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Dolor, desenfoque y aclaraciones.


Abril, 26

Ámbar.

Presiono hondo el acelerador bajo mi pie sintiendo mi corazón ir muchísimo más rápido que la camioneta en la que ni siquiera recuerdo como lo subí. Mis manos en el volante tiemblan y mi mente hace nada la escena del estacionamiento, al tenerlo a mi lado, casi sin conciencia, sin que la nariz pare de sangrarle, con el rostro pálido e ignorando totalmente mis llamados.

Las lágrimas de desespero me nublan la vista, no sé qué carajos esta pasándole, necesito ayuda porqué su semblante sólo me llena de miedo al pensar lo peor.

—Damián.—llamo escuchándole balbucear cosas inaudible.—Damián.—niega casi sin fuerza.

—Perdón...—capto entre las palabras incoherentes, y las lágrimas me avasallan las mejillas.

Sigue diciendo cosas, haciéndome ver qué está en el limbo de la inconsciencia, cuando llegando al frente de las puertas de emergencia hago sonar el claxon que le hace subir una mano a su oído izquierdo y presionar con todas las fuerzas que le quedan.

—¿Que te pasa?—pregunto esperan una respuesta que calme la angustia, pero parece que ni siquiera me mira.

Los enfermeros salen casi corriendo del interior, yo bajo sintiendo todo mi cuerpo temblar mientras corro a abrir su puerta. Los del personal médico lo ayudan a bajar, empezando a hablarse entre códigos al ver su estado. La silla de ruedas queda de lado cuando lo suben a una camilla una vez que entramos al centro médico.

Voy a su lado, trotando junto a los enfermeros que arrastran la camilla por los pasillos blancos. Intentan para la hemorragia, Damián mira el techo mirándose desorientado, como sí estuviera muy mareado. Alguien me pregunta que sucedió y apenas puedo responder, tragándome todo lo que no puedo soltar cuando su mano cae sobre la mía puesta en la varilla de la camilla.

—No es nadie.— me dice sin fuerzas y su estado me hace llorar, aún cuando ni siquiera puedo entenderlo.—Todos son nadie.—niego con frustración, miedo y desesperación al no saber que le pasa, ni de qué me habla.—Lo siento.—sus palabras son un susurro, como sí hasta su voz le molestara.—Perdón por no saberte querer.

Mi pecho se comprime, el llanto aumenta y lo único que soy capaz de hacer es encorvarme para dejar un beso en su frente.

—No me jodas ahora con esto...—le susurro queriendo que deje de hablar como sí la vida se le estuviera agotando.

Con mis labios aún en su frente, su mano ensagrentada sube a mi mejilla haciéndome cerrar los ojos con fuerza cuando las suyas fallan hasta al ejecutar el agarre, que termina siendo una caricia delicada que baja por un lado de mi cuello.

—Perdón por no haberlos salvado.—sigue haciendo que su casi inaudible susurro, opaque totalmente las voces de los enfermeros que se dictan cosas.—Yo también los quería.—Habla de los bebés que no pudimos tener.—Pero todo se me salió de las manos, y no me justifico, sólo quiero que no me odies.—cierra los ojos como sí estos le pesaran muchísimo.—Tampoco pude tocarlos, se desintegraron en mis manos, amor.

—Damián...

—Está delirando, señora.—anuncia el enfermero a mi lado.

—Mía no se desintegrará, a ella voy a cuidarla...

—Señora, no puede seguir.—me avisa el mismo enfermero y sobre mis hombros cae todo el peso de lo que me duele dejarlo en este estado.

—Voy a estar aquí cuando salgas.—niega con los ojos cerrados, y tratando de apretar los dedos que tiene en mi cuello.—Lo prometo.

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