17

6.6K 500 895
                                    

Roto.


Abril, 28

Ámbar.

Me aproximo a saltarme los escalones que me faltan para llegar al suyo y sostenerlo del brazo.

Se tambalea y necesito alejarlo de las escaleras antes de que termine de caer. Se mueve a dónde lo llevo y por un momento creo que estando así de dopado todo será más fácil, pero basta tan sólo que pise el segundo piso, para que le sensación de mareo pase y sólo quede él bajo el efecto de los múltiples medicamentos.

Sí normalmente es insoportable, en este estado lo es cien veces más. Y realmente me da la impresión que estoy lidiando con Mía en su más efusivo e imperativo momento. Me dice un montón de cosas de forma tan rápida que ni me permite entenderle, se mueve de un lado a otro, como sí no supiera dónde está. Pero su comportamiento demuestra todo, menos la de un hombre perdido o nervioso.

Intento centrarlo, guiarlo y decirle que es lo que veníamos a hacer en un principio. Pero ni siquiera me escucha, y sigue abriendo puertas trás puertas, sin soltarme la muñeca, hasta que finalmente es él quien se adentra a la habitación principal. Cierro con un pie para que no salga, y cuando va rápido hago uso de todas mis fuerzas y lo empujó hasta que cae sobre la cama perfectamente tendida.

Cae boca abajo y allí parece resentir el cansancio que le produjo la efusividad, así que suelta un gran suspiro y cierra los ojos, mientras que internamente agradezco. Repaso la habitación a la que hace tiempo no entro, y antes de que me pueda alejar al armario su voz suena.

—Maldito Hansel.—dice y desde mi lugar pongo mis ojos en su espalda.—Le ha quitado tu olor a mis sábanas.—me quedo quieta procesando lo que acaba de decir.

Entonces... ¿Todo este tiempo ha sido Hansel quién ha ocupado mi habitación?

No digo nada y cuando se voltea y deja sus ojos sobre el techo, me muevo hasta perderme en el armario que sigue abergando su ropa, también siguen algunas prendas mías en la mayoría de los closets. También hay de Mía, de Hansel e incluso de Noah, y por un lado celebro no encontrar ninguna prenda femenina que no sea mía.

No obstante no me dejo llevar por ello, y me centro cogiendo las dos maletas que arrastro hacia la habitación, con la intención de no perderlo de vista, ya que en el apartamento no parece haber nadie más que nosotros.

Dejo una maleta sobre la cama, evitando que le incómode a él, que parece haberse quedado absorto. La maleta que me resta la dejo a un lado de la cama y me vuelvo hacia el armario para tomar entre mis brazos una montaña de la ropa suya que saqué de los closets. Todas las prendas la dejo en otro lugar vacío de la cama, y desde allí empiezo a seleccionar, doblar y empacar.

Él no vuelve a hablar, y el tiempo me rinde tanto que antes de los veinte minutos lleno las dos maletas con ropa. Regreso al armario y busco un bolso más pequeño, antes de prepararlo y meter lo que empiezo a buscar en los cajones. Pasaporte, documentos, dinero en efectivo, artículo de emergencia a los que pueda tener fácil acceso durante el vuelo, y cuando ya solo falta lo más importante «sus pastillas», cojo el bolso y me encamino a la habitación queriendo bajar todo, guardar lo que hace falta y prepararle algo que le ayude a bajar la dosis.

Al respecto de todo esto no se como sentirme y por ello no lo estoy pensando. Sólo quiero y actuó por el deseo de saber que la vida no se le acaba con cada segundo y por ello dejo al fondo el remordimiento que me causa el hacer esto en su estado, sabiendo que de otra forma sería más difícil. Me trago el sentimiento de culpa que me provoca el mantenerme firme a mi decisión de no ir con él, también ignoro la desazón que implica dejarlo ir con ella, y el peso que recae sobre mis hombros al saber que tengo que lidiar con su hija al darle la noticia, lo opaco por el rato que me toca concentrarme.

Mil razones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora