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Ámbar.

Suspiro aburrida, mirando al techo para ignorar la inyección que preparan a mi lado, y aún así capto la sonrisa gentil de la enfermera que toma mi mano con delicadeza para poner el medicamento directamente a la vía.

—Tranquila, pronto dejarás todo esto.—acaricia el dorso amoratado de mi mano por las veces que la vía intravenosa ha perdido mis venas, o por lo difícil que les resulta a las enfermeras encontrarlas después de eso.

«Hasta el interior de ambos codos los tengo lastimados por las agujas»

Odio este lugar.

Sin embargo, es mi deber atribuirle mi mejoría, y la de mis bebés sobretodo.

Sobre todo la de ellos, que ni siquiera han tenido que cumplir una semana entera internados. Y hoy siendo su sexto día de vida, saldrán de aquí.

Debo respirar, tomarme mi tiempo en soltar todo el aire y poder desviar mis pensamientos no tan agradables sobre eso, porqué aunque con el alma agradezco que estén tan bien, como para no tener que pasar otro día aquí adentro, con la misma me duele el no poder ir con ellos, saber que estarán más lejos, y que ni siquiera podré verlos encontrarse por primera vez con mi niña.

«Era una de mis más grandes ilusiones». Por ella es que debo salir de mi cabeza para no darle mayor cabida a las ganas de llorar.

«No puedo parar de hacerlo últimamente» Y me molesta muchísimo.

—Muy bien, cariño...—murmura la enfermera nivelando la caída del suero, para empezar después a guardar sus cosas—En un rato, el doctor Blake estará aquí para...

—¡Buenos días!—la voz suave, baja y cantarina, me hace girar en dirección a la puerta, sonriéndole instintivamente a la mujer de ojos azules que entra.

Para estas alturas el traje azul ya es sólo parte del protocolo, y ella me lo recuerda con el “bailecito de felicidad” que hace a medio camino de la puerta a mi cama, haciéndome reír al tiempo que me incorporo con cuidado para sentarme, mientras hago que la cama se acople a mi nueva posición.

Recuesto la espalda del colchón, soltando un suspiro algo incómodo por el pequeño dolor, pero relajada por volver a estar semi sentada.

—Creí que ya estarías lista.—bromea después de besarme la frente—¡Finalmente abandonarás este sombrío y triste lugar!—celebra y sonrío contenta.

—Espero que mi próxima habitación tenga una gran ventana, que el sol tenga buen acceso y que esté más linda que esta.—ríe entredientes.

—Ya sabes que a tu psicópata nada le queda grande.—resoplo burlona por como lo llama.

Y no tengo intenciones de defenderlo ni un poco «No podría ni aunque quisiera», menos cuando acabamos de enterarnos hace poco de lo que hicieron el par de idiotas con el doctor Cario, el día del parto.

—A veces incluso me sorprende, el muy tarado.—murmura negando, y pongo los ojos en blanco con diversión.—Toda la culpa, sensibilidad y empatía que no siente con el resto de la humanidad, se acumulan exageradamente cuando se dirigen a tí; te ha llenado la habitación con flores, regalos y globos.—pese a todo, termino sonriendo—No le digas que te lo dije.

Mil razones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora