La Bella Durmiente

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-Ha sido un día muy tranquilo para ti, Poppy.

- ¡Ay, Minnie! ¿Qué has hecho?

- ¿Qué he hecho?

-Regla número uno en una enfermería, hospital o parecidos: ¡nunca digas que las cosas están tranquilas! - McGonagall entornó los ojos al ver que la preocupación de su amiga era genuina, antes de reír derrotada. Poppy Pomfrey solo bufó mientras terminaba de acomodar las pociones nuevas en sus estanterías.

-Somos brujas, ¿recuerdas?

-E igual a mí me gusta ordenar a lo muggle, lo aprendí de ti. Ayúdame con esas, ¿sí? Cuando le pedí repuestos a Slughorn no creí que me fuera a dar un arsenal tan grande, ¡alumnos me van a faltar para agotar el crecehuesos! Es como para San Mungo, ¡y todavía me falta lo que mandan de allí!

-Merlín te oiga en cuanto a que no haya tantos lastimados este año- comentó Minerva antes de empezar a ayudarle a acomodar aquel inventario, a lo muggle, para poder conversar tranquilas-. Gracias por dejarme escapar aquí. Necesitaba un respiro.

-No sé cómo ordenar puede ser un descanso, ¡pero cuando gustes, amiga! - ambas rieron antes de seguir en lo suyo, Poppy con los remedios para lesiones, Minerva con las pócimas para los resfriados-. La única vez en que recuerdo haber visto los estantes así de llenos fue mientras teníamos al señor Lupin entre el alumnado, que en paz descanse- comentó con melancolía: recordaba las heridas del joven mes con mes, el secretismo de Dumbledore respecto a su origen, a pesar de que, para ella, una sanadora, eran más que evidentes los signos de la licantropía-. Claro, nada más falta el veneno. Era más efectivo con él.

-Sí, lo recuerdo. También recuerdo la de veces que los señores Potter y Black fingían resfriados o lesiones para acompañarlo cuando tenía que internarse, dejando al señor Pettigrew de su mensajero de las noticias fuera de la enfermería...

-...Les seguían la corriente...

- ¡Tú también!

- ¡Pues claro! Esos niños me hacían reír. Tú eres la más estricta de las dos, lo extraño es que tú los dejarás salirse con la suya.

-Pues a mí me parecía tierno, y mientras no se saltaran clases o entrenamientos, inocuo.

-Precisamente- ambas suspiraron con tristeza, recordando esos años antes de la gran tragedia-. Me rompe el corazón pensar en ellos. Lo natural hubiera sido verlos crecer, ser profesionales, formar familia...es antinatural que estemos aquí y ellos no.

-Lo sé: la guerra hace esas abominaciones- concordó McGonagall sumariamente, agradeciendo cuando Poppy le alcanzó una caja con pañuelos para secarse las pocas lágrimas que empezaban a picarle los ojos-. ¡Lo siento, amiga!

- ¡No te disculpes! Si a mí me rompe el corazón, no quiero imaginar lo que debe ser para ti.

-Es que... eran los niños más dulces. ¿Traviesos? Sí, probablemente fueron la razón detrás de mis primeras canas, pero tenían corazones de oro, y luego tenemos casos como el de la señorita Evans, que era una joven encantadora y que debió tener el futuro más brillante de todos...-Poppy solo asintió sus palabras abrazándola, dejando que se desahogara-. Tus abrazos siempre han sido los mejores, Poppy. Gracias, y lamento esto.

-Mis brazos siempre serán tuyos, Minnie, y no hay porqué disculparse- le aseguró enjugando sus mejillas con cariño antes de separarse un poco. Desde sus años estudiantiles sabía que mucho contacto físico abrumaba a su amiga, por más que fuera alguien querido quien se lo proporcionara. Prefería serenarse a sí misma-. Yo jamás imaginé que tendríamos de colega al señor Lupin.

19 años despuésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora