Alexander
Bajo las escaleras muerto de hambre, me pasa lo mismo casi siempre que despierto de una larga siesta.
—Ahí estás, te estaba buscando. —Mi padre me atrapa infraganti atacando el refrigerador—. Voy a hacer como que no te vi. —Muerdo el pedazo de crepe salada que tenía en la boca buscando algo para beber mientras él sigue hablando a mi lado—. Necesito que me hagas un pequeño favor.
Lo observo con horror en espera de lo peor. Este hombre es capaz de pedirme que le baje la mismísima luna si la necesita.
Una vez se nos quedó un balón atrapado en el techo; bueno, a él se le quedó, yo estaba en la casa muy tranquilo viendo televisión. El punto es que hizo que un niño de nueve años se trepara con una escalera a buscarla, el problema no esta ahí, la cosa se pone fea cuando me doy cuenta de que ya no podría bajar por la altura. Tuvieron que ir los bomberos a rescatarme porque mi padre no quería subir a buscar a su pequeño niño. Pero hay final feliz, y es que mamá lo obligó a dormir en el techo durante una semana entera para que sintiera lo mismo que yo.
«Mamá es la mejor»
Ni que lo digas.
Arruga las cejas ante mi espanto. —No me veas así, que no quiero nada extravagante. —Rueda los ojos robándome la comida de las manos—. Unos socios mexicanos irán mañana en la mañana al restaurante Baker para negociar una posible inauguración en su país. Y ya que tú eres tan bueno con la pastelería...
—No —lo interrumpo—, ni lo sueñes.
Busco un par de vasos en la alacena y los lleno con jugo de naranja exprimido esta mañana. Le extiendo uno de los dos y escapo de la cocina, pero por supuesto no podré librarme tan fácil de esto.
Camina pisándome los talones hasta la sala de estar. —Por favor, hijo. Prometo que te lo recompensaré con lo que quieras. —Se queda pensando unos segundos hasta dar en el clavo—. ¿Qué te parece un fin de semana entero en la casa de playa de las Bahamas con Madison?
«Eso sí es algo que me interesa»
Volteo el rostro en su dirección. El cumpleaños de Madison se acerca, y regalarle un viaje solos nosotros dos suena bastante bien. En especial si pensamos en la cantidad de privacidad que tendremos.
—Capté tu atención, genial. —Toma el saco y el portafolio que dejó en el sofá cuando llegó. ¿Acaso me dejará solo en esto?—. Tiene que ser algo que termine de atraparlos, ya tú sabrás qué hacer. Yo mientras tanto iré a mover los últimos hilos a la oficina. Llámame si necesitas algo, nos vemos.
Estoy demasiado aturdido con tantas palabras como para reaccionar, al menos hasta que oigo el sonido de la puerta principal cerrándose.
«¿Qué demonios acaba de pasar aquí?»
¿A mí me lo preguntas?
Miro el reloj de mi muñeca, las cuatro treinta de la tarde. Buscaré algo rápido para hacer y fin de la discusión.
Entro a la cocina con el celular en mano. México tiene cantidad de ingredientes deliciosos que podrán ayudarme a crear una obra de arte; se me ocurre que puedo utilizar ciruela amarilla, o Guayaba, hasta aguacate.
No, demasiado simple, muy esperable, ya lo usaron mucho. Creo que me tocará investigar un rato.
No podría decir con exactitud cuántos libros descargué en internet los siguientes veinte minutos. Encontré recetas más antiguas que el mismísimo descubrimiento de América, pero por supuesto, ninguna me gustó.
«Niño quisquilloso»
Viene de sangre, el apellido Baker no es lo que es por dejarse llevar con las primera ideas.
Hay un ingrediente que me llamó la atención y puedo utilizar: la Flor de Jamaica. Nunca la he manipulado en una receta, pero la probé en uno de los viajes a Nuevo León y me gustó tanto que comencé a tomar té de ella cuando podía. Veremos qué sale con todo esto.
Saco de las bolsas de papel los ingredientes que me faltaban en casa y pedí por delivery, ni de chiste me pongo algo que no sea mi pijama.
Todavía no tengo ni idea qué haré, pero supongo que seguiré mi instinto. No tiene que ser muy complicado hacer un pastel normal con baño de chocolate.
El celular vibra sobre el mármol, la foto de mi niña hermosa me indica que es ella quien está llamando.
La coloco en altavoz para seguir con mi trabajo de acomodar las cosas en la mesa de trabajo. —Hola, cariño.
—Dime por favor que estás en tu casa. La prensa está en mi puerta desde las seis de la mañana, y necesito escapar por al menos un rato.
Se la oye más estresada de lo normal, más de lo que ha estado en estas semanas. Las llamadas explotan la casa Miller Fox desde que Madi soltó la bomba de su secuestro en televisión nacional.
—Claro, ven a hacerme compañía mientras cocino. Y antes de que lo digas tú, prometo que no diré una palabra del trabajo.
La oigo reír del otro lado de la línea. —Te quiero. Ya salgo para allá, si puedo siquiera pasar de la entrada claro.
—Llámame por cualquier cosa. Te quiero, Bambi.
—Yo igual, adiós. —Cuelga luego de eso.
Presto toda mi atención en calcular bien los ingredientes y anotarlos en una libreta para que nada salga mal en algún punto de la preparación. En la pastelería, si te equivocas por solo dos gramos de algo se puede arruinar todo, es algo que aprendí luego de explotar una masa de pan en el horno. Estuve días quitando pedazos de pan quemado de la cocina porque mi madre me obligó a limpiarlo por mi cuenta.
Estaba tan metido en lo que no me entero de que alguien está aquí hasta que no siento como unos brazos rodean mi cintura por detrás. Desde aquí puedo sentir ese olor a frutas que me tiene como quiere.
—Huele delicioso —dice dejando besos en toda mi espalda.
—Eso es porque soy yo quien lo esta haciendo. —Saco del fuego el concentrado de Jamaica para que no se queme y pueda voltearme a saludar a mi novia—. Hola.
Coloco las manos en su cintura baja y media, esta última está acariciando por inercia el tatuaje del dragón rojo de la zona.
—Hola. —Deja en mis labios un casto beso que se convierte en uno más largo—. ¿Qué
haces? —beso—, sea lo que sea yo quiero un poco.
Sonrío sin poder evitarlo, todavía no entiendo cómo es que entra tanta comida en ese cuerpo de gnomo, o cómo no rueda en vez de caminar.
—Pastel de Jamaica —respondo volviendo a lo mío.
—¿Y eso que sería? —Me rodea y se sienta en la mesada de mármol, aún sabiendo que odio que las personas hagan eso—. No me mires así.
—Entonces no apoyes tu lindo trasero donde va la comida —La regaño mientras mido la cantidad de harina en una balanza por segunda vez.
Cuando mi padre me enseñó a cocinar decía todo el tiempo que si mides los ingredientes tres veces, el plato te saldrá espectacular. Es una costumbre que quedó en mí, y espero algún día pasársela a mi hijo o hija.
«No pienses en hijos, es raro»
Cállate.
—Le dices eso a todo el mundo, ¿verdad? —Asiento sin mirarla—. Pues yo no soy todo el mundo, soy tu novia. Y si quiero apoyar mi hermoso trasero, que por cierto adoras, en la mesada, lo haré. —Baja de un salto de su lugar para buscar algo, y por el ruido que se produce cuando abre la alacena detrás mío, lo que quiere es comida. ¿Ahora entienden lo de salir rodando?—. ¿Tienes algo para comer mientras haces eso? Y por cierto no me quisiste explicar qué es Jamaica porque estabas muy ocupado reganándome por mi inocente acción... Oh, las galletas favoritas de Thomas que se convirtieron en mis favoritas desde que descubrí que odia que alguien las toque.
Ruedo los ojos escuchándola hablar. Papá siempre busca un escondite nuevo para sus galletas, y Madi siempre las encuentra. Una guerra que no tiene final.
—No le digas que las tomé. ¿En qué estaba? Cierto, mi trasero. No entiendo por qué te molesta tanto que haga eso cuando tienes una fascinación por él... —vuelve a aparecer en mi rango de visión hablando como si fuese una radio viviente moviendo la pobre galleta de un lado a otro mientras ve las redes sociales en mi celular—, a cada rato lo andas nalgueando, besando, mordiendo o haciéndole chupetones muy poco cristianos, lo que es un alivio porque ninguno de los dos es religioso... —Se detiene cuando levanta la vista del aparato—. ¿Por qué me miras así?
Sonrío como idiota embobado. —Eres hermosa.
—Eso ya lo sabía, gracias.
Noto un pequeño sonrojo en sus mejillas debajo de esa respuesta segura.
Puse nerviosa a la chica que no se intimida o avergüenza con nada, a la que dice las cosas en la cara sin pelos en la lengua, y es una maldita diosa de ojos celestes. Mi cuerpo se llena de grandeza al caer en cuenta de que pude hacerlo, me hace sentir tan malditamente especial que no me cabe la alegría en el pecho.
«La amo»
Lo sé.
Estas últimas semanas me he encontrado viéndola como un idiota, pensando en qué hice para cruzarme con esta chica en mi camino.
Por fuera se muestra tan feliz, tan alegre, que te dan ganas de abrazarla; pero tiene su lado débil, el que no permite que nadie más que un grupo de personas reducido lo vea. Y yo soy uno de ellos, eliminó la muralla que nos separaba y me dejó ver a la Madison Miller Fox completa, a mi Madi.
—Te quiero, Bambi. —Saco una hebra de cabello que molestaba en su cara.
Pareceré un cobarde, pero no sé si estoy listo para confesarle mis sentimientos, o si ella está preparada para oírlos.
—¡Ya para! Que me pongo idiota. —Rodea mi cuerpo con sus brazos y entierra la cara en mi cuello para dejar minúsculos besos allí—. Yo también te quiero Piojo, muchísimo.
—¿Y cuánto es muchísimo? —pregunto recostando la mejilla en su cabeza.
«Frutas. Quédate así»
No tenía intención de moverme de todos modos.
Mueve el cuello hacia atrás para verme a los ojos. —Piensa en el número más grande que se te ocurra, multiplícalo diez veces sobre si mismo, y agrégale siete.
Arrugo las cejas con la curiosidad picando por su inusual respuesta ¿Por qué el siete? Estoy a punto de hablar, pero me interrumpe antes.
—Mi nana dice que es un número mágico, por eso trae buena suerte —responde al ver mi cara. Observa algo detrás mío mientras yo examino cada parte de su precioso rostro—. Oye... ¿la cosa que se parece a la Pantera Rosa derretida que tienes en la cacerola se supone que debe de estar en llamas?
—¿Cómo que en lla...? —volteo confundido y...—, ¡abre el grifo!
Luego de apagar el pequeño desastre que hicimos, la fulmino con la mirada. Ella por su parte, me mira con una sonrisa de niña bien portada.
—Ahora tendré que repetir todo el proceso de nuevo. —Hago mi mejor cara de muerte.
—¿Es que tú no te cansas de regañarme? —Mordisquea mi barbilla juguetona—. Creo que ese rol es más adecuado para cuando estemos en tu habitación solos, y sin ropa que nos estorbe.
El cuerpo me reacciona involuntariamente ante la idea. Mis padres no están, las otras dos tampoco; pero nunca se sabe. Siempre hay alguien por aquí merodeando la casa.
—No digas esas cosas. No a menos que quieras que te haga mía aquí mismo sobre la mesada.
«No ayudas con el problema de abajo»
Maldición.
Escucho su maldita risita divertida que me prende más mientras me toma del brazo acomodándome el miembro sobre la tela del pantalón en un intento dd que no se note tanto la erección.
—Créeme que no suena tan mal, pero no quiero que alguien vea mi trasero —susurra despacio, con esos ojos del mar observando con deseo lo que le pertenece.
Poso las manos en el lugar mencionado. —Mío —demando con la voz apagada varios tonos—, esta belleza es mía, igual que toda tú.
Muerde su labio coqueta. Mi conciencia le pide a gritos que se detenga, o ninguna posición posible hará que la polla no se me marque.
—Pero que posesivo que salió el niño... me gusta. —Una sonrisa se le instala en la cara.
La tensión es demasiada, tanto que me obligo a alejarme para no arrancarle esa camiseta corta que me permite ver la joya en su ombligo y me recuerda a la otra perforación que trae más arriba.
—No puedo creer que te estés resistiendo. —Ríe en un suspiro.
Busco la forma de no quedar como un niño acobardado ante pedazo de mujer. —En mi defensa, todavía tengo que hacer este pastel para mi padre, esta noche tiene unos invitados de negocios aquí, no le presté mucha atención la verdad.
«Ajá, si claro»
Te odio.
Se sienta en la mesada, solo que esta vez un poco más alejada así no interviene en mi trabajo. —¿Puedes explicarme qué es la Jamaica?
—Es una flor proveniente de Asia y África, se cultiva principalmente en México; y como los invitados son de allí, pensé en hacer esto —explico batiendo los huevos con el azúcar y el aceite.
—Más te vale que me des un poco. —Roba un poco de chocolate, y hago como que no me doy cuenta solo para mantenerla contenta.
—Claro, pero me deberás un beso. —Muerdo mi labio inferior conteniendo una risa.
—Entonces ven aquí y reclama todos los que quieras. —Esa incitación es suficiente para que nos fundamos en un largo beso.
Su lengua se abre paso en mi boca, acariciando la mía y logrando que bailen como solo ellas saben. Dejo una mano en su barbilla, sosteniéndola con firmeza, la otra decido que es buena idea si la coloco justo sobre el trasero de mis sueños.
Que arrugue la tela de mi camiseta bajo sus puños de una forma tan posesiva y necesitada hace que todos los sentimientos hacia ella se intensifiquen por un millón.
La amo, la adoro, y la idolatro con todo lo que tengo. Estoy a su disposición en todo sentido; soy suyo después de todo, cada fibra de mí le pertenece.
—Podría hacer esto —beso— todo el día.
—Pienso lo mismo —rompe el beso y me ve directo a los ojos—, pero ya habrá tiempo para eso luego, ahora puedes ponerte a hacer ese pastel, caliente chef.
Pasamos lo que queda de la tarde entre risas, harina y besos.
La verdad es que no sé cómo pude cocinar con el torbellino que tengo como novia, pero lo logré sin derramar la sangre de ninguno de los presentes.
—Deja de comerte el chocolate del relleno. —Río a sus espaldas cuando la sorprendo con las manos en la masa—. Prueba esto —con una cuchara de café tomo un poco del delicioso bizcocho—, y dime qué opinas.

ESTÁS LEYENDO
The Real You
Teen Fiction¡HISTORIA TERMINADA! Madison Fox: bailarina, multimillonaria, y heredera de un imperio hotelero. Los que no la conocen la catalogan como la hija de mami y papi que le compran todos sus logros; quienes realmente logran pasar esa muralla ven a una muj...