Consejo

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-Ambos somos leos, ¿y? ¿Según los muggles, eso es bueno o malo? - preguntó Ginny risueña, entretenida con la astrología de las revistas rosas que de vez en cuando se filtraban a la escuela a pesar de los repetidos intentos de McGonagall por eliminarlas del alcance estudiantil.

Los magos tenían su astrología, y muchos brujos excepcionales la tomaban como una pseudociencia respetable, pero era mucho más compleja que los consejos semanales y ratings de compatibilidad que los muggles manejaban en sus medios de entretenimiento: aquello era absurdo, pero divertido. Para Ginny, quien no creía en ningún tipo de intervención astral, escuchar a sus compañeras cuchichear al respecto era bobo, pero lo suficientemente interesante para estar en la conversación.

-Bueno- respondió Fiona con una sonrisa-. Dos personas con el mismo signo son compatibles, ¡son iguales!

-No muy modesto de nuestra parte: haber terminado amando a alguien tan parecido a nosotros mismos- bromeó antes de ver a una muy pálida Astoria saliendo del Gran Comedor.

"Mierda, no se ve bien", pensó Ginny, intranquila. Su falta de amigos cercanos en ese momento puede haberla influenciado, pero el hecho es que se preocupaba profundamente por Astoria: parecía tan indefensa, y su casa era conocida por devorar a los indefensos. La aparente indiferencia de Daphne hacia el mal de su hermana solo la molestó más: ¿cómo podía ignorar el dolor de su hermana? Sabía que la llamaban "dama de hierro" por una razón, pero, aun así, eso era demasiado frío incluso para sus bajos estándares.

-Me tengo que ir, Fi. ¡Nos vemos! – se despidió de su compañera, yéndose sin esperar respuesta. Astoria sonrió una vez que Ginny la alcanzó, haciéndola sonreír también-. ¿Cómo estás?

- "Estoy", que ya es ganancia- ambas rieron, aunque Ginny ya no supo qué tan en serio hablaba o no. Odiaba pensar tan dramáticamente del asunto, pero no podía evitarlo, no cuando cada que veía a Astoria lucía peor-. ¿Cómo estás tú?

-Aburrida: feliz de verte, pero aburrida. Me aburro fácilmente, y es molesto.

-No puedo decir lo mismo: me vi obligada a aprender a entretenerme siempre, sobre todo por mi cuenta, lejos de donde pudiera enfermarme o hacerme daño. Mi hermana... es complicada. De niña, siempre preferí jugar con mi imaginación.

-Ninguno de mis hermanos era complicado, y ningún pensamiento o imaginación mía es lo suficientemente interesante como para entretenerme.

-Realmente lo dudo- resopló Astoria, pareciendo cansada, antes de preguntar tímidamente-. ¿Podemos sentarnos? Solo por un momento.

- ¡Claro! - respondió Ginny de inmediato, buscando un banco para sentarse. No habían hecho mucha actividad como para que Astoria estuviera tan cansada, pero Ginny no la juzgaba. "Hago mucho ejercicio: tal vez por eso no me costó tanto esfuerzo", trató de calmarse, pero no funcionó-. ¿Mejor? – la castaña asintió, claramente apenada.

-Gracias- la castaña notó la mirada de Ginny sobre sus manos, sacándole un suspiro cansino mientras las ocultaba, cruzándose de brazos. Antes de que la pelirroja pudiera disculparse, Astoria intervino-. ¡No te preocupes! Sé que se ven raras, pero mis manos tienden a entumecerse y cambiar de color a medida que su circulación y oxigenación se restablecen. Primero se tornan pálidas, ahora azules, en un rato serán rojas, y después volverán a la normalidad. Por eso están frías-para probar su punto, Astoria tomó su mano suavemente, causándole a Ginny un escalofrío-. Se me olvidaron los guantes en la mañana, tampoco me ayudó, pero ya sabes lo que dicen: manos frías, corazón cálido- medio bromeó al final, soltándola con delicadeza-, aunque preferiría cuidarlas más del frío. ¡Accio, guantes! – el pequeño par blanco apareció en su regazo, y ella no tardó en colocárselos.

19 años despuésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora