Capítulo XXXIII

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MARATÓN 1/2

Madison

Tocan la puerta de mi habitación, lo que me faltaba.
 
—¿Quién? —grito buscando mi otro zapato debajo de la cama—. ¿Escondiste mis zapatos de nuevo, Venus?
 
—¿Puedo pasar, renito? —Entra cuando asiento con un sonido nasal—. Tu madre quiere saber si vendrás a la oficina con nosotros, aunque creo que no.
 
—¿Por qué lo dices? —pregunto divertida mientras soplo un mechón de cabello que molestaba en mi cara. —Por cierto, ¿Has visto mis zapatos de tacón claros, o mi camisa de seda roja o...?
 
Me interrumpe tomándome de los hombros. —Oye, bájale veinte niveles a tu intensidad. Ven, siéntate. —Tira de mi brazo y hace un espacio en mi cama cubierta de ropa para los dos—. No te veo así de nerviosa desde que supiste que Fifth Harmony se quedaría en el hotel.
 
En mi defensa, estaba en mi época Harmonizers, y nunca pude verlas en persona porque tenía cita con el dentista. El lado bueno es que ahora tengo una preciosa dentadura, el lado malo es que nunca pude tomarme una fotografía con Normani Kordei.
 
—¿Qué pasó? Porque la Madison que conozco no suele tener problemas para decidir qué ponerse.
 
Ya me parezco a Lexi.
 
—Es solo que... —suspiro derrotada, no puedo ocultarle nada a este hombre— hoy es la reunión con los desempleados del hotel. Me provoca pánico el simple hecho de presentarme frente a ellos y que me culpen por la pérdida de sus trabajos...
 
Interrumpe por segunda vez, pero esta vez poniendo una mano sobre mi rodilla en señal de apoyo. —No eres responsable de eso porque no estaba en tus planes tener un accidente. Solo eres responsable de ser una hermosa persona por intentar ayudarlos, cariño.
 
—¿Y si ellos no lo ven así? —pregunto jugando con el cordón de mi bata blanca.
 
Se supone que tengo que salir en quince minutos y sigo en pijama, sin maquillar, y con un patético moño desarreglado en el cabello.
 
Soy increíble.
 
—Lo harán, confía en mí. —Se queda en silencio unos minutos, supongo que para que pueda pensar en lo que dijo—. Muy bien, respecto a tu problema de moda... —camina hasta mi armario— no soy muy bueno en esto de combinar patrones y colores, pero puedo inventar algo.
 
«Oh no»
 
Tenle un poco de fe.
 
«¿Acaso recuerdas cómo quiso vestirnos el día que íbamos a la Casa Blanca?»
 
Estampados coloridos y zapatos con calcetines, imposible de olvidar.
 
Los próximos dos minutos me los paso viéndolo moverse de punta a punta con varias prendas en las manos.
De solo pensar el grito que Clarisse pondrá en el cielo cuando se entere de todo ese desorden me genera ganas de mudarme a la Luna por tiempo indefinido.
 
—Aquí tenemos... —sale simulando ser un diseñador de modas— un precioso vestido color negro, con una camisa tamaño XL crema de que estoy seguro le pertenece a mi guardarropa, y estas divinas botas de cuero negro con un tacón de quince centímetros que si pisas mal te rompes un pie. Fíjate tú los accesorios que te vayas a poner.
 
—Linda formas de mercadotecnia. —Sonrío recibiendo el oufit completo. La verdad es que ni tan mal le quedó, pero el bicho de la inseguridad aparece sin previa invitación—. ¿No lo crees muy informal para la ocasión —pregunto colocando la ropa sobre la cama intentando analizarla con mayor claridad.
 
Bufa y rueda los ojos agotado. —Entra a ese baño, cámbiate, arréglate esas greñas y ponte algo de maquillaje en la cara. Luego sube a tu auto y conduce hasta el legado millonario que tienes, siendo una Miller Fox. —Me quedo como idiota procesando sus palabras—. ¿No me escuchaste? ¡Levántate y triunfa!
 
Sonrío enternecida. Puede ser un algodón de azúcar cuando lo desea.
 
—Bien, pero sostengo mi idea de convertirme en una esposa que se la pasa de compras. —Lo señalo con el dedo—. Si esto de ser una empresaria exitosa no me funciona, voy a anotarme en una página de citas.
 
Hace que tome el oufit y me empuja suavemente para que camine. —Dos palabras: Alexander Baker.
 
—Tienes razón. Su fortuna se ve apetitosa para gastarla en ropa y cortinas. —Volteo bajo el marco de la puerta del baño. El que su cara de fastidio se intensifique me da la señal para que pare—. Solo bromeo, tranquilo. Prometo gastar tu fortuna en cortinas. —Beso su mejilla, sin abandonar la diversión en mi cara—. Vayan con mamá tranquilos, no quiero retrasarlos más.
 
—Bien. Y no es por aplicarte presión, renito, pero tienes... —mira el reloj de oro que trae en su muñeca— media hora para llegar a la junta.
 
Bueno, lo mejor siempre se hace esperar un poco, creo.
 
Gracias al cielo ya me di una rápida ducha antes de mi crisis de vestuario, por lo que solo tengo que acomodarme un poco el cabello en una coleta alta. Aplico casi nada de corrector, iluminador, máscara de pestañas y brillo labial en las zonas adecuadas. La mínima cantidad no es porque quiera ir natural, sino porque de verdad estoy llegando demasiado tarde.
 
Una vez resuelto el asunto de maquillaje, deslizo la única prenda de seda que cubría mi cuerpo para reemplazarla por el precioso vestido que mi vestuarista eligió. Coloco el cinturón, camisa y collares que funcionan como accesorios, subo el cierre de las botas y ya estoy lista.

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