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Mayo, 27

Hansel.

Veo la hora mientras me llevo el celular a la oreja esperando que está vez sí conteste. Llevo mucho esperando esta hora para que no hayan excusas, y es que según mis cálculos allá deberían ser las nueve de la mañana sí acá son las cinco de la tarde.

El primer tono me pone a caminar ansioso por la sala. Hace tres días que no llama y nadie en esa maldita casa no responden los putos celulares. La última vez que me marcó fué para descargar su molestia por la renuncia que aún nadie firma, y empiezo a sospechar su participación en eso.

Las voces de Mía y Noah peleando arriba suenan más fuerte que el segundo tono, y grito el nombre de la empleada señalandole hacia arriba para que vaya a hacer algo ya que ni loco voy yo; como mediador parezco piñata.

El tercer tono me desespera y molesta, y la caminata me deja en el patio delantero que aún tiene la puerta de la calle abierta y por ella puedo ver qué también las del auto que acabo de estacionar allí están de par en par.

Suspiro y me aproximo a ellas empezando a despotricar mentalmente en contra de Ámbar y Amelie que me han visto cara de niñera y chófer infantil hoy, y para colmo sus hijos me han dejado el carro peor que basurero, no sacaron sus mochilas, y encima pudieron haberme robado porque dejaron las puertas abiertas.

El cuarto tono me hace insultar al imbécil con el que me crié al tiempo que estrelló la segunda puerta trasera y me quito el teléfono de la oreja para colgar en el momento justo en que contestan.

Bueno.—inquiere tranquilo haciéndome fruncir las cejas.

—¿Estás bien?—es lo primero que digo tomando el camino de regreso a la casa.

—¿Quién habla?—pregunta de vuelta y cerrando la puerta a mis espaldas me detengo confundido.

Guardo silencio unos segundo sopesando la idea de que pueda estar en crisis. Trago saliva rascándome la nuca mientras intento buscar una pista a mi proceder mirando mis zapatos al inicio del andén dividido que va de aquí a la entrada principal.

—Soy Hansel, Damián.—murmuro tenso mordisqueandome los labios tras el silencio que se hace del otro lado y solo permite escuchar su respiración y a lo lejos una música baja en español.—Hansel...—trago saliva sintiendo un nudo en la panza «se acentúa allí cada que lo siento vulnerable, porqué sencillamente no es él sí está así»—Tu amigo—insisto— ¿Maldito Hansel...?

La carcajada que suelta deshace el nudo en un instante y deja una sensación agridulce.

—Maldito idiota.—insulto y de apoco deja de reírse.

Reanudo la caminata al interior de la casa, agradeciendo internamente su humor. Se siente raro, pero desde que supo de la enfermedad no lo encuentro así...

Suena hasta relajado.

—¿Qué quieres “maldito Hansel”?—se burla antes de emitir el sonido que indica que succiona ruidosamente por una pajita.

Frunzo las cejas cerrando la puerta de la casa.

—¿Que haces?—pregunto.—¿Cómo estás?

Exhala como sí acabara de beber algo refrescante, yo tomo asiento en el sofá.

—De maravilla.—expone tranquilo dejándome algo desencajado.—Estoy muy bien, de hecho. Me han quitado las vendas de la cabeza y no se mira la cicatriz, sigo guapo como siempre.—río por lo que dice, contento con que no lo esté tomando mal, como creí.—Justo ahora estoy celebrando.—mi sonrisa cesa de a poco.

Mil razones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora