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Andaba por los callejones oscuros e intrincados de Ciudad de Sangre. Aliah no soportaba las calles grandes y sabía que una mercenaria con un precio de más de siete millones de monedas de oro no se atrevería a andar por ahí. En uno de los callejones sintió una presencia que no era la suya y agarró, sin dudar, el revólver que llevaba a su espalda. Se acercó lentamente a la esquina que le escondía de la otra criatura y se asomó levemente, arma en mano. Era una mujer, vestida con... algo extraño y blanco que parecía una... una tela cualquiera. Bufó en silencio, no podía irse a dormir todavía. 

- ¿Quién anda ahí? - Preguntó con voz cansada, siguiendo un estúpido protocolo que a nadie le interesaba mantener. 

Vio como la chica se quedaba quieta por completo y después se daba la vuelta muy lentamente, con miedo, tal vez. Entonces fue cuando lo vio: era humana. Una mujer humana nunca podía salir a las calles por la noche y menos sola, pero ahí estaba ella. Una humana sola vestida con una tela cualquiera, probablemente porque estaba intentando huir; en sus facciones se veía una expresión de miedo y, sin embargo, sus ojos le miraban desafiantes. 

- Yo - le respondió como si fuese lo más obvio del mundo y él fuera tonto. Desde luego, la chica tenía cojones. 

- Según el protocolo eso no sirve - se encontró a sí mismo diciendo mientras guardaba el arma. No estaba seguro de si había usado su tono de sarcasmo y sorna habitual o no. Creía que sí.

Ahora que se fijaba mejor, descubrió que tenía una larga cicatriz que empezaba en su sien y terminaba bajo la tela. Entonces cayó en la cuenta de que era la misma mujer que había visto en el Paseo de la Noche. Pero sin el colgante. ¿Qué estaría haciendo allí?¿Y por qué ya no llevaba aquel medallón? Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos de su mente.

- Pues entonces soy Asteria y como soy una puta humana no estoy dentro de los fichajes ni tengo apellido, ¿Necesita algo más?

- No. Que tenga una buena noche - se acababa de llevar la mayor alegría del día: una humana que le importaba la misma mierda que a él los protocolos y las normas y el resto de esas cosas sin sentido. 

La joven se le quedó mirando con sorpresa al escucharle decir eso, pero no objetó nada. Chica inteligente. Cuando Aliah ya se daba la vuelta para irse la oyó murmurar para sí:

- A ese ángel le pasa algo raro en la cabeza...

Ignoró a la chica y se volvió a perder entre las sombras de los callejones, en busca de una mercenaria.

Las horas pasaron lentamente, tanto que Aliah pronto perdió la noción del tiempo. Como aún tenía cuatro días más para encontrar a Rubyx, se dirigió ya a los barracones. El edificio alto y gris, hecho sólo con hormigón, era donde estaban la mayoría de estos junto con las celdas y las salas de interrogatorios, pero como a él le había tocado compartir barracón con un comandante, este se situaba en el edificio cristalino donde vivía la gente importante que no era Raziel. Este último vivía en un rascacielos contiguo. 

Abrió las puertas cristalinas, no soportaba que casi todo fuera de cristal, y se encaminó a su habitación que, por suerte, no era de ese material. Los pasillos de mármol blanco y negro estaban silenciosos y Aliah se paró un momento a escucharlo, normalmente no lo había. En ese momento, lo único de lo que tenía ganas era de tumbarse en su mullida cama y escuchar el anormal silencio en el que estaría imbuido todo el barracón y adormecerse tranquilamente bajo los suaves ronquidos de Niueh. Estaba ya deleitándose en aquello cuando se encontró con la enorme puerta de roble macizo e insonorizado y empezó a escuchar levemente las notas de una melodía rock que salía de debajo del portón. Aliah gruñó por lo bajo, a Handah le gustaba hacer fiestas nocturnas de vez en cuando y, al final, todos los de su barracón habían quedado en que se haría una todos los viernes. Pero él recordaba que ese día era jueves. 

Abrió la puerta con rabia y miró el panorama que se presentaba ante él. La televisión situada en  una esquina estaba encendida a todo volumen en un programa chorra que nadie estaba mirando, alguien había traído una radio, de la que salía un estruendoso ruido de una canción rock o punk y había mucha gente, demasiada gente, bailando, gritando y haciendo otras cosas en las que Aliah prefería no pensar, ni fijarse. 

Cerró la puerta a sus espaldas de un portazo y, aún gruñendo, le dijo a Handah, que estaba al otro lado de la sala:

- Hoy no es viernes.

Fue entonces cuando la gente se dio cuenta de su presencia y, algunos, se callaron, otros decidieron ignorarlo. 

- Hoy es jueves... lo sé. Pero como mañana por la noche tengo trabajo que hacer, he decidido hacer la fiesta hoy. 

- Vete a la mierda.

- Aliah, las paredes, el suelo y las puertas están insonorizadas. Si te metes en tu habitación no escucharás nada. 

Ya, pero lo que yo quería, era dormirme con un silencio solo interrumpido por los ronquidos de Niueh, no esto.

Aliah no dijo en voz alta sus pensamientos, sino que solo gruñó algo incomprensible y desapareció tras la puerta que daba a su dormitorio. Este era una sosa habitación de piedra gris con una sosa cama de sabanas blancas y una sosa  cómoda y un soso armario del mismo soso color. Nunca lo había decorado ni le había dado un toque personal, como sus compañeros, simplemente, había llenado los cajones con su ropa y había usado la cama. Nada más. Total, ¿para qué molestarse?

Dispuesto a dormir, se dejó caer en el colchón con un gruñido. Estaba tan cansado que no se molestó en ponerse otra ropa, sino que prefirió quedarse en el uniforme de la Guardia. Para su desesperación, el sueño no vino pronto a recogerlo, aunque al menos no fue por culpa del ruido de la fiesta que estaba totalmente lejos de su percepción. Cuando al fin las neblinas de la somnolencia se lo llevaron consigo, unas extrañas imágenes persistieron en su cabeza. 

El medallón de la humana del Paseo de la Noche, pero sin estar oxidado. Una cadena de plata o, como pudo ver, de un extraño material plateado que nunca había visto, con una luna colgando de él. 

La imagen cambió.

Una mujer joven lo llevaba alrededor de su cuello, esta era diferente a Asteria y tenía su largo cabello blanco recogido en un moño semi deshecho que resplandecía en comparación con su piel morena y sus ojos oscuros. 

La imagen volvió a cambiar.

Vio a dos niñas, gemelas, ambas eran exactamente iguales, incluso tenían un lunar en la fosa de la nariz izquierda las dos. Eran muy pequeñas y dormían abrazadas en la misma cama. A su lado, en la mesilla de noche, estaba aquel medallón, que se iluminó con una luz plateada, protegiendo con su resplandor a las dos niñas. Dos niñas de cabello negro obsidiana y ojos como zafiros. Una de ellas era Asteria, decidió entre sueños Aliah.

Ciudad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora