Capítulo VII

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Madison
 
—Siempre es en la misma fecha y siempre tenemos el mismo problema.
 
—No tenemos una disponibilidad tan grande, no podemos suponer que realizarán el
pedido.
 
—¿Sabes? Todos los años usan la misma excusa, y estoy segura de que hablé contigo el ante año pasado por el mismo asunto. ¿No creen que después de veinte años llamando la misma fecha para la misma cantidad de globos deberían estar acostumbrados?
 
—Hablaré con los proveedores, tal vez tienen alguna reserva, es lo único que puedo hacer.
 
—Muy bien, gracias. —Corto el teléfono y camino con la vista en él hasta el comedor.
 
Me entraron las repentinas ganas de asesinar a alguien. Tendría que seguir el consejo de Lex y asistir a algunas clases de tiro durante estos días.
 
—Buen día. —Suspiro acercándome al taburete en el que mi padre está desayunando con un periódico, necesito mi beso de la mañana.
 
Paso mis brazos por encima de sus hombros para abrazarlo por detrás, su aroma logra calmar la frustración al instante.
 
—¿Están siendo divertidos los preparativos? —pregunta ladeando la cara—. Porque déjame decirte que no se te ve nada feliz.
 
Me robo un trago de café de su taza desesperada por algo que me despierte. —Tan divertido como una espina clavada en el trasero. —Busco en el refrigerador chocolate. Suelo comer lo que sea en estas fechas así que da igual—. Renuncio a toda posibilidad de heredar los hoteles —digo tapándome la boca—, prefiero casarme con un multimillonario y no volver a mover un solo dedo en mi vida —bromeo, más o menos.
 
—Pues no lo necesitas, ya eres multimillonaria. —Se encoge de hombros simulando desinterés por mis decisiones maritales—. Pero ni sueñes que vas a desperdiciar ese cerebrito de chimpancé. —Golpetea su sien con el dedo índice.
 
¿Acaba de decirme mono?
 
«No lo sé»
 
Me dijo mono el muy desgraciado. Si sigue así ya tendré la colección de todos los animales descubiertos por el hombro; por ahora voy con el reno, y se le acaba de sumar mono.
 
—Sobre mi cadáver, renito.
 
Lo observo con una mueca tirando el envoltorio del dulce que acabo de comer al cesto de la basura. —Eh, que ya se me fue la nariz de payaso. —Toco la zona, si presiono aún me duele, pero gracias al cielo que el morado ya desapareció porque no iba a ser capaz de maquillarla cada mañana.
 
—Lo sé, pero es un tierno apodo, así que vete acostumbrando a él.
 
Desaparezco unos cuantos segundos a la despensa. Nana hoy no estará hasta el mediodía y estoy segura de que estoy a un pelo de acabar con las reservas.
Decido imaginar que ella está aquí regañándome por comer porquerías a cualquier hora y salgo mentalizada en tomar una simple fruta.
 
—Entonces vete acostumbrando al tuyo. —Aunque lo intente, la manzana se me hace asquerosa en estos momentos, así que me resigno a no comer nada—. Todavía no estoy segura de cuál sea, pero lo sabré apenas hagas algo ridículo digno de burlarme.
 
Le llega un mensaje al teléfono que provoca que se levante del asiento. —Suena divertido, prometo no fallar en nada hasta que vuelva a casa. —besa mi frente—. Espero que disfrutes de la organización de la fiesta, e intenta no tener un colapso, porque dos veces al hospital en tan poco tiempo sería muy vergonzoso.
 
Decido ignorar lo último. —Ten un lindo día, papá.
 
«Sabes que...»
 
¡Ya sé que crees que tienes razón!
 
—Te amo, renito. —Toma su portafolios del sofá y se encamina a la puerta principal.
 
—¡Recuerda tomar una fotografía si llegas a hacer algo que te deje en ridículo! —grito cuando está saliendo. Me responde con una sonora y alegre carcajada antes de cerrar—. Muy bien. Venus, vamos a comer.
 
Luego de alimentar y consentir a la princesa, vuelvo a ver mi lista de tareas que dejé sobre la isla. La libreta está organizada a la perfección por colores: rojo, pendiente; amarillo, en curso; y verde, hecho.
 
Es una desgracia que casi todo esté en el mismo color. Tengo como un millón de cosas por hacer todavía y eso que la mañana recién está comenzando, al final del día voy a estar arrancándome el cabello gracias a la frustración.
 
Salgo de mis pensamientos cuando escucho mi teléfono sonar.
 
—Buen día, Amelie.
 
—Hola, Mads.
 
—Dime que no pasó nada grave. —Froto mi ojo con la mano libre—. Estoy a nada de dejar la preparación de lado e ir a alquilar un castillo inflable para que se diviertan con eso.
 
—Prometo que no es nada malo, solo necesito que me esperes y me lleves a la escuela. Estoy caminando hasta tu casa.
 
¿Por qué me asusta de esta manera? Creí que me diría que los de la decoración exterior cancelaron o que el club de informática no pueden encargarse del sonido porque se pelearon con el club de teatro, créanme, ya ha pasado.
 
—Claro, te espero aquí.
 
—Gracias Mads, te amo. —Corta la llamada.
 
Suspiro volviendo a lo mío. Aunque intente concentrarme en el trabajo, la voz de nana aparece en mi cabeza diciéndome que el desayuno es la comida más importante del día y que si no como nada no tendré energías y blablabla.
 
Lo mejor es que tome aunque sea una taza de café con leche y acompañarlo con alguna galleta para que el insistente regaño acabe.
 
—Buenos días, señorita Madison.
 
Levanto la vista reconociendo a quién me llama. —Hola, Carl. ¿Quieres café, o algo para desayunar? —pregunto dejando mi celular de lado.
 
—Yo si quiero... —habla una voz aguda.
 
Detrás de Carl, el jardinero que trabaja en la casa desde hace años, hay un chico de más o menos mi edad y un niño de como cinco años.
 
—Ustedes deben ser los hijos de mi querido Carl. —Los detallo sonriente.
 
El mayor es alto, su cabello es castaño claro y tiene unos ojos marrones casi negros. El menor es todo lo contrario, su cabello es parecido al chocolate que combina perfectamente con el océano intenso de sus iris.
Al parecer Carl y su esposa saber cómo hacer niños, porque estos les quedaron de maravilla.
 
—Él es Max —señala al más grande—, y él es Mike.
 
Max es el primero en saludarme. —Buen día, señorita Madison.
 
«Oh no no no»
 
Ya que apenas me conocen hoy, puedo moldearlos a mi gusto.
 
«Jeje»
 
Me pongo seria de repente. —Oigan, solo hay una regla en esta casa, y es que está terminantemente prohibido decirme, señora, señorita, jefa o cualquier término formal.
 
—Muy bien, entonces comencemos de nuevo —sonríe—. Hola, Madison.
 
—Hola Max, un placer conocerte.
 
Alguien tira de mi camiseta. —Madi.
 
—Hey pequeñín. —Me agacho a su altura.
 
«Eres joven para tener hijos, eres joven para tener hijos, eres joven para tener hijos»
 
—Señorita Madison, sé que no debería pedir esto menos con tan poca antelación, pero quería preguntarle si solo por esta semana los chicos pueden quedarse por unas horas aquí. —Me observa avergonzado—. Prometo que no van a molestar.
 
Ruedo los ojos sin poder creerlo. Es increíble que luego de años sigan tratándome con ese respeto jefe-empleados, literalmente me vieron crecer en esta casa.
 
—Por supuesto que sí, Carl. No tienes ni que preguntarlo —vuelvo a levantarme—, eres casi que de mi familia.
 
Suspiro en queja cuando le entra una llamada que no conozco a mi celular, desde ya sé que es del trabajo y que no querré atender.
 
—Tengo que atender, fue un gusto conocerlos, chicos —descuelgo la llamada poniendo la mayor cantidad de voluntad que pueda—. Hola... sí, soy yo... ¿cómo que no estará lista la orden? —Me entran las ganas de lanzarme por un rascacielos—. Bueno, pues entonces se pagará lo que sea necesario... Claro que hablo en serio... ¿Que costará cuánto dijiste?
 
«Joder»
 
Y el día recién está comenzando.
 
Dejo la taza vacía en el lavavajillas antes de colocar en verde el sistema de luces que el club de tecnología pide en mi lista de tareas, me es imposible no sonreír triunfal ante la idea, incluso si dejé a unos universitarios a oscuras en su fiesta de graduación.
 
—Madison. —La voz de alguien detrás mío me hace saltar sobre el lugar—. Lo lamento, no quería asustarte.
 
—No hay cuidado, Max, estaba en mi mundo. ¿Qué se te ofrece? —Vuelvo a sentarme viendo la hora, espero que Amelie llegue pronto o llegaremos tarde.
 
—Solo venía a preguntar si Mike podía tomar una golosina de la caramelera —sonríe inocente.
 
Sabe que está preguntando idioteces, y aún así lo hace sin vergüenza.
 
Entrecierro los ojos incrédula. —Claro que sí, no están en una cárcel.
 
El timbre de la puerta principal suena, seguido de los pasos de Clarisse en esa dirección. Por fin llegó esta niña, me llamó hace quince minutos y no creo que haya estado tan alejada de aquí.
 
«El ejercicio no es lo suyo»
 
Ni que lo digas.
 
Y hablando del rey de Roma, aquí está.
 
—Buen día, bella amiga —la pelirroja sonríe entrando a la habitación. Se queda quieta al ver al desconocido—. Oh, creo que no nos conocemos. Soy Amelie, la mejor amiga de Madison.
 
—Max, hijo del jardinero. —Estrecha su mano con delicadeza—. Bueno pues... yo ya me voy, solo venía a preguntarte eso, Madi. Un placer conocerte, Amelie.
 
Lo sigue con la mirada hasta que desaparece por las escaleras, luego pasa a observarme con los ojos bien abiertos. —Empieza a explicarme por qué tienes chicos tan guapos rondando la casa a la mañana, yo solo tengo a mi hermano con su cabello de paja.
 
Cierro mi cuaderno, tomo mis cosas y me dirijo al garaje seguida de Mel. —En el camino te lo cuento. —Me despido de Venus en el recibidor—. Escucha, el proveedor de telas no tienen color crema para el gimnasio, el DJ quiere más de lo que le ofrecemos, y el de los globos no tiene disponibilidad de tal magnitud igual que todos los años. —Entramos juntas a mi auto—. Creo que estoy a punto de colapsar.
 
Abro el portón con el control remoto a la distancia, al salir no es necesario detenerse a cerrarlo ya que lo hace de manera automática por un sensor. Tengo exactamente... siete minutos para llegar o será tarde.
 
«No conduzcas, vuela»
 
—No sé en qué estaba pensando cuando me ofrecí como tu mano derecha a los doce años. —Arranco mentalizándome en no acelerar demasiado—. Yo solo quería una amiga normal, no sabía que me encontraría con esto —murmuro entrando a las calles más concurridas.
 
—Cierra el pico, Madison.
 
Comenzamos a hablar sobre ciertos puntos que faltan revisar. Con Mel somos las encargadas desde unos cuantos años de llevar a cabo la celebración del día de la familia en la escuela. Ese día los padres, hermanos, tíos, y sobrinos son invitados a pasar una tarde en familia, como lo dice el nombre, jugando y riendo juntos.
Es una festividad muy bonita y divertida para quienes asisten, pero es un fastidio organizarla.
 
—¿Cuál es el nombre de la señora de las tartas? —pregunto doblando a la izquierda.
 
—Margaret Bruce, ¿Por qué?
 
—Porque sus tartas de manzana fueron furor el año pasado, mira la carpeta roja— le señalo con la mirada—. Solo con ella se recaudaron casi cinco mil quinientos dólares.
 
Silba impresionada corroborando la información con las hojas. —Wow, en definitiva debemos llamar a Margaret. —Enciende la música del panel en un volumen bajo para poder seguir hablando—. Ahora basta de asuntos tediosos y dime lo que me interesa. ¿O no que el chico de tu casa es guapo? —Sube y baja las cejas coqueta.
 
—¿Max? Supongo que sí. —Me encojo de hombros despreocupada—. Pero no es mi tipo, y supongo que el tuyo tampoco considerando que ya tienes uno, ¿lo recuerdas? Se llama Samuel, va a nuestra escuela...
 
—No lo decía por mí, idiota, lo hacía por ti. —Golpea mi hombro despacio—. Quiero sobrinos, por eso debemos buscarte un novio iguale tu belleza, así sus genes combinados creen dioses.
 
Observo el reloj, quedan solo tres minutos y aún estamos a más de diez calles. Desde ya digo que estoy muerta, y mi primera clase es psicología.
 
—Para tener un novio primero tendría que hablar de cosas que no estoy dispuesta a hacer... —Intenta hablar, pero la interrumpo antes de tiempo—. No lo digas.
 
~
—¿Es en serio? Dios, que puto asco.
~
 
«Genial, llegaron los recuerdos»
 
—Lo siento, Madi, no quería...
 
—Tranquila, estoy bien —miento sin observarla.
 
~
—Aléjate de mí, me das asco.
~
 
Por el rabillo del ojo puedo ver la culpabilidad en sus ojos. —¿Estás segura?
 
—Sip. —Finjo estar bien, ¿que raro de, no? Lo mejor es que cambie de tema rápido—. Oye, puedo preguntarle a Nat dónde conseguir las telas a un buen precio; el año pasado contrató a alguien para colocar como un millón. Recuérdame que le pida el número del lugar.
 
—Muy bien, problema telas... —hace un tic en el aire— resuelto. —Saca su cuaderno de la mochila y busca en la última hoja las tareas de hoy—. Lo que podemos resolver hoy es hablar con los del club de artes por los stands; con los de cocina para que se organicen con los food truks; y con los de teatro, aún no sabemos qué harán con el entretenimiento.
 
Sigo escuchándola pendiente del camino, un idiota en bicicleta se cruzó de carril sin mirar a lo que había atrás y casi lo atropello. ¿Cómo la gente puede ser tan inconsciente?
 
—Oh, y mi padre me dijo que esta mañana el director le envió un mensaje citándonos a su oficina —informa guardando sus cosas—, al parecer el año pasado varios padres se quejaron porque había alcohol en la escuela.
 
Demonios, sabía que iban a verlos. ¿Es que acaso es muy complicado no tomar ese veneno solo por un par de horas? Literalmente hay una fiesta sin adultos responsables luego donde podemos hacer lo que queramos, y aún así se pasan latas de cerveza en los pasillos sin que nadie los vea.
 
—Vamos a necesitar tu poder de persuasión.
 
Va a ser un día muy largo.
 

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