Compañía

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Su cabeza le dolía horrores.

No se acordaba de mucho, tan solo de su amiga Phoebe bailando con un chico y perdiéndola de vista tras unas cuantas horas en la barra. Tampoco la tranquilizaba el hecho de estar en una cama desconocida, aunque el hecho de que todo se encontrara pulcramente ordenado y que en su apariencia todo siguiera igual la consoló un poco.

Era muy poco probable que algo hubiera ocurrido, mucho menos sin su consentimiento. De hecho, tapada con una frazada y con una almohada suave para acurrucarse, estuvo a punto de volver a quedarse dormida, de no ser por el ruido.

- ¿Quién anda allí? - preguntó Audrey adormilada, la cabeza punzándole por la luz de la ventana. Parecía el de una cafetera.

- ¡Hasta que despiertas! - comentó Percy mientras entraba con dos tazas, ofreciéndole una tímidamente. Ella lo miró azorada.

- ¿Qué hago en tu cama? Y más te vale que respondas, que si me llego a enterar que me hiciste algo juro por Merlín que...

- ¿Hacerte algo? ¡No, claro que no! Verás...- Percy se aclaró la garganta antes de continuar, claramente apenado-. Lo que pasó es que tu llegaste aquí golpeando a mi puerta...

PUM. Todo había vuelto a la memoria de Audrey, haciéndola sentir muy avergonzada...



Percy releía sus libros de Historia de la Magia cuando un ruido lo distrajo de su lectura.

Alguien golpeaba a su puerta ruidosamente, casi queriendo derribarla, sobresaltándolo. De inmediato y algo molesto, se levantó del sofá para ver a quien se estaba enfrentando por la mirilla de su puerta, aunque le bastó con escuchar aquella voz cantarina para adivinarlo.

- ¡ESTÚPIDA PUERTA, ESTÚPIDA LLAVE INUTIL...! ¿Dónde dejé mi varita? - se maldecía la chica, a la vez que seguía golpeando la puerta de "su apartamento", el cual se encontraba enfrente. Percy contó mentalmente hasta recuperar la calma, la cual perdía con especial rapidez con aquella vecina suya.

Pero la pobre debía estar ahogada en alcohol, él sabía que no era lindo y que se pondría peor al despertar. Tendría que ser cortés.

-Audrey, ¿Verdad? Tu departamento es el de enfrente- comentó una vez abrió la puerta. La joven lo miró como si le hubiera dicho que un muggle vivía entre ellos: incrédula.

- ¡Otra vez en mi casa! ¡Maldito acosador! Primero te apareces en la casa de una, ¿Qué sigue? ¿Caer "accidentalmente" en su cama? ¡Estúpido pervertido!

-Vecina, su casa está enfrente, cheque con su llave si no me cree- explicó de mantener su compostura. A ella le importo un bledo.

-Te perdono porque eres guapo, rojito, pero que sea la última vez, ¿Está bien? No necesitas escabullirte para que te deje entrar- arrastraba las palabras mientras se le colgaba al cuello, murmurando en su oído. Esto lo dejó helado de la sorpresa, aunque sería mentira negar que no le gusto. Los vellos de la nuca se le erizaron al contacto de la cálida respiración de ella, aunque hubiese deseado que su perfume no se perdiese con el olor a alcohol. Acto seguido, lo empujó a un lado mientras entraba al lugar, dejándolo anonadado.

Vio como aquella desvergonzada joven se quitaba los tacones y los dejaba tirados en su sala de estar. Estuvo por bajar el cierre de su entallado vestido cuando notó la presencia de aquel pelirrojo, quien no sabía exactamente qué hacer. Jamás se imaginó en una situación así.

- ¿Sigues aquí? ¡Vete! Ya te dije que cualquier otro día vengas, y ya veré yo si te dejo pasar. Nada más porque no se ve que seas mala persona, pero por menos que esto he atacado, y si no te vas, te juro que te castro...

19 años despuésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora