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Ámbar.

Me es inevitable la sensación de nervios que toma mi cuerpo y acelera un poco mi corazón, sin embargo, tomo aire y me mantengo quieta, bajando la mirada al asentir.

—No... No es... Ah...—las palabras no terminan de salir, así que camino rápido hasta él, buscando adueñarme de los papeles.

Pero da un paso atrás mirándome fijamente, aturdido, desconcertado... Molesto por ocultarselo.

—Damián...—llamo en un susurro, tratando de traer sus ojos a mí... De callar lo que piensa, que no ha de ser muy bueno.

Pero para lo único que me centra es para:

—Te vas a morir.—murmura bajo y niego de inmediato.

—No.—me niego—Mira...—camino de nuevo hasta él, esta vez no me huye y pido que me entregue lo que tiene—Sólo te has fijado en el porcentaje al inicio del embarazo...—rebusco apoyando los documentos en la isla—He reducido en estos meses el cuarenta porciento a un quince.

Le muestro y fija la vista dónde señalo.

Pero de igual forma, termina negando y quitándome los exámenes médicos.

—Antes de ser el hombre del que no querías saber nada, era alguién que te amaba—responde alejándose de mí—, era el padre de tu hija, el cuál tenía la muerte pisandole los talones—Hace una pausa mirándome con rabia, por lo que tengo que desviar la mirada—¿En qué maldito instante cabe la excusa de ocultarme esto?

—Sabes porqué no te lo dije...

—¡No!—gruñe en un susurro molesto—Toda tu maldita estupidez de ocultar esto se basa en molestia, en berrinches que de todas las forma posibles no te daban derecho a ocultarme o más bien, negarme—recalca—que los bebés eran míos, mucho menos a ocultarme que podías morir.

—Tú no me diste opción, Damián.—intento defenderme aunque el fondo sé que no hay excusa que valga—Todo lo que hacías era...

Chasquea la lengua, callandome con un gesto antes de ponerse a caminar para calmar la rabia.

—No te dí opción respecto a nosotros.—se detiene para señalarnos—A nosotros dos—enfatiza—. He de aceptarlo: fuí un cabrón contigo antes y también después de irme a Australia. ¡Pero mira, Ámbar!—golpea los papeles que tiene en las manos—Son nuestros hijos, y eres tú. Tu vida.

Aprieto los labios, asintiendo con las lágrimas al borde.

—Al enterarte de esto sabías que yo moría, y no has pensado en nadie...

—Claro que lo he hecho.—respondo segura—He pensado en todos...

Indignado por mi respuesta, sólo es capaz de dedicarme una mirada de odio antes de golpear la isla con los exámenes médicos que tiene en las manos. La frustración y rabia es evidente, y preso del remolino de emociones, se sale del vestidor en busca de espacio para no tener que estar cerca.

—Damián—lo sigo soltando un suspiro, pero me ignora y tengo que apurar el paso cuando se acerca a la salida de la habitación—¡Hey! Dime algo...

—¿Me vas a tomar en cuenta sí lo hago?—reprocha volviéndose hacia mí—¿O a tu hija?

—Estás sacando todo de contexto...

—¡Claro que no!—gruñe enfadado y reprimiendo el grito—No tomarnos en cuenta es lo único que has estado haciendo todo este tiempo.

Niego sin mirarlo.

Mil razones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora