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Ámbar.

El frío en la sala de espera privada, me lleva a sobarme los brazos cuando se me erizan la piel.

Siento que mi corazón va lentito, y que mi respiración sale de la misma forma, aunque estoy totalmente quieta.

El silencio ha sido largo, sin embargo dudaría en catalogarlo como algo bueno o malo, porqué sinceramente, no tengo ánimo alguno de hablar de cualquier cosa. Pero sin duda me está agobiando... Le da mucha libertad a mis pensamientos, y estos no siempre son mis mejores aliados.

Justo ahora me odian.

Por eso me obligo en sobremanera a alzar la vista, pestañear y ponerle atención a otra cosa. Lo primero que busco, contradictoriamente, es la puerta cerrada alterna a la salida, esa dónde una lucecita verde, me susurra que todo está bien.

«Lo está».

Inevitablemente, mi pecho se infla y mi garganta se expande tomando aire con calma, pero trayendo con el acto, los ojos grises del pelinegro que como yo había estado callado todo este tiempo.

Ha desenfocado el punto inanimado en la pared, al que llevaba viendo desde hace rato, pero no se mueve demás, ni siquiera descruza los brazos. Imita mi gesto, llenándose los pulmones de aire también, y deja nuevamente de mirarme, pero me habla:

—Cálmate, se dice que el estrés adelanta el parto. Y Damián va a matarme si presencio el nacimiento y él no.—suena aburrido, fingiendo muy bien su preocupación.

Y sé cuán angustiado se encuentra justamente, porqué no ha soltado una palabra desde que entramos aquí «Un hombre como él, no puede estarse ni dos minutos sin abrir la bocota».

Río ligeramente.

—Yo estoy bien.—aseguro y vuelve a mirarme, esta vez con una ceja enarcada.—Él va a estar bien.

Frunce los labios y vuelve a desviar el rostro para asentir.

—¿Crees que ya esté despierto?—pregunta sin mirarme.

Frunzo los labios y sin verle, niego dubitativa.

—Supongo que aún no, sólo ha pasado una hora desde que entró.—veo mi reloj—Street aseguró que le despertarían, pasadas las primeras dos, aproximadamente. Seguro nos avisarán cuando suceda.

Toma aire.

—¿Entrarás entonces?—pregunta, y sonrío ante la sensación de que estoy en compañía de un niño temeroso.

Abro la boca para tomar una bocanada de aire, y para responder me tomo un par de segundos para pensar.

No me gusta ni un poco verlo ahí, pero sé que él lo espera, y me causa un poco de intranquilidad pensar que despertará en medio de todo eso, y no sentirá aunque sea mi presencia.

Así que termino asientiendo.

—Ambos.—respondo y el pelinegro sonríe al volver a mirarme.

La sonrisa confirma que vendrá conmigo, pero no hace ni ademán de añadir algo más. Sólo vuelve a ausentarse mentalmente, con la mirada pérdida, y yo a divagar nuevamente en mi cabeza... Hasta que rato después me interrumpe.

Mil razones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora