
 
El pulso se me vuelve un desastre cuando la ropa desaparece de la ecuación. Me estremezco de solo pensar que cada rincón de su cuerpo me pertenece a mí y solo a mí.
Por Dios, parezco una niña virgen que ve por primera vez una polla, concéntrate, Madison.
 
Impido que se ponga encima mío. —No uses la rodilla, te va a doler.
 
—¿Y entonces cómo lo hacemos? —Me toma de la nuca para impulsarme hacia arriba, pegando nuestras frentes—. Ninguno de los dos puede usar las piernas.
 
Hago una mueca de no saber qué diablos responderle, lo de los lisiados era verdad al final.
Reímos juntos y acaricio sus mejillas con ambas manos.
 
—¿Confías en mí? —Mi pregunta lo confunde—. No digas nada, solo respóndeme eso.
 
—Sabes que sí, siempre.
 
Nos coloco acostados en la cama de lado, viéndonos a la cara. Nunca hemos intentado la posición de cucharita viéndonos a la cara, somos más de uno arriba y otro abajo; pero dadas las circunstancias, tendremos que probar nuevas cosas si queremos seguir teniendo sexo.
 
Me quedo sin aire en los pulmones cuando entra en mi cuerpo, olvidaba lo grandioso que se siente su polla invadiendo lo que le plazca, llenando cada rincón sin conocer.
 
Levanto la pierna y la coloco detrás de él en busca de mayor penetración, y vaya que lo consigo.
 
—Alexander... —jadeo sobre su boca—. Te amo... ¡Dios!
 
Aumenta la presión que sus palmas ejercen en mi espalda. Son demasiados nervios estimulándose luego de mucho tiempo, demasiados sentimientos acumulados, demasiadas cosas que burbujean y estallan con cada embestida.
 
—Te extrañé demasiado, mi Bambi —apenas si logra besarme puesto que si lo hace nos asfixiamos ambos—, te amo...
 
Lo último hace que explote en un millón de pedacitos, luego siento cómo mi novio también llega a su punto máximo de placer.
 
«Joder»
 
Soy capaz de repetir eso una y otra vez, pero primero, este idiota sobreprotector no me dejaría; y segundo, nuestras heridas nos detendrían a la mitad del tercer round.
 
—Sí, elegí bien —murmura luego de quedarnos en silencio unos minutos para absorber lo ocurrido de la situación—. Digo, que elegí bien al amor de mi vida.
 
Mi cara se llena de ternura. —Eres un malvavisco, cariño.
 
—¿Por qué todos me dicen eso? —Arruga las cejas con molestia, evitando mi mirada.
 
—Porque lo eres. —Beso de pico sus labios—. Te amo, mi Piojo.
 
Mío, y solo mío. Desde ya declaro que si alguien más intenta separarnos, sufrirán el mismo destino o peor que la otra, siendo un pedazo de carbón.
 
«Dicen que el que avisa no traiciona»
 
Pasamos lo que restaba del día juntos en la cama, adivinen, comiendo y viendo películas. ¿Pueden creerlo? Mataba por estar abrazada a mi novio viendo cualquier cosa infantil.
Respecto a seguir con el otro tipo de diversión... digamos que usamos otro tipo de métodos, pero eso ya lo deja a la imaginación de cada uno.
 
Despierto con un incesante movimiento a mi lado.
 
—Mhm... ¿Alex? —Volteo el cuerpo en su dirección—. Cariño, ¿qué ocurre?
 
—Nada, la rodilla comenzó a molestarme. —Deja un casto beso en mi frente—. Duérmete.
 
Sus intentos por ignorar la situación son en vano. Me siento sobre la cama y enciendo la luz de noche que está de mi lado.
 
—¿Tomaste el calmante? —Arqueo una ceja al no tener una respuesta, solo evita mirarme a la cara—. ¿Hola?
 
—Dejé de tomarlos —admite en un susurro—, temo volver a ser un imbécil si los consumo...
 
No puedo creerlo, este chico es un idiota que trata de no ser un idiota, lo que lo convierte en el mayor de los idiotas.
 
Me levanto enfadada en busca de los medicamentos que el doctor White me recetó a mí.
Voy saltando en un pie de forma ridícula hasta el baño y vuelvo al encuentro de mi novio de la misma manera.
 
—¿Qué haces? —pregunta tratando de tomarme de las caderas—. Te vas a las...
 
—Cállate. —Forcejeo con él hasta que logro subírmele encima—. ¿Cómo se te ocurre suspender lo que merma el dolor? Mírame —lo tomo de la mandíbula cuando no lo hace—, juro por lo que más quiero, que no serán el mismo de antes si, aún así si decides no castigarte de esta manera.
 
Saco del tubo de plástico una de las pastillas blancas. Estas no son tan potentes como las que le recetaron a mi chico, pero de todas formas servirán para pasar la noche sin dolencias.
Al principio se niega a aceptarla, por lo que tengo que metérmela a la boca yo y...
 
—Tramposa —se queja despegándose de mis labios—. Te odio, Miller Fox.
 
—Yo te amo muchísimo. —Acaricio con el pulgar su labio inferior—. Ahora a dormir.

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