Diamante en bruto

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Luna contempló orgullosa su obra terminada.

La última pared vacía en su habitación ahora estaba coloreada con un bello campo de flores multicolor, donde liebres brincaban alegremente debido a la pintura encantada con la que había hecho los trazos.

Guardó todo y buscó que ponerse, después de todo, en Londres hacía frío y allí era a donde iría a conocer al señor Scamander, quien tanto interés había tenido en su artículo. El mismo señor Scamander que clamaba haber visto lo mismo que ella. Alguien que le creía.

Sonrió de solo pensarlo, curiosa de cómo sería, mientras se colocaba sus aretes de rábano. A ese punto ya se había hecho a la idea de que usara lo que usara la verían raro, asi que le daba lo mismo si ella le gustaba...y ahora que había empezado a recuperar el peso perdido durante su encierro, podría incluso verse un tanto linda a pesar de sus extravagantes gustos.

-Nada en contra de mis costillas, pero prefiero no verlas...- había comentado con simpleza cuando su papá preguntó sobre el porqué de que comiese más de lo usual. Había dejado el tema desde entonces.

Se sintió mejor una vez terminó de leer la carta de Neville. Sabía que la temporada de fiestas era tema a tratar con pinzas en su casa, más ahora que él había decidido visitar a sus padres seguido. Le alegró saber que todo había ido bien pues, aunque no lo reconocieron del todo, al menos había podido hablar un rato con Alice, cosa que era un avance. Él le había mandado una pulsera llena de dijes en forma de mariposas, libélulas y demás bichejos adorables y coloridos como regalo adelantado de navidad, cosa que terminó por alegrarle la mañana. Planeaba usarla, aunque la manga de suéter apenas la dejara entrever.

Bajó para tomar la red Flu, su padre distraído preparando algo en múltiples ollas en el momento de despedirla. Descuido un rato la cocina para verla, sonriendo encantado al verla tan contenta. Extrañaba verla así.

-A veces me impresiona lo parecida que eres a tu madre, mi niña- dijo con melancolía, mientras se acercaba a colocarle una bufanda sin preguntar, pues no quería que se enfermara-. ¿Segura que vas sola? Puedo acompañarte si así te sientes más tranquila...

-...Yo me siento segura, ahora si tú te sientes más tranquilo acompañándome, sabes bien que siempre disfruto de tu compañía...- dijo Luna con dulzura, teniendo compasión de él-. Legalmente ya soy mayor de edad, puedo atacar en cualquier momento, ¡Y hay aurores en todo el callejón! Estaré bien.

-Sí, lo estarás...-concedió, dándole un último abrazo antes de dejarla ir.

Si era sincero, desde que perdió a su mujer, y más aún después de haber dado por perdida a Luna por meses en manos enemigas, Xenophilius se había vuelto un tanto paranoico. No tanto como para abrumar a su curiosa hija, pero si lo suficiente como para ser incapaz de ignorar el reloj, contando los minutos en los que ella estaba fuera, esperando su regreso.

Luna se sacudió graciosamente para quitarse el polvo de la ropa, llamando la atención de algunos, quienes bebían mientras escuchaban en la radio un disco rayado Celestina Warbeck. Tarareando y con paso bailarín, la joven siguió su camino, solo para ser interrumpida una vez más...

Y entonces, recordó que había llegado al Caldero Chorreante, era lógico.

- ¡Luna! ¡Hubieras dicho que venías! - saludó Hannah con cariño, abrazándola. Luna correspondió del mismo modo, después de todo, Hannah no había sido otra cosa que amable con ella-. ¿Quieres algo de tomar? La casa siempre invita a amigos...

-...Lo siento, pero en realidad la otra persona eligió que nos viéramos en la Bolsa de Té de Rosa Lee... ¡Si hay otra ocasión lo traeré acá, desde luego! Les quedó bonito el arbolito...- halagó una vez notó la decoración navideña. La rubia la miró sorprendida antes de sonreírle con complicidad.

19 años despuésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora