Capítulo XXV

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Madison

La luz matutina del domingo me despierta. Solo faltan quince minutos antes de que mi alarma de las ocho suene, sí, tiene que ser considerado un delito levantarse a esta hora un fin de semana, pero tengo responsabilidades en el hotel que no pueden esperar.
 
Mi clase de baile se suspendió porque hay un brote de gripe en la Academia y la cerraron  desinfectar todo el lugar. Solo espero no haberme contagiado porque no soporto sentirme mal.
 
El insistente sonido de mi celular le da fin a mi pequeño descanso. Lo apago y con algo de pereza salgo de debajo de las sábanas. Me doy un baño algo rápido para mi gusto, pero me niego a levantarme más temprano aún.
 
Busco en mi armario algo acorde a la ocasión, tendré que volar a México para ver el proyecto de un nuevo hotel en Cabo San Lucas.
 
Termino eligiendo un vestido básico con una camisa encima por si me da frío y unos zapatos de taco palo negros.
 
«Perfecta»
 
Lo sé.
 
Estiro un poco las sabanas de mi cama y cepillo mis dientes antes de bajar. También me coloco un poco de maquillaje, nada muy pesado, solo corrector, iluminador y mascara para darle un poco de forma a mi cara.
 
—Mi pequeña empresaria está aquí —Camino hasta él con una sonrisa y lo abrazo de lado—. Estás preciosa, renito.
 
Nunca paró de llamarme así, se le hizo costumbre.
 
—¿El jet está listo? —pregunto buscando una taza de café.
 
—Sí, te estarán esperando cuando llegues— se queda en silencio unos segundos, lo conozco lo suficiente como para saber que quiere decirme algo. Deja de morderse la lengua cuando lo observo esperando a que hable—. ¿No crees que es muy pronto? Digo, lo estás haciendo increíble, pero una cosa es hablar con socios y otra completamente distinta ir a ese lugar. Y no lo digo por ti, sé que lo harás genial, pero esos tipos son carroñeros que lo único que buscan es llenarse los bolsillos de dinero, y temo que sea mucho en muy poco tiempo...
 
—Es nuestra hija, William. —Mamá entra al comedor con una carpeta en la mano—. Si alguien se sobrepasa sabrá manejarlo. Estás preciosa, hija. —Me besa la mejilla, pero su única intención es robarme mi café—. Esta es toda la información del terreno. Tú solo ve y mira qué tal el lugar, habla con gente local e investiga qué era antes el predio. Ya sabes cómo es que se hace.
 
Me crie en ese tipo de escenas, viajando en el día hasta la otra punta del mundo y observando a mis padres hacer lo que hoy tengo que hacer yo. Creo que lo tengo todo bajo control, aunque me aterra fallar.
 
Miro el reloj de mi muñeca, ya se me está haciendo tarde. Tendré que desayunar algo en el avión puesto que cierta señorita se robó el mío. Tomo mi bolso y demás cosas antes de prometerles a ambos que les avisaré cuando aterrice.
 
Subo rápido dejando mi bolso y celular en el asiento de copiloto junto a la carpeta que mamá me entregó, pero antes le aviso a los trabajadores de la aerolínea que estoy saliendo.
No tardo en encender la música y bajar las cuatro ventanillas, ya habrá tiempo para arreglar mi cabello durante el vuelo.
 
En el aeropuerto me permiten la entrada por la parte privada cuando reconocen mi placa, ni siquiera debo frenar para darles mi identificación, solo abren el portón dejando que pase.
El sector de despegue y aterrizaje me da la bienvenida, frente mío se encuentra el jet familiar, con las iniciales de nuestros apellidos entrelazadas en negro.
 
—Buenos días, señorita Fox. —La chica del valet parking me recibe las llaves de mi auto con una sonrisa respetuosa—. El capitán la espera.
 
Camino con mi bolso colgada en mi brazo, mientras que mis manos llevan los folders.
 
—Capitán Monroe. —Me extiende la mano invitándome a que suba las escaleras hacia el interior del avión—. Es un precioso día para volar, ¿No lo cree?
 
—Alguien que estudió aviación siempre le dirá que el día es genial para hacerlo.
 
Luego de comunicarme que la auxiliar de vuelo me atenderá en unos minutos entra a la cabina de control.
Me acomodo en uno de los asientos de cuero crema. Todo aquí es de tonos blancos y madera sofisticados, el lujo se hace notar en donde sea que mires.
 
—Buenos días, señorita Fox, ¿Puedo ofrecerle el desayuno? —sonríe resaltando una dentadura perfecta.
 
—Un café y un poco de fruta estarán bien, gracias.
 
—Tenemos croissants recién hechos.
 
—Agrega uno de esos al plato y te amaré.
 
—En seguida se lo traigo. —Desaparece por una de las puertas traseras.
 
Me hundo en mi trabajo por los próximos noventa minutos. Examino a detalle la información que me dieron, precio por metro cuadrado, dueños y la constructora del lugar, aunque esta última es bastante conocida para nosotros puesto que ya trabajamos con ellos en los proyectos anteriores.
 
El calor de México me recibe, que suerte que traje algo bastante fresco o ya me hubiera derretido.
 
—Gracias por el viaje, Capitán Monroe, nos vemos en unas horas. —Estrecho su mano a modo de despedida.
 
Un auto me espera junto a José Gutierrez, el que se encarga de los hoteles Warrior en este país. También se encuentran un par de locales, todos aquí son amigables y cada uno de ellos me sonríe genuinamente.
Aviso a mis padres que acabo de aterrizar y que me dirijo al lugar. José sube al auto conmigo manteniéndome informada de lo que ocurre y de lo que está por ocurrir.
 
—Hace mucho no te veo, Madison, creciste demasiado.
 
Aunque hable el inglés perfectamente, sigue teniendo esa tonada mexicana que me encanta. Se me hace tan original que podría escucharlo hablar por horas sin cansarme.
 
—Lo sé, recuerdo que la última vez que estuve por aquí todavía usaba coletas de princesas.
 
—Y ahora vienes tú sola. —Su cara me deja ver algo de melancolía—. Te estás haciendo cargo del negocio.
 
Intento disipar la leve tristeza que apareció en el ambiente comentándole que me decidí por estudiar administración de empresas en la universidad de Yale, en Connecticut. Y vaya que mi idea funcionó.
 
Me besa las mejillas eufórico, y aunque su barba me pinche toda la cara, me dejo. —Mi casi sobrina irá a una gran universidad, eso tengo que contárselo a Doña Carmen. Irás a casa, ¿verdad? Porque cuando se enteró de tu llegada comenzó a cocinar como desquiciada.
 
«Una comida de Doña Carmen no nos vendría nada mal»
 
En especial si nos prepara tacos o tortillas de quedo, y seguro que nos da más para que lleve a mi casa.
 
Dejamos el trabajo de lado en lo que llegamos al lugar, nos ponemos al tanto de nuestra vida. José y Carmen —su esposa— son personas muy queridas por los Miller Fox. Cada que estamos en el país o ellos en Estados Unidos nos visitamos para compartir una comida.
 
—Aquí es, te advierto que el señor García es un hombre de lo más irritante, que no te sorprenda si fanfarronea sobre cuánto dinero tiene.
 
—Puedo manejarlo.
 
Bajamos del auto no sin antes agradecerle al chófer por el viaje.
 
—¡Don Gutierrez! Pero por fin llegas, creí que tendría que esperar todo el día aquí.
 
¿Conocen al típico estereotipo de hombre mexicano de las películas? Esos que son bajitos, barbudos y panzones, con una hebilla del cinturón de rodeo que amenaza con salir disparada hasta tu cara, y por supuesto que un sombrero vaquero. Bueno, pues eso es lo que se acerca a nosotros.
 
—Madison Fox, que placer tenerla aquí. —Intenta besar mi mano, pero en cambio se la extiendo y así estrecharla con la suya, justo como hizo con José.
 
Ese es el primer paso para hacerle saber que no habla con una amiga, soy una posible compradora y si no entiende eso puedo subirme a mi jet e irme a mi país.
 
Le sonrío cordial. —El placer es mío, señor...
 
Segundo paso, no demostrar mucho interés, pero tampoco parecer idiota.
 
—García, Pablo García, a su servicio. ¿Qué les parece si vemos el lugar?
 
Nos guía hasta un gran estacionamiento con unos cuantos terrenos vacíos. También hay algo parecido a un parque infantil, pero está demasiado descuidado.
 
—Esto antes era un estacionamiento que quebró y el dueño me lo vendió a mí por un precio algo elevado, pero puedo permitírmelo.
 
José me codea divertido, era verdad lo que dijo antes, este tipo es un fanfarrón.
 
—¿Tiene el contacto del antiguo dueño? —pregunto sacando mi libreta para anotarlo.
 
—¿Por qué querría saberlo, Madison Fox?
 
—Dígame señorita Fox, que va a desgastar mi nombre. —Retuerce sus dedos algo incómodo ante mi sutil reclamo—. Y si quiero saberlo es porque es costumbre de los hoteles Warrior conocer toda la historia del lugar.
 
—Pues mi asistente se las puede dar, aunque es muy difícil que ese vejete los atienda.
 
Una chica de unos treinta le entrega una hoja a José y este lee el contenido. Solo con una mirada basta para que me comprenda, quiero que averigüe por qué este lugar cerró.
Se retira con el papel entre las manos excusándose con hacer una llamada importante.
 
Apenas quedamos solos, comienza a hablar sobre lo ideal que es el lugar para un hotel puesto que está frente a la playa y cerca de la ciudad. Hasta se da el lujo de comentar su seguridad de que mis padres se mueren por comprarlo, y no se equivoca. El tipo puede no saber nada de negocios, pero tiene un lugar espectacular.
 
Por supuesto que no le doy la razón, en cambio le digo que si estoy aquí es porque tenemos nuestras dudas. Que creemos que puede ser algo arriesgado comprar tierras que no vengan directo de una inmobiliaria reconocida.
 
—La empresa García puede no ser muy grande, pero asegura la calidad de sus propiedades.
 
Vendió tres, y una se la compró su padre.
 
—Unas veinte, pero porque son los inicios de la compañía —miente con orgullo.
 
Ridículo
 
«Panzón mentiroso»
 
—Bueno, pues fue un placer venir a ver el espacio, me comunicaré con usted cuando tomemos la decisión final —sonrío amable mientras caminamos a la entrada.
 
—Bien, pero sepa que está parada en un lugar muy solicitado.
 
Vuelve a mentir, si no me abalancé a cerrar el trato es porque nadie conoce a la empresa García, lo investigué a fondo como para mantenerme tranquila.
 
—Buena suerte, señor García. —Estrecho su mano antes de salir del estacionamiento y encontrarme con José—. ¿Conseguiste algo de lo que te pedí?
 
—Fausto Rodriguez, nos está esperando en el café a unas calles de aquí. —Me extiende su brazo invitándome a caminar juntos hasta allí.
 
—Perfecto.
 
Cruzamos una calle que nos da paso a un lugar mucho más pintoresco a comparación del anterior.
 
Le cuento que el maldito tiene un lugar genial. No puedo creer que no se haya vendido, o sí, creo que su alardeo repele a todo el mundo.
Sería mentir decir que no estoy interesada en comprarle las tierras, pero antes quiero conocer la historia completa. El estacionamiento se veía dentro de todo bastante bien, no entiendo cómo es que pudo haber quebrado.
 
Un hombre canoso se levanta de la única silla ocupada para estrechar mi mano. —Señorita Fox.
 
—Dígame Madison, señorita Fox es solo para los negocios. Quería reunirme con usted porque estoy interesada en comprar el estacionamiento.
 
José y yo nos sentamos frente a él.
 
Una mujer joven se acerca a la mesa para ofrecernos dos tazas de café a mi compañero y a mí. Al probarlo me doy cuenta que necesito venir a México más seguido, tienen un café espectacular.
 
—Ese lugar ya no es mío hace meses, puede hablar con el señor García. —Hace el intento de levantarse, pero lo detengo.
 
—Ya lo hice, vengo de ahí de hecho, pero quería conocer un poco la historia. Hay algo que no me huele bien en esto, por eso es que lo contacté. ¿Podría usted decirme qué fue lo que pasó?
 
Me repite lo mismo que el señor García, perdió el estacionamiento por deber dinero, solo que él lo hace a la defensiva, como si me estuviera ocultando algo.
 
Uso todos los medios que me enseñaron mis padres para intentar convencerlo. —Señor Rodriguez, sé que algo más ocurrió. No quiero comprar algo si voy a perjudicar a terceros, así no se trabaja en la compañía Warrior
 
—Es lo que pasó, mis deudas se acumularon y... —suspira rindiéndose—. Mi esposa tiene cáncer. Yo no podía costear los medicamentos y mantener al flote el lugar al mismo tiempo, por lo que le pedí un préstamo al señor García. Las facturas del hospital comenzaron a venir una más alta que la anterior y llegó un punto en donde todo me estalló en la cara. Ahora trabajo de lo que puedo en donde pueda para pagar las medicinas de mi esposa. Algunos familiares y amigos me prestaron algo con lo que mantenernos por ahora, pero con el tiempo se nos agotará.
 
—Ya veo. —En mi cerebro estoy maquinando un millón de ideas a la vez para encontrar una solución—. Muchas gracias por la información, señor Rodriguez.
 
Recibo una sonrisa entristecida de su parte y me levanto de la silla junto a José, que nunca se despegó de mi lado.
Al salir el oxígeno me golpea el pecho con fuerza, eso fue igual que un balde de agua fría. Pero dicha sensación desaparece y es sustituida por el enojo y las repentinas ganas de partirle la cara al fanfarrón de García. ¿Quién diablos deja a una familia con un enfermo en la calle por deudas? Entiendo que tal vez estoy hablando desde mi privilegio, pero siempre hay algo que se pueda hacer, y esa no era la forma adecuada de hacer las cosas.
 
El señor José me observa con una pequeña sonrisa esperando a enterarse de mi plan de acción, me conoce lo suficiente como para saber que ni en sueños me quedaré de brazos cruzados.
 
—Primero compraremos el lugar. Informa a mis padres, yo tengo que llamar al señor fanfarrón.
 
Hace un gesto militar que me saca una sonrisa. —Sí, señora.
 
Luego de mover como un millón de hilos y cobrar un par de favores a varios contactos, pude agilizar todos los papeles legales.
Me contacté de nuevo con García para que nos reunamos, también le dije al señor Rodriguez que tenía una solución y que me volvería a encontrar con él en un par de horas.
 
Todo pasó bastante rápido, y aunque mis padres me tomaron por loca cuando les comenté mi idea, decidieron confiar a ojos cerrados en mí. El contrato se firmó este mismo día a petición del dueño, que estaba que no le cabía la dicha en el cuerpo, pero se contuvo en dar saltitos de alegría.
 
Vuelvo a entrar al bar de esta mañana, pero esta vez sola. José fue a su casa a avisarle a Doña Carmen que en la brevedad estaré allí y el tío Chesco —que tuvo que viajar de emergencia para firmar él también—, volvió a Estados Unidos, no sin antes recalcarme lo psicótica que estoy.
 
El señor Rodriguez se encuentra en la misma mesa de esta mañana. —Madison, leí el mensaje  del señor José y de verdad que no busco caridad de nadie.
 
—No es caridad, y dígame señorita Fox, que haremos negocios.
 
—¿Qué clase de negocios podría hacer usted conmigo? —pregunta confundido.
 
—Le ofrezco el sesenta por ciento de las ganancias del estacionamiento que se hará en el hotel. —Saco un contrato de mi cartera y se lo extiendo—. Usted estará a cargo de ese sector y podrá decidir lo que ocurre y lo que no, algo parecido a un gerente.
 
Lee la hoja intentando adivinar el por qué de esto. —¿A cambio de qué?
 
—De nada, le estoy ofreciendo un empleo en los hoteles Warrior. El edificio tardará un año en estar terminado, por lo que por el momento me informará los avances de todo. ¿Qué me dice?
 
—¿Por qué haría todo esto por mi familia?
 
—Porque nací con mucho, y eso me enseñó lo difícil puede ser la vida para los que no tienen. —Lo tomo de la mano por encima de la mesa—. No lo hago por lástima, tampoco por caridad, considero que merece una segunda oportunidad de salir adelante, y si puedo dársela lo haré. Así que por favor, acepte mi propuesta.
 
—¿Sus padres están de acuerdo?
 
—Fueron ellos quienes me dieron el contrato que ahora tiene en sus manos — sonrío divertida—. Léalo y contácteme, ya tiene mi contacto.
 
—Muchísimas gracias, señorita Fox, que Dios la bendiga —me da la bendición justo como lo hace mi nana—, todo lo que hace se lo devolverá.
 

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