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Damián.
La brusquedad de un movimiento me hace salir del sueño casi enseguida, pero no abro los palpados, pues el dolor del ojo izquierdo me molesta. Sin embargo sucede de nuevo, trato de seguir ignorando y mantenerme quieto en mi sitio, pero el tercer movimiento es más brusco y viene acompañado de un pequeño gemido.
Ámbar a mi lado se ha sentado, su respiración se vuelve tensa y aunque abro los ojos, no me vuelvo...
No debo.
Sigo de espaldas a ella, mirando hacia la carpa rosada dónde le sobresalen los pies enfundados en calcetines morados a Mía, y sonrío...
La tengo aquí.
—Joder.—gimen nuevamente a mi lado, y aunque quiero seguir ignorando...
—¿Que carajos te ocurre?—murmuro aburrido.
Enseguida siento su mirada sobre mí, pero permanezco en mi lugar sin moverme.
—Se mueven.—me responde de forma ausente y mantengo el aire en los pulmones antes de voltearme sin mucho afán.
El gusano de colores de Mía divide la cama que dicidió compartir conmigo cuando ayer se hizo muy tarde y propuse que se quedarán. «Mía quería estrenar su carpa» y después de lo del penthouse ni yo mismo confío en mí para pasar una noche sólo con ella sin saber que puede pasar al día siguiente, por ello le ofrecí la cama a su madre.
Y ella me ofreció la mitad, así que por supuesto no iba a ir de estúpido a negarme «La mitad de mi propia cama es mejor que el sofá», Obviamente por eso, no iba a negarme.
Con las manos juntas bajo mi cara escaneo su perfil, respira profundo con la mirada en el frente, y las manos delgadas se notan más pequeñas sobre el vientre abultado.
Hacía muchísimos años, que no veía su vientre tan grande, y ha sido tanta la impresión que desde que la ví entrar después del coma, no he podido ignorarlo, por más que me he esforzado.
—Se mueven ambos.—vuelve a decirme, emitiendo una pequeña risa baja y nerviosa.
Es obvio que esto es nuevo, me quedó muy claro hace dos días en el baño, y...
—Puedo sentirlos a ambos.—sigue acariciando su barriga y yo prefiero quitar los ojos de ella, para subirlos a su rostro.
Sonríe feliz... Pero temerosa.
—¿Son fuertes?—inquiero para no hacer la pregunta más directa, ante las dudas que sus muecas me dan.
Ríe bajito, entredientes y niega aunque vuelve a apretar los labios al momento de bajar la cara para mirarme.
—¿Quieres sentir?
Cuestiona y siento que el dolor de cabeza aumenta y el cambio en mi respiración dicta que sólo quiere estragularla. Pero me mantengo en mi sitio, serio y sin quitarle la vista de encima. Ella ríe volviendo al frente y tratando de ocultar las muecas de dolor.
—No son tan fuertes.—miente y sólo elevo las cejas, para restarle importancia e incorporarme.—Sólo son repeńtinas... Y breves, pero continúas.—me pongo de pie, y ella busca mis ojos para que no me marche.—No cómo la primera vez.
Aprieto los labios, mis ojos un segundo se mueven a su vientre pero los quito rápido volviendo a su cara, para asentir.
—Se siente increíble ¿No es así?—vuelve a preguntarme con los ojos en los míos.
Y no se a que juega, pero está empezando a molestarme, así que decido darme la vuelta para no reventarme la mandíbula al seguir viéndola.
—Damián.—insiste en hablarme, y no sé porqué carajos me detengo, pero lo hago retrasando la ida al baño, no obstante, evito voltear.—Damián.—vuelve a llamar, buscando mi atención...

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Mil razones
RastgeleEra imposible escapar de la bestia, era imposible amar a la bestia; todo esto ella lo rectificó. Cayó en sus agarras y amó estar allí, pero las mentiras dañan, hieren y destrozan. Las mentiras y traiciones hicieron de las paredes sólidas de su amor...