Capítulo XLI

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Madison

—Y un, dos, tres, ¡giro!; cuatro, cinco, seis, ¡estira la rodilla Max!; siete, ocho, nueve... ¡Paren la música!

Que esto se termine ya, por favor.

Doblo el cuerpo a la mitad presa del dolor que sienten mis pobres rodillas. Hace tres horas estoy bailando la misma coreografía en la Academia, le ruego misericordia a la Madre Tierra y que genere un huracán que afecte solo a este estudio.

—No me alcanzan los dedos para enumerar la cantidad de errores que siguen cometiendo —nuestra profesora camina de un lado al otro con los brazos cruzados—; la primera línea de bailarines, por el amor de Dios, parecen bolsas de papas vivientes.

Los nueve pertenecientes a ese grupo la miramos mal, estamos casi muriéndonos en el suelo y se da el lujo de decir que lo hacemos mal.

«Eso es insultante»

—¡Muevan esos cuerpos! ¡Que parezca que sienten la canción! Y los del fondo... ¡Tal vez no sean el centro de atención, pero de todos modos tienen que usar la técnica que se supone ya saben! ¡Estiren esos pies, los empeines, y que las manos se muevan con un poquito más de gracia!

Natalie no es una persona que se destaque por su paciencia. No me malinterpreten, es una excelente maestra, y si tiene que explicarte algo de nuevo porque no lo logras lo hará; es capaz de dejar sus pendientes de lado y quedarse contigo después de clase para ayudarte hasta en el más mísero paso. Pero no hay cosa que odie más que las cosas no salgan como ella quiere.

Además, si vamos a ser justos, es una coreografía que nos sabemos de izquierda a derecha. Nos sale increíble, es solo que en las últimas instancias, Nat suele ponerse mucho más exigente que de costumbre; no perdona ni un solo error o cabello fuera de lugar.
Ella lo llama pulir lo que ya está bien y llevarlo a la perfección, yo lo llamo homicidio culposo a mis pobres alumnos que hacen lo posible para complacerme.

—¡Desde el principio! Y, Madison —la miro esperando lo peor. Ya no resisto ni una sola corrección más—, al arrastrarte por el suelo ayúdate con los pies, así no te dolerá tanto el cuerpo luego.

Asiento volviendo a mi posición inicial. Selah se reproduce por septuagésima vez por los parlantes. Cada uno de los músculos que trabajan al moverme me duelen, el característico cosquilleo que indica que estás llegando a tu límite comenzó a molestar hace rato.

No sé cómo es que aún sigo de pie, pero utilizo el dolor que siento para dar todo lo que tengo y lo que no en la pista de baile.

“Everything old shall now become new.
The leaves will be green, bearing the fruit. Love God and our neighbor, as written in Luke. The army of God and we are the truth...

La canción corre sin darnos tregua a ninguno de los que baila. Se tienen que aprovechar esos momentos en donde no estás en escena para recuperar el aliento e intentar calmar los músculos o no se puede seguir el ritmo.

Es la primera vez en lo que va de la clase que Natalie nos permite terminar la coreografía, no sé si busca recalcarnos lo mal que lo hacemos o porque de verdad le agradó esta vez.

Más de quince pares de ojos la observan esperando el regaño del siglo o la felicitación. Ni uno solo puede respirar correctamente, todos exhalamos agitados por la boca.

—Muy bien —dice cruzada de brazos—, todavía quedan cosas por mejorar, pero por fin veo a mis alumnos de Élite.

Nunca creí que sus palabras de orgullo escondidas bajo la esa capa de frialdad podrían alegrarme tanto.

The Real YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora