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¿Borrón y cuenta nueva?

Ámbar.

La hora en mi teléfono marca las doce en punto del medio día, Hansel ha de estar por llegar con los niños, y es por ello que me levanto de la cama yendo al baño por una ducha rápida, luego por un cambio de ropa cómoda, para después volverme a la habitación poniendo mis ojos sobre Damián que aún duerme.

Está tan profundo que da la impresión de que es la primera vez después de mucho que descansa, y aunque me da un poco de pesar despertarlo, debo hacerlo. Me acerco a la cama, sentándome a su lado mientras él se mantiene boca arriba, con la cabeza ladeada hacia la izquierda, y la cobija le cubre desde la cintura hasta los tobillos.

Sonrío detallando sus facciones, su nariz puntiaguda, los labios rojos, las pestañas largas y cejas tupidas.

«Es momento de acabar con la burbuja de idiotez en la que hemos estado viviendo»

Lo extraño como mío, y no quiero dejar de sentirlo mío.

Pongo mi mano en su rostro, paseo mis nudillos por él, con la idea firme de acabar de una vez por todas con la tortura a la que hemos estado sobreviviendo en el último año, al sabernos unidos pero separados y desligados.

Me merezco una familia después de todo...

Sigo bajando mis dedos por su cuello; no despierta, así que continúo, enfocando el recorrido de mis dedos en un punto exacto sobre su pecho.

—Creí que tu piel era fuerte.— murmuro divertida cuando finalmente siente mis caricias y abre los párpados algo desorientado.— ¿Que te pasó?— indago bajando de sus cielos al pequeño hematoma que reluce sobre la piel blanca, con un leve color violeta y rojizo.— ¿Qué te sucedió?— insisto cuando no responde.

Toma aire, se estira y se da la vuelta, dejándome de frente con su espalda. El mismo acto odioso que hacía cada que le interrumpía el sueño. Aprieto los labios, antes de poner mi mano sobre su hombro para ejercer la fuerza necesaria que nuevamente lo deja en su posición inicial.

—Levántate.— voy al punto.— Hans y los niños llegarán pronto.

Dicho esto intento ponerme sobre mis pies para salir de la habitación, pero su mano atrapa mi brazo antes de que me aleje, y tira de mí haciéndome caer bruscamente sobre él.

—Tengo sentimientos.— me dice y alzo las cejas como sí eso fuera algo desconcertante.— Me siento usado cada que después de follarme, te marchas como sí nada.

Río divertida y antes de que pueda decir algo más, me besa.

—He estado pensando...— digo entre besos antes de separarme un poco y mirarle la octava maravilla mundial que posee como ojos.— Y ya no quiero que sufras en la vida de mierda que te he hecho vivir.— Hago alusión a las palabras que hace días me escupió.— Tampoco quiero que te sientas usado— sus ojos brillan entendiendo a dónde quiero llegar, pero de inmediato la alegría es opacada, y al verme fruncir el ceño, toma mi cabeza y vuelve a besarme.— Damián...

No me da tiempo a refutar, usa la fuerza para dejar mis labios contra los suyos, y luego para cambiar nuestras posiciones, dejándome a mí en su lugar y colocándose sobre mí. Intento entre besos, hablar, exigir una respuesta clara, pero todo lo que consigo son besos, apretones, y la dureza de su miembro sobre la parte baja de mi abdomen, hasta qué...

—¡Mamá!— el grito me toma desprevenida y termino empujando a Damián, quién cae de espalda y haciendo una mueca de frustración, sobre el colchón.— ¡Mamá!

Mil razones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora