Nuevas y viejas oportunidades

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Ron y Hermione entraron a la tienda de Ollivanders, la cual, de no ser por el letrero de enfrente, hubieran creído que estaba cerrada por su estado: vacía.

Hermione sonrió con nostalgia al recordar cuando sus padres, asombrados y atolondrados por toda la magia del callejón, la acompañaron a conseguir su primera varita: lo orgullosos que lucían a pesar de no comprender del todo aquello, y lo feliz que la había hecho tenerla entre sus manos, siendo esa la primera vez que se sintió como una verdadera bruja. Realmente había sido algo único, le dolía ya no poder tenerla con ella nunca más. Su varita era lo único material que de verdad añoraba a diario cada que trataba de conjurar algo, la varita de Lestrange rebelándose a su impura ama cada que lo intentaba.

Su varita había sido parte de ella, una extensión de su magia misma...y ya no estaba.

Ron, por su parte, solo se sentía mal de haber perdido su varita.

O sea, si bien no era la primera ni la última que usó en su corta vida, sí que era de lo poco que pudo llamar suyo realmente, y para alguien a quien casi todo le era donado o prestado, realmente le importaba.

Conseguirla había sido de las pocas ocasiones en que sus padres se habían podido permitir comprarle algo, y por ello la había cuidado lo mejor que pudo. Y aunque, para bien o para mal, había conseguido doblegar a la varita de Pettigrew (probablemente ilegal, como su antiguo dueño) a su voluntad en cuestión de días, sí que era cierto que quería cambiarla y deshacerse de ella lo antes posible. Le perteneció a Pettigrew, un traidor a su familia y amigos: básicamente, a alguien que representaba a la perfección todo lo que encontraba deleznable en una persona. No quería compartir algo con él.

- ¡En un momento voy! - escucharon la voz del señor desde lo que, supusieron, era la bodega. Ambos respondieron que no había problema, mientras que Hermione jugueteaba distraídamente con la campanilla de la puerta.

-Entonces, ¿Cuándo les diremos a tus padres que me acompañaras a Australia? - preguntó Hermione tratando de sonar casual, aunque estaba nerviosa. Ron rió suavemente antes de responder.

-El tema ya salió, de hecho, mientras dormías. Están de acuerdo, no desean que vayas sola...-Hermione lo miró incrédula, sabiendo de antemano la naturaleza sobreprotectora de Molly sobre sus hijos... ¡Incluso seguía viendo por Bill, el mayor de todos! Pero francamente, dudaba de que Ron le mintiese con algo tan grave.

Decidió creerle, y entonces, sonrió y lo abrazó con fuerzas, riendo un poco también. Le había quitado otro peso de encima. No dejaría de sentirse estresada hasta tener a sus padres con ella, seguro, pero la aprobación de los Weasley, su nueva familia, también le daba tranquilidad.

Un leve carraspeo los separó antes de poder besarse. Ambos se sorprendieron de ver a Ollivander tan deteriorado. Sabían que no era tan viejo, pero parecía de la generación de Dumbledore. Ambos se separaron avergonzados al recordar su comprometedora situación, sacándole una carcajada ronca al anciano, quien, si bien no era ajeno a tratar con mayores, estaba acostumbrado a recibir clientes más chicos.

-Buenos días, señor Weasley, señorita Granger...-saludo con educación-. Esas no parecen las varitas que les vendí años atrás...-tomó la de la chica con cuidado, analizándola con dedicación-. Madame Lestrange. O Bellatrix Black, así se llamaba cuando se la entregué hace más de treinta años- suspiró con cierta nostalgia-. Era una joven brillante, la señorita Black. Rebozaba carácter y ambición, cosa rara en las señoritas de su clase, de allí que el nogal y la fibra de corazón de dragón fuesen sus acompañantes predilectos ...

- "Brillante" no sería la palabra que usaría para describir a esa maldita...- Hermione detuvo a Ron con gesto, claramente igual de disgustada, pero más centrada que él. El pelirrojo irradiaba ira pura hacia al pobre hombre, pero de inmediato se forzó a estar bien por Hermione. Muy en el fondo ambos sabían que Ollivander era un aficionado a la varitología y valoraba el tema desde ese punto de vista impersonal, nada más.

19 años despuésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora