Asteria miró con desprecio y odio a todos aquellos seres machos, intentando ver si tenían suficiente dinero con el que comprar una hora con ella, o con cualquier otra. Odiaba el puto Paseo de la Noche. Aquella estúpida avenida donde la ponían siempre ante la multitud, cada día con menos ropa que el anterior, gilipollas.
Al menos ella ya tenía fama de rebelarse y luchar contra lo que le esperaba. Eso normalmente le quitaba a la mayoría de la gente, pero los que pagaban por ella lo hacían porque querían afianzar su poder sobre los humanos, por lo que, hiciera Asteria lo que hiciera, siempre terminaba de la misma manera: violada.
Y, encima, ni siquiera podía tener su dinero porque este iba directamente a su familia. A su puta familia. A aquella puta familia que la había vendido aún sin necesitar el dinero que ellos, y no ella, recibían. A aquella puta familia que contaba con cinco hijas y siete hijos y habían decidido venderla a ella. Solo a ella. Mientras todos los demás vivían felices para siempre. Los odiaba. A todos ellos. Ni siquiera se molestaron en informarla de su destino hasta que el soldado ángel se presentó a su casa para llevarla a Ciudad de Sangre, ni siquiera se molestaron en llorar por su inminente marcha. Era cierto que sus hermanos no solían estar con ella pero su hermana gemela, Ellen... Asteria siempre había pensado que la quería de verdad, pero se había despedido de ella con una estúpida sonrisa de satisfacción al ver que se iba, para siempre. Cuánto los odiaba a todos... Cuánto quería verlos muertos a sus pies o sufriendo mientras ella no lo hacía... Cuán imposible aquello le parecía en esos momentos en los que la gente se inclinaba a mirar su cuerpo semidesnudo.
Algunas veces había podido escapar del que había comprado una hora con ella, pero los cuatro hadas machos que se encargaban de que no pudiera evitar el destino al que su maldita familia la había arrastrado siempre la encontraban. Siempre se ocupaban de que ella sufriera tras sus intentos de huida. La cicatriz que empezaba en su sien izquierda y terminaba en su seno derecho, así como todas las pequeñas y casi invisibles cicatrices de su espalda hechas por un látigo, se lo recordarían hasta el resto de su vida.
Inconscientemente, Asteria llevó una de sus manos al austero colgante que llevaba. Lo único que dejaba claro que, tal vez, su madre la siguiera queriendo, aunque eso no quitara su odio ciego hacía ella. Porque aquel medallón de una luna creciente lo había llevado su madre todos los días, incluso para dormir y cuando vio que, entre sus escasas pertenencias que el soldado le dejó traerse, estaba aquel collar... Fue lo único que la mantuvo con vida. Era lo único que le impedía coger una sábana de su cama y usarla como cuerda para estrangularse a sí misma. Lo único. El recuerdo de que, tal vez, su madre seguía pensando en ella. De que, tal vez, su madre la seguía queriendo.
Sus pensamientos se vieron truncados rápidamente en cuanto una de los hadas la agarró del brazo y se la entregó a un alto y elegante elfo con cara de pervertido. Si las miradas matasen, ese macho ya estaría en el suelo retorciéndose en sus últimos estertores, siendo Asteria la asesina. El elfo la miró con picardía y la agarró con sus brazos, acercándola a él. Asteria no dudó ni un solo momento en empujarle con toda la fuerza que tenía para mantenerlo lejos de ella, estando aún a la vista de todos. Las otras mujeres la miraron con desagrado, como si no supiera lo que estaba haciendo... Ella sabía perfectamente la mierda que estaba haciendo. Y también que aquello no serviría de nada, salvo para enfurecer más al jodido elfo, el cual le dirigió una mirada incendiaria.
Asteria no lo pudo evitar. Lo intentó. Con todas sus fuerzas. O, al menos, eso se hacía creer.
La chica le miró con desagrado a él y a los cuatro hadas, les hizo una burla y echó a correr lejos de allí. Sabía que la encontrarían de nuevo. Sabía que no tenía ni una sola oportunidad de escapar. Sabía que le darían cien latigazos por ello. Y, lo más importante, sabía que eso haría que nadie la pudiera violar. Nadie. El dolor lacerante al que se vería sometida luego valía totalmente la pena si con eso conseguía que nadie la follara ese día.
Corrió a toda la velocidad que pudo entre los estrechos y sombreados callejones, intentando irse más y más lejos del Paseo de la Noche. Odiaba aquella avenida. Los altos tacones que le hacían vestir la hacían tropezar, una y otra vez, así que se los quitó. Sin dejar de correr. La única ventaja de que su vestido fuera tan asquerosamente corto era que no le molestaba para huir a toda velocidad.
Escuchó a los hadas gritarse cosas en el idioma de los "seres fantásticos", como antes llamaban los humanos a esas criaturas; estas, sorprendentemente, decidieron seguir con ese nombre. Qué originales. Pudo entender, a medias, que tres de ellos iban tras ella, mientras el otro se ocupaba de los demás.
Torció por curvas, intentando no irse por avenidas ni alamedas, donde la gente la miraría con desagrado y avisarían de su posición a sus perseguidores. Se mojó los labios con la lengua, tenía sed. Pero no agua. Recordó entonces una pequeña plazoleta donde no había nadie pero sí una fuente. Intentó acordarse del camino hasta allí y siguió como pudo las indicaciones que le daba su cerebro, más su inconsciente que consciente. Pero con eso estaba contenta.
Llegó, nadie sabe cómo, a esa plazoleta. Era pequeña y estaba situada tras una curva de un callejón en el que nadie se metería. Las baldosas eran grises y grandes y las paredes que la rodeaban eran altas, sin ventanas ni puertas de ningún tipo. La fuente era muy austera y los pequeños chorros de agua que caían por ella no hacían ruido alguno. Se acercó, renqueante, hasta su objetivo y, usando sus dos manos como cuenco, cogió todo el agua que fue capaz y se la llevó a los labios. Bebió y bebió, hasta saciar por completo su sed. Después, se sentó en el borde de la fuente a descansar. Sabía que era bastante improbable que la encontraran en aquel lugar. Pero para no arriesgarse demasiado, se iría de allí al cabo de un rato.
Vio desde la plazoleta, cómo el sol subía lentamente por el cielo, hasta llegar a la mitad de la bóveda celeste. Y, solo entonces, se decidió a salir de su pequeño refugio.

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Ciudad de Sangre
Fantasy"Él no es tu enemigo. Tú lo eres." Asteria es una humana, vendida por su familia a un burdel de niña, que intenta encontrar un camino hacia su libertad en un mundo lleno de criaturas infinitamente más poderosas que ella. Lo que empieza como una odi...