Capítulo XXIII

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Madison
 
¿Alguna vez tuviste esa extraña, pero acogedora sensación de tranquilidad? En donde tus problemas están resueltos y puedes bajar la guardia. Pues así es como yo no me siento en estos momentos.
 
—Tienes que considerar la idea, Madison...
 
—No. Ni muerta. —Me levanto del sofá con mi taza de chocolate en la mano. Miro la preciosa vista que ofrece la ciudad, siempre me relaja cuando debo pensar—. Tiene que haber otra forma, Francesco.
 
—Me encantaría que la hubiera, Madi. Pero el juez considera que tu padre... —Se frena en seco gracias a mi mala mirada—. El juez considera que Nathaniel... —se queda unos segundos en silencio tanteando mi reacción, al ver que es positiva, continua con el discurso— tiene derecho a dar a conocer su opinión sobre el asunto.
 
Pregunto sobre la orden de alejamiento levantada en su contra. Se supone que tiene la obligación legal a una distancia de un kilómetros mío, de mis padres, de mi casa, la Academia, y todos los lugares que visito con frecuencia. Si se atreve a desobedecer puede enfrentarse a una multa bastante jugosa, o una condena de cinco años en prisión. Pero por supuesto, en este tipo de casos se puede suspender la orden de manera temporal siempre y cuando ambos estén de acuerdo y sean vigilados a cada segundo por cualquier cosa.
 
No sé en que momento se puso de pie y caminó hacia mí, pero rápidamente me toma del hombro y me voltea, dándome un cálido abrazo. Al instante las ganas de llorar como un huracán.
 
—Todo va a estar bien. Nos presentaremos al juzgado, explicaremos nuestra petición, ganaremos el caso, y luego vendremos aquí a celebrar nuestra victoria con una enorme taza de chocolate caliente cada uno. —Lo último me saca una pequeña sonrisa, que no puede ver ya que tengo mi cara enterrada en su pecho—. No tendrás ni que mirarlo y no permitiré que se acerque a ti, lo prometo.
 
—Gracias, tío Chesco —suspiro en un vago intento de despojar las lágrimas de mis ojos—, de verdad muchas gracias.
 
—Es mi trabajo. —Besa mi cabeza repetidas veces hasta que el sonido de su celular nos interrumpe—. El deber llama. Te avisaré cuándo será la citatoria.
 
Recuerdo que yo también tengo ciertas responsabilidades que cumplir sin falta, y es que mi clase de la Academia dentro de poco. Francesco se me burla en la cara diciéndome que es imposible que llegue a tiempo, y lo que él no sabe es que Madison Fox es capaz de hasta lo más imposible.
 
Tomo mi bolso de la silla frente a su escritorio. —Nos vemos, tío. Oh, oye... —me freno en seco antes de salir por la puerta—, ¿crees que... que ganaremos el caso?
 
—Eso no tienes ni que preguntarlo, soy Francesco Spark, el mejor abogado del país —alardea con una sonrisa estúpida—. La secretaria del juez ya está mandando a imprimir los papeles de la eliminación de su patria potestad.
 
«Pues supongo que tendremos que creer en él entonces»
 
Cierro la puerta de la oficina antes de que siga creyéndose el ombligo del mundo.
Hablo en serio cuando digo que hoy no está en mis planes llegar tarde, en especial porque hice una apuesta con Andrea y Max; si llego a tiempo durante toda la semana, me deberán cien dólares cada uno.
 
Mis tacones bajos resuenan en el piso negro de la Academia.
 
—Vaya, quince minutos antes, me enorgulleces, Madison. —Flor me recibe con su habitual sonrisa. —Hasta tienes tiempo de cambiarte tranquila.
 
Firmo la tableta de llegara con la diversión reflejándose en el rostro, si tan solo supiera que me puse como veinte millones de alarmas y le dije a Amelie que me haga acordar no me felicitaría tanto. Me despido de ella y camino a los vestuarios.
 
Luego de despojarme del pantalón negro y la blusa de seda crema, y colocarme una camiseta ombliguera suelta con un leggin celeste pastel, camino con mi bolso cargado al hombro hacia el estudio correspondiente, haciendo un leve desvío por la cafetería para comprar una barra de cereal y no tener el estómago vacío.
 
Todavía quedan unos cuantos minutos antes de que inicie la clase y ninguno de mis compañeros llegó aún, así que me pongo a quemar el tiempo practicando mi técnica y dando volteretas.
 
—No puedo creerlo, si sigue así va a vencernos. —La griega y Max entran juntos por la puerta—. Tendremos que pinchar una de sus ruedas. ¿Tienes algo filoso que podamos usar, Max?
 
—No, pero mi padre es jardinero. —conversan fingiendo que no estoy aquí—. De seguro tiene algo que sirva.
 
Río muy irónica. —Pero que cómicos que están hoy. ¿Andrea, qué te dije de comer payasos? Por tu culpa ya no me permiten ir al circo.
 
—Muy graciosa. —Me acribilla con la mirada mientras yo me aguanto la risa.
 
Hay una historia digna de noche de alcohol y confesiones detrás de mi comentario. Solo voy a decirles tres cosas: chistes malos, narices rojas, y payasos infieles.
 
—Luego me cuentan esa retorcida pero interesante historia. —Mi amigo deja su bolso azul oscuro junto al mío y se sienta a mi lado a estirar los músculos—. ¿Te sientes mejor, Madison? Papá me dijo que esta mañana no te sentías muy bien.
 
Recuerdo la charla que tuve esta mañana con cierto señorito que apareció en mi casa de sorpresa.
Tengo que admitirlo, nunca me imaginé a Alexander Baker disculpándose conmigo, mucho menos que haya hablado con terceros para saber mi paradero.
 
Sé que varios dirán que estoy medio loca por perdonarlo tan fácil. Pero, ¿qué más podía hacer? El muy inteligente me trajo empanadas árabes, Tzatziki con pan y de postre Baklavas. ¡Cómo no aceptar sus disculpas si me alimenta de esa forma!
Además, no soy muy admiradora de llevarme mal con las personas. Se equivocó —que en cierto punto tenía sus razones—, y se disculpó luego. Podemos empezar de nuevo, por lo que me dicen los demás es un chico bastante agradable, ¿por qué no habría de intentarlo?
 
—Hace mucho que no salimos. —Andrea me saca de mis pensamiento —. ¿Luego de aquí quieren ir a tomar algo por ahí?
 
Aunque me encantaría salir a divertirme, tengo que rechazar su oferta. Mi nana me dejó salir de la cama solo si prometía volver luego, y ni de broma me atrevería a desobedecerla.
 
—Sí, y yo tengo planes. —Al instante las dos giramos la cabeza como el exorcista hacia Max, que se pone nervioso por nuestro repentino análisis visual— ¿Por qué me ven así?
 
La griega es quien toma la palabra. —¿Qué tienes que hacer tú? Espera, déjame reformular mi pregunta. ¿Con quién planeas estar?
 
—Ehh... yo... nada. Solo iré con mi hermano a ver un partido de basquetbol.
 
—¿Qué dice tu detector, Madi-Pu?
 
Examino con intensidad los ojos de mi amigo. Si alguien me viera pensaría que estoy intentando leer su mente, que en cierto punto lo hago. Tardo unos segundos en darles una respuesta que a uno le agrada y a otro no tanto: Mentira.
 
Max intenta seguir con su coartada diciendo que podemos preguntarles a Mike ahora mismo, pero con solo seguir viéndolo basta para que suelte la lengua.
 
—¡Te detesto, Madison Fox! —Lleva su torso hacia atrás hasta que toca el suelo—. Voy a quitarte esos ojos azules y que así no puedas volver a psicoanalizar a nadie más. —Suspira resignado—. Iré a comer con Dominick esta noche.
 
«¡No te lo creo!»
 
Al instante Andrea se le sube encima del estómago. —¡Maldito! ¿Las cosas con el caliente alemán avanzaron y no nos dijiste nada?
 
—Max tendrá sexo esta noche... —canturreo con una gran sonrisa— el sexy alemán lo dejará en silla de ruedas por semanas.
 
«Yo quiero quedar en silla de ruedas»
 
Yo también, necesito acostarme con alguien ya.
 
Logra soltarse de las garras griegas de mi amiga. —Pero que finura que tienen ambas. Son unas hermosas princesas, solo que criada por los enanos en el bosque en vez de en el castillo.
 
Ambas lo molestamos haciéndole cosquillas al mismo tiempo, pero tenemos que detenernos cuando por la puerta del salón comienzan a ingresar todos, y a los pocos minutos, Natalie con...
 
«Santo, Cristo»
 
—¿Ese no es...?
 
—Dereck Hough —finalizo la oración de Max—, de verdad es él.
 
«Acaso estamos soñando»
 
Parece ser.
 
Me levanto del suelo rápidamente al igual que mis amigos mientas nuestra profesora habla en un tono de voz alto.
 
—¡Atención! Podrán darse cuenta por las caras paralizadas de Andrea y Madison que tenemos a un invitado especial. —Ni siquiera con eso logra sacarnos de la hipnosis mental en la que estamos—. Él es Derek Hough, coreógrafo y bailarín de Somnium Chorus, una de las mejores compañías de danza del país. —Le da la palabra con un leve asentimiento de cabeza.
 
—Un placer conocerlos, chicos, me han hablado maravillas de ustedes. —Su tono de voz es perfecto, ni muy agudo ni muy grabe, solo perfecto—. Con Natalie estamos hablando desde hace unos cuantos meses con la idea de realizar un proyecto juntos que no solo les dará reconocimiento en el mundo del baile a los que quieran seguir con su carrera a nivel profesional, sino que también nos divertiremos en el camino.
 
—Lo que tenemos planeado... —sigue nuestra profesora— es hacer toda la producción profesional de videos coreográficos.
 
Los murmullos y risas resuenan por el lugar. No es un secreto que una oportunidad así es un sueño para cualquier novato.
 
Explican que en total haremos cuatro coreografías; un solo, un dúo, un grupal, y otro en el que un par bailarán con Derek.
 
Luego de darnos un par de recomendaciones al trabajar con un profesor de talla mundial, Nat nos envía a calentar a la barra. Pero hay una excepción, a Andre, Max, y a mí nos hace una seña con el dedo para que nos acerquemos.
 
Mis piernas se esfuerzan por cumplir con la acción que les envía mi cerebro sin enredarse entre si en el intento.
 
«No me dejes en ridículo»
 
Tú haz tu trabajo, y yo haré el mío.
 
«Hecho»
 
—Derek, ellos son los chicos de los que te hablé. Él es Max, Andrea, y Madison.

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