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Quiebre.


Abril, 09

H

ansel.

Me levanto de la cama enojado cuando el sol entra por los ventanales haciéndome desistir de la idea de descansar; «Eso es tarea difícil desde hace un par de días» me voy al baño, me ducho y salgo con una toalla alrededor de la cintura, dirigiéndome expresamente a la mochila que ya estaba preparada para mí cuando llegué a casa.

No quiso escucharme, no me dió oportunidad por más que pedí que me dejará hablar. Simplemente me echó, enojada, dolida por la maldita mentira que ese hijo de puta creo para desviar la atención de todos hacía mí.

A mala gana cojo la mochila y la vacío sobre la cama, eligiendo un par de pantalones de jeans negros y una camiseta gris, pues es lo único que no está tan arrugado. Me voy al armario, y tomo de su estantería de zapatos, un par de botas estilo militar, pues por su culpa ya no tengo más que un par de mocasines.

Tomo mi celular descargado porqué Amelie tampoco recordó empacarme un cargador, suelto un suspiro; me echa de casa a medias.

Cojo la billetera sobre la mesita de noche, y sin molestarme en recoger la ropa, salgo de la habitación, tomándome el pasillo que me deja en la ante sala superior que aguarda las escaleras del penthouse.

El silencio de este lugar me hace sentir fuera de lugar; mis mañanas comúnmente se hace entre quejas de Noah por no querer despertar, regaños de Amelie para que despierte yo y lo obligué a él a hacerlo también, mientras ella se prepara en el tocador.

Aquí lo único que se oye es el sonido de algo cocinarse en una sartén, en tanto mis pasos hacen eco por el lugar. Avanzo y la voz susurrante de Damián llega a mis oídos.

Lo encuentro recostado de la pared cristalizada, con la vista perdida en la ciudad y el teléfono pegado a la oreja, mientras gruñe y regaña a la persona con quién habla.

—Buenos días, Hans.— la voz de Violet me detiene cuando paso frente al umbral de la cocina, y ella se aleja de la estufa, vieniendo hasta a mí para besarme las mejillas.

No somos muy amigos, tampoco he convivido con ella por mucho. Damián la conoció meses después de hacerme saber que estaba vivo, y como mis idas a Australia eran contadas, mi relación con la chica era más cordial que cualquiera otra.

Es por ello que me incómoda su confianza.

—Buenos días.— saludo amable, y ella se quita el delantal.

Luce un par de pantalones altos y de color blanco, una camisa muselina, de mangas largas y estilo formal, los tacones la hacen ver más alta, al punto que casi es de mi tamaño.

—Se levantó enojado.— dice al pararse a mi lado, y refiriéndose a Damián.— Es común en su estado.— volteo a mirarla, poniendo atención a lo que dice.— El tumor produce cambios de humor drásticos, suele predominar la molestia ya que el dolor es...

Trago saliva cuando la sensación que experimento desde que lo supe, me congela el pecho.

—Preparé el desayuno.— cambia el tema no queriendo verse afectada también.— Me dijo, Dami qué estarás con nosotros un tiempo.— me vuelvo a ella, siguiéndola a la cocina con el ceño fruncido.

¿Un tiempo? Está mal; se jode sí no hace que mi mujer me regrese a casa hoy mismo.

—Esto es lo que haremos.— me pasa una hoja de papel con varios puntos.— Justo después del desayuno iré a una clínica a la que ya contacté, estaré haciendo pasantía allí y me informaré más de todo lo que tenga que saber.— indica sirviendo el desayuno, en tanto yo paso los ojos por el papel.— Necesitamos un chófer lo antes posible.— sigue justo cuando llego a esa petición escrita en la hoja.— Dami no puede conducir; los dolores que se experimentan son muy fuertes, eso y el vértigo, en cualquier momento pueden hacerle perder el control.

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