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Ámbar.

Abro la puerta algo jadeante «Tuve que apurar el paso para que la lluvia no me alcanzara después de decidir venirme a pie». Mi entrada abrupta atrae los tres pares de ojos que se fijan en mí enseguida, y uno sólo de ellos a mí me hace soltar aire antes de cerrar la puerta ahora con más calma y caminar hacia la isla.

Ni siquiera por la amable enfermera que viene siempre opto por abrir la boca y saludar. Violet me sigue con la mirada en todo lo que hago, y yo dejo de verla a ella para poner los ojos en Damián un segundo.

Él ya me estaba mirando, pero sin emitir ningún gesto paso de él y me pongo en la enfermera que le inyecta algo en el brazo.

La gabardina que traía puesta la dejo tendida sobre el espaldar del banco, y sin nada más que me haga peso, rodeo la isla para buscar en el refrigerador una botella de agua. La cual bebo de espaldas a ellos.

—El dolor disminuirá enseguida, Dami.—le avisa la doctora, pero no obtiene respuesta.—En un rato volveré para ver qué todo siga en ordén.

Tapo la botella y la dejo en la isla al darme la vuelta cuando oígo sus pasos de regreso a la puerta en compañía de la enfermera que esta vez me dedica una mirada y un asentamiento mientras arrastra el carrito.

—¿Y mi hija?—inquiere Damián en voz alta, llevándose mis ojos hacia él e incluso los de las mujeres que aún no salen.

—No quise despertarla tan temprano, cuando lo haga me llamará para que Gilbert la traíga un rato.—respondo y él asiente en lo que la doctora y enfermera terminan de salir.

Se sienta en la cama y se pone de pie con cierta pesadez, suelta un suspiro molesto y me acerco sin mucho afán.

—¿Tuviste una mala noche?—inquiero suavemente a lo que me mira serio un segundo antes de continuar hacia al baño.

—¿Que sabes de Hansel?—pregunta adentrándose al cuarto de baño sin cerrar la puerta.

Miro la hora en mi reloj y vuelvo hacia mi bolso.

—Lie me avisó que hicieron escala en España, pero sólo fué una hora. Están en vuelo todavía.

No recibo respuesta, pero oígo la llave del lavamanos así que me pongo en sacar lo que he traído antes de ir a ver a Street. Ayer olvidé la factura de este mes y envió un mensaje en la noche, avisando que debía pasar por él, y antes de que lo traiga voy a...

—¿Crees que ahora que soy pobre pueda comprar por lo menos un pastel de cumpleaños?—pregunta con veneno al salir del baño y me doy media vuelta para verle la cara.

—Que exagerado.—le suelto y ofendido alza las cejas.—Primero, no has quedado sin dinero; tu capital está retenido por algunos días, y por esos días tienes lo suficiente para no tener que dormir en la calle, poder comer lo que te venga en gana y estar despreocupado.

Le doy la espalda y vuelvo a mis cosas.

—Y sí,—le oígo acercarse, pero no dejo de buscar en mi cartera—Sí te alcanza para el pastel, no te preocupes.—Saco mi celular, y guardandomelo en el bolsillo me vuelvo a él haciendo que se detenga cuando mis ojos le caen encima.—Y ya te pedí disculpas, omitiendo totalmente que no he sido la única causante.

—¿Ahora me culpas...?

—Pues sí.—alego de inmediato cruzándome de brazos bajo su mirada.—Puedo admitir mi culpa ya que conociéndote debí haber pensado en que no habías estudiado nada de lo que te dí, por ello, y por el hecho de haberme desentendido en el peor momento de la empresa.—eleva las cejas airoso al escucharme admitir mi error.—Pero lo volvería hacer sin dudas.—aclaro—Pero el tema es que; así como yo tengo algo de culpa, a tí también te sobra, así que deja de atacarme con comentarios idiotas.

Mil razones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora