San Valentín atrasado

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La visita a Hogsmeade llegó por fin, y el amor pareció volver a flotar en el aire mientras las parejas separadas se preparaban para reunirse una vez más.

Era finales de febrero, y aunque la nieve seguía cayendo con furia sobre la tierra, bloqueando muchos de los caminos, la visita mensual al pequeño pueblo no se canceló por acuerdo de la mayoría, pues muchos esperaban reunirse con alguien ese fin de semana, de modo que solo unos cuantos decidieron seguir resguardados en las paredes del castillo mientras los carruajes avanzaban rumbo a Hogsmeade...

Hermione sonrió mientras rociaba un poco de perfume en su cabello, aroma que irremediablemente le recordaba a Ron, quien se lo había regalado. El aroma dulzón a rosas y vainilla era una combinación particular que, si bien no conoció hasta que le regaló el perfume, ahora era su favorita y la usaba cada que la ocasión lo ameritaba.

Extrañaba a Ron como jamás creyó poder extrañar a alguien, de una manera mucho más demandante que la simple nostalgia que sentía al echar de menos a sus padres, hermano, o incluso a su amado e incondicional mejor amigo, Harry. Su anhelo por Ron era más profundo que simplemente extrañar su compañía o su trato afectuoso, por mucho que le costara admitirlo en voz alta.

Si bien extrañar a los demás era solo un sentimiento triste que podía ignorar para seguir adelante, Hermione a menudo se encontraba notando su ausencia: cuando estudiaba a solas en biblioteca, extrañando sus intentos por distraerla si la notaba demasiado estresada por una asignatura (estado de ánimo que sólo Ron percibía antes de que fuera evidente), o por el contrario, su mirada apenada cada que le pedía volver a explicar algo que no entendió en clases, como si temiera que se fuera a burlar de sus dudas, asegurando que a ella siempre le entendía mucho mejor que a cualquier profesor experto; mientras hacía sus rondas como prefecta, porque echaba de menos sus besos, protegidos de miradas indiscretas por la hora tardía y la oscuridad de los pasillos mientras buscaban a algún merodeador tras el toque de queda, permitiéndoles estar completamente a solas; en las noches, pues odiaba la frialdad de su ausencia, especialmente ahora que conocía la sensación de sus brazos y caricias, lo bien que podía hacerla sentir, y lo tranquilos que se tornaban sus sueños con él a su lado; extrañaba que Ron fuera lo primero que viera al despertar, e incluso llegó a extrañar sus malos modales en la mesa...

-Estás a una hora de él, deja ya la cara triste- la animó Ginny mientras regresaba de la ducha, claramente divertida-. Nunca pensé que te vería así por él: solo es Ronnie.

- ¿Debo recordarte tus años suspirando por Harry, Ginevra?

- ¡Ay, pero tampoco me llames así! Solo estaba jugando, no es para que me regañes- se quejó con demasiada seriedad, causándole gracia-. Además, era chica. Se vale ser boba enamoradiza cuando se es pequeña, ¿no? Cursi, incluso.

- ¿Me estás llamando boba cursi, Weasley? - retó, pero ya no estaba enojada. No podía culpar a Ginny por molestarla, pues sabía que no era con mala intención.

-Me llamé a mi misma, porque lo era- corrigió suavemente, antes de preguntar-. ¿Rojas o verdes?

- ¿Disculpa? -Hermione giró la vista para ver que su amiga se refería a un par de esmaltes que, si su memoria no fallaba, habían estado en su cuarto en la Madriguera desde la primera vez que se quedó con los Weasley-. ¿Siguen buenos?

-Ni idea, pero dudo que si no me lastimen las uñas. Desde que juego Quidditch que no me cuido las manos- comentó, de repente algo arrepentida por eso: sus pequeñas manos estaban llenas de callos por su agarre a la escoba, algún que otro golpe de cuando una bludger llegaba a ser bloqueada por los bateadores o una quaffle acelerada, o marcas de cuando se picaba con la aguja al remendar alguna prenda. Pintarlas de algún color alegre era la solución más sencilla a su problema.

19 años despuésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora