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Abajo.


Mayo, 9

Ámbar.

Decir que dormir en el mismo lugar qué él cuesta sería llenarme la boca de mentiras absurdas, porqué no cuesta absolutamente nada. Ni porqué parece que me odia, ni porqué me dé la espalda en todo momento ni por cualquier otra estupidez que pueda alejarnos más.

No cuesta y no se siente incómodo, y quizás el cansancio de ambos ha ayudado bastante para dejar la tensión en segundo plano y ocuparnos sólo y únicamente en reponer la energía que al empezar el día no nos va a alcanzar.

La cama es grande, talla king size, por lo qué nadie está incómodo. Y gracias al hombre que ocupa el lado derecho Mía pasa por alto que estoy del otro lado y puedo ponerme cómoda, ubicándome boca abajo y con la cara ladeada al lado contrario de ellos.

Ellos tardan unos minutos en dormirse, a causa de ella que le habla entre susurros hasta que se cansa y se ubica de forma diagonal en medio de ambos, tocándome la espalda con los pies, y a su padre las costillas con la cabeza, como sí de esa forma se asegurara de que ambos estemos en nuestros lugares toda la noche. Damián deja de mover su pierna poquito tiempo después de que ella se duerme.

Y para la una de la madrugada soy yo quién aún se encuentra en el limbo de la somnoliencia y la realidad. Incómoda por la ropa que aún traigo y no es nada cómoda para estar en la cama y por supuesto, algo noqueada con el bofetón mental que fué entender qué mi hija no nos define como familia.

«Como fuéramos una familia». Lo he estado haciendo todo mal como para qué tenga qué pedir que actuemos como algo que se supone que debemos ser.

A mí tampoco me es suficiente el prospecto de estructura familiar en el que estamos, y traté muchas veces de conseguir algo más. Algo parecido a lo qué tenía yo de niña, pero no pude.

—Mierda.—susurro para salirme de mi propia mente. Abro los ojos y me incorporo en la cama con cuidado de no despertarlos.

No voy a pensar. Necesito dormir y sólo lo voy a conseguir poniéndome cómoda.

Así que meto las manos por debajo de la blusa ajustada y libero mis pechos del brasier que se siente como una puta tortura qué me aprieta los senos de tal manera que al quitarmelo me quedan adoloridos. Son de mi talla pero durante la noche parece que se enconjen cuatro veces más.

Saco la prenda por debajo de la blusa y la coloco en la mesita de noche a mi lado. Traígo jeans ajustados, así que sacarme el brasier habrá servido de nada sí no me deshago también del pantalón. Y no lo pienso mucho, no será la primera ni última vez que quienes me acompañan me vean sin ropa, y a él la molestia no le ha impedido meterse a la cama como se siente más cómodo, y a diferencia de mí va más descubierto que yo, que por lo menos traigo algo arriba.

Sin salir de la cama termino de quitarme el pantalón que se había atascado en mis tobillos, y lo dejo en el suelo antes de arreglarme las bragas y volver a coger el edredón que compartimos para cubrirme y retomar una buena posición.

Es así que finalmente logro dejarme vencer por el sueño. Por uno que se siente demasiado corto cuando empiezan a moverme «Últimamente uno no puede ni dormir». Frunzo el ceño molesta, cuando de apoco la inconsciencia me abandona y empiezo a sentir el sol en la cara, mientras Mía no deja de moverme con la manos en mi espalda y asomándose por encima de mi cabeza para ver sí ya abrí los ojos.

Mil razones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora