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Puntos y elecciones.


Abril, 26

Damián.

A lo lejos empiezo a oír el pitido que aumentan de volumen cada que los calmados latidos de mi corazón chocan contra mi caja torácica. Me siento en el aire, desorientado y terriblemente mal con el malestar que aumenta mientras más mi conciencia se despierta y percibe el pitido que antes era casi imperceptible, como sí lo tuviera en la cabeza misma a un máximo volumen.

La cabeza me duele y el dolor es monumental, al punto que siento qué literalmente va a explotarme y a raíz de eso, la calma de mi corazón se despide, proporcionándome estocadas que se sienten más fuertes en mi pecho, y aumentando el pitido que se hace más rápidos e insoportable.

El desespero me abre los ojos encegueciendome en segundos con la luz blanca del techo, la misma que envía punzadas dolorosas a mi cabeza.

«¿Cuando va a parar?» «¿Cuando dejará de doler?»

Siento la boca seca y la debilidad parace infinita. Pestañeo un par de veces y casi enseguida un hombre aparece frente a mí, viste de blanco y se quita los anteojos para sonreír y asentir.

—Soy el doctor Waller—su voz suena como un eco que me confunde más.—, Está aquí desde hace cinco horas, pero ya está mejor...

Habla diciéndome cosas que no entiendo, hasta que se despide y diciendo qué “irá por ellos”. Una mujer se queda conmigo, ella no habla y solo gestiona las máquinas a mi izquierda, dedicándome varias miradas en el proceso.

—¿Qué carajos estoy haciendo aquí?—suelto de la nada espantando al instante sus ojos de mi rostro.

Mi voz sale pastosa y ronca, ella me mira una vez más, frunce el ceño y me pregunta algo a lo que no le tengo respuesta, por lo que finjo ignorarla para no responder al tiempo que empiezo a cuestionarme muchas cosas. Ella sigue dedicándome miradas mientras hace su trabajo, y empezando a detestar su presencia cerca de la mía, me vuelvo en su dirección y de nuevo mueve su cabeza rápidamente a otro lado.

—Me tienes hasta los...—mi voz se corta con el sonido de la puerta al ser abierta.

La morena vestida de enfermera no pierde un sólo segundo en acercarse al doctor al tiempo que se baja disimuladamente la parte trasera de la falda.

El hombre no llega a pasar el umbral cuando ella lo intecepta, tratando de hacer confidencial lo que está por decir, pero fracasando enormemente cuando aún estando en mi lugar, logro escucharla perfectamente:

—Está presentando amnesia, doctor.—le dice y frunzo las cejas al tiempo que el doctor alza la mirada para observarme.—No recuerda como ni porqué llegó a aquí...

—¿Amnesia?—pregunta alguien trás el doctor, pero ignoro la voz totalmente preguntándome lo mismo.

Paseo los ojos por toda la habitación intentando reconocer el lugar, pero nunca he estado aquí. Quiero saber cómo llegué, pero tampoco recuerdo mucho, y empiezo a inquietarme cuando de pronto quiero saber mi nombre y aunque parece que lo tengo en la punta de la lengua, no logro saber. Mantengo la calma, porqué ante estos idiotas no me voy a vulneralizar, sigo paseando la vista por el lugar, sabiendo que puedo identificar algo, pero en la garganta se me hace un nudo cuando las líneas de espejos decorativos frente a la cama logran captar mi imágen y ni mi rostro se me hace conocido.

—No es de alarmarse.—me vuelvo al doctor que habla hacia afuera, dándole espacio a la enfermera que se va como sí mi cercanía se asemejara a la de alguien infernal.—En su caso es algo común—¿Mi caso?— . Normalmente la amnesia es efímera y vuelve con más fuerza cada que hay una recaída de tal magnitud...

Mil razones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora