Capítulo XXXVIII

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Alexander

Entro de nuevo a la casa Miller Fox y dejo las llaves del auto en la mesa del recibidor. Hay dos porciones de tarta de maracuyá encima.
 
«Bambi»
 
Sí, me conoce lo suficiente como para saber que le hubiera robado del suyo si no tenía un plato para mí.
 
Suspiro frustrado, esa pelea de la sala en definitiva se salió de control; nunca había visto una discusión tan fuerte y tóxica. Se dijeron cosas de que estoy seguro no piensan, pero aún así las dijeron como si nada.
 
Y lo angustiada que se veía mi novia... Aprendí a leer el lenguaje corporal de Madison y claramente estaba a la defensiva, pero no solo por enojo, sino también por dolor. En especial lo último.
Juro que me dieron ganas de tomarla y sacarla de allí para protegerla de todo lo que la está lastimando.
 
—¿Alexander? —William asoma la cabeza desde la cocina. Trae una taza de té en la mano—. Que suerte que llegaste. ¿Pudiste encontrarla?
 
Niego en silencio al tiempo que camino a la sala de estar. Antes de llegar puedo ver a la madre de Madi sentada en uno de los sofás viendo a la nada, perdida en sus pensamientos.
 
No voy a mentir, le tengo algo de rencor por atreverse a abofetear a mi Bambi. También sé que el momento estaba lleno de tensión, y luego de lo que se dijo era más que esperable esa reacción por parte de alguna de las dos.
 
—A veces me arrepiento de haberle enseñado tan bien a conducir. —Niega con la cabeza murmurando algo para él mismo—. Aquí tienes, Cristina. ¿Quieres un té, Alexander?
 
—No, gracias —digo incómodo.
 
No sé qué se supone tengo que hacer, tampoco sé por qué vine hasta aquí desde un principio. Supongo que tenía la mínima esperanza de que mi pequeña se arrepintiera y volviera a su hogar.
 
Pero al parecer eso no pasó, igual de testaruda como siempre.
 
Estoy por anunciar mi despedida, cuando la mujer rompe en llanto.
 
—Soy la peor persona del mundo —oculta la cara debajo de las manos—, no debí haber cargado toda la culpa sobre ella. Mi hija nunca sería responsable de algo así, lo único que ha hecho es enorgullecerme por su desempeño en la empresa. —Sus quejidos se hacen más fuertes.
 
William se acerca rápidamente hasta su esposa para abrazarla. Me siento fuera de lugar presenciando la escena, pero tampoco quiero alejarme.
 
Acaricia su cabello repetidas veces hasta que más o menos se calma.
 
—Fue la ira del momento, ambas se dejaron llevar y podrán solucionarlo cuando vuelva. Necesitan una buena charla y te aseguro que la tendrán. —Con el dedo índice le levanta el mentón—. ¿De acuerdo?
 
Asiente sorbiéndose los mocos. El maquillaje que traía ya está todo corrido, tiene dos círculos negras alrededor de los ojos, y el labial se convirtió en una mancha rosa. Sin duda es muy diferente a la Cristina Fox segura que estoy acostumbrado a ver.
 
Will se levanta del sofá y hace el ademán de irse, pero se detiene en el marco que divide el recibidor del resto de la casa.
 
—Y, Cristina. Te amo como a nadie en este mundo, pero si le vuelves a levantar la mano a mi hija haré que no veas más que una sucia celda por el resto de tu vida. —Desaparece por la oficina luego de largar esa bomba.
 
Tal vez eso de lanzar dagas dolorosas sea de familia.
 
«Da miedo»
 
—Soy un desastre —bufa limpiándose los ojos—, y una madre terrible.
 
Camino un par de pasos hasta quedar sentado a su lado. —Eres muchas cosas, Cris, pero una mala madre nunca. Lo sé por el tipo de persona que es Madison.
 
Al principio opone resistencia a que la vea en este estado, típico de las Fox, ya sé de dónde sacó mi novia eso de ser vulnerable tras bambalinas. Luego logra relajarse un poco y deja que la abrace por los hombros.
 
Su cabeza se esconde en mi pecho, y las lágrimas pesadas no tardan en salir de nuevo.
 
—En mi vida se me ha siquiera ocurrido tocarla, y hoy lo hice sin pensarlo dos veces. ¿Y si tiene razón? ¿Y si me parezco a Nathaniel...?
 
—Shh, no. No estás ni cerca de ser como esa escoria humana —la interrumpo al tiempo que acaricio su cabello con la mano libre—, lo único que has hecho por tu hija es apoyarla y convertirla en la hermosa mujer que es hoy. Y te aseguro que Nathaniel no estaba llorando preso de la culpa luego de hacer lo que hizo.
 
Permanece entre mis brazos un rato largo. En lapsos llora, y en otros solo está en silencio. Permanecemos así, tranquilos, cada uno en su mundo con sus propios pensamientos agobiándolos.
 
La respiración se le calma dándome la señal de que cayó dormida. Así de tranquila se parece demasiado a Madison, sin duda son madre e hija.
 
Llevo la vista hacia mi teléfono con la esperanza de que una notificación ilumine la pantalla, pero nada, todavía no hay señales de mi Bambi.
 
Sé que a penas han pasado un par de horas, pero me tiene preocupado.
Tampoco sé si es buena idea llamarla o algo así, lo último que deseo es que se enfade conmigo.
 
Levanto a Cristina con cuidado de no despertarla, dormir sentada no debe ser muy cómoda para el cuello. Y a decir verdad, necesita descansar bien en su cama.
 
Busco la puerta correcta en el segundo piso hasta encontrarla. Al entrar, el aroma a vainilla golpea mis fosas nasales; la habitación es luminosa gracias a los ventanales, a contraste de los colores grises y negros de los amoblados. Sin duda es perfecta para un matrimonio multimillonario.
 
La recuesto bajo las sábanas, y no tarda mucho tiempo en acomodarse en una posición cómoda para ella. Hasta en eso son parecidas, duermen de lado abrazadas a algo.
 
Salgo y cierro lo más despacio posible. Mi vista se clava en la puerta blanca al fondo del pasillo, justo en frente mío.
Como si mis pies tuvieran vida propia, camino hasta tocar el pomo y girarlo.
 
Me entran las repentinas ganas de llorar cuando su esencia me golpea. Necesito al menos saber que está bien, que no se mató con el auto por conducir a altas velocidades.
 
Su princesa está recostada sobre la cama, al verme levanta las orejas. —Hola, bola de pelos. —Me siento a su lado, esta de inmediato coloca la cabeza sobre mi regazo—. Tú también la extrañas, eh.
 
Se la nota más decaída, más triste. Supongo que sentirá la ausencia de su dueña, no es tonta. Tal vez escuchó la discusión de abajo.
 
Suspiro resignado, si sigo pensando en esto la cabeza me estallará en mil pedazos. Ha sido un largo día, y aunque llore y patalee, lo único que puedo hacer ahora es dormir un buen rato, y rogar por que mi Bambi esté bien.
 
De hecho, su cama ahora suena como el mejor plan. Es una forma de sentirla cerca, aquí conmigo, junto a su bola de pelos con aires de reina.
 
Tardo muy poco en dormirme, solo me basta recostar la cabeza en la almohada con olor a frutas para perder toda noción del tiempo y espacio.
 
No me despierto hasta que percibo movimientos a mi alrededor.
 
—Lo siento, tesoro, no era mi intención despertarte. —El acento característico de Italia hace que la reconozca.
 
Abro los ojos medio dormido todavía. El sol indica que ya amaneció, deben de ser como las nueve de la mañana, tal vez más temprano.
 
—Buongiorno, Alessandro. —En mi poco conocimiento del el idioma, creo que eso significa que me desea los buenos días.
 
Deja una pila de ropa recién lavada y planchada sobre el escritorio para comenzar a guardarla en el armario.
Estoy seguro de que sabe lo que ocurrió ayer por la tarde, aunque no recuerdo que haya alguien del personal en casa.
 
—¿Apareció? —pregunto refregándome los ojos.
 
Miro a mi lado, Venus sigue en la cama, solo que está consciente por la presencia de Lorenza. Es raro, a esta hora se supone que tiene que estar abajo reclamando su desayuno.
 
«Al parecer alguien ya está encariñada con nosotros»
 
Por supuesto que sí, esta bola de pelos consentida me adora.
 
—Todavía nada —sale con una sonrisa de lado—, pero sabemos que está bien. Es una chica inteligente, si no lo estuviera ya hubiera pedido ayuda.
 
Así que no es la primera vez que mi novia hace este tipo de cosas... Pues solo espero que lo que dice su nana sea cierto, o yo misma la mataré.
 
Se acerca y acaricia mi mejilla derecha, reiterándome que pronto mi Bambi volverá a casa, que es fuerte, y que solo necesita reconstruir su coraza para dar la cara.
 
Hace bastante tiempo que no sentía este tipo de cariño de nana, al menos no desde que mi abuela paterna falleció hace años.

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