37

7 4 0
                                    

Media hora.

Media puta hora.

Media puta hora para hablar sobre el maldito Medallón Medialuna. Después de tanto tiempo Gab ya pensaba que Raziel se habría olvidado de aquél maldito objeto. Pero no. Y ahora había dos arcángeles más que querían tenerlo para volverse a su mierda de mundo. Respiró hondo mientras bajaba por la escalera, intentando aplacar el fuego que intentaba controlarla.

Necesitaba encontrar al Comandante X. Ahora mismo. Necesitaba encontrar ese colgante antes que ellos, no iba a permitir que la mandasen a un mundo inhóspito y al que no le tenía aprecio solo porque a tres puñeteros y asquerosos trozos de mierda con alas blancas decidieran que querían irse allí.

Respiró hondo de nuevo. Necesitaba concentrarse, llevarse por la ira no le iba a llevar a nada salvo a su propia destrucción.

Cerró los ojos y conjuró una imagen de Axtah en su mente, buscando el vínculo que le unía a él. La figura del comandante apareció rodeada del lugar en el que estaba en ese preciso momento: una pequeña plaza con una fuente de agua en algún lugar de la parte sur de la ciudad, de los barrios más pobres y con callejuelas más viejas y retorcidas.

Salió a un paso tal vez demasiado rápido del atrio del rascacielos de aquel maldito arcángel y alzó el vuelo. Recorrió todo el barrio, sobrevolándolo desde una distancia prudencial que le permitiese ver el suelo pero sin que la gente pudiese saber quién era.

No había ningún puñetero lugar como aquel en ninguna parte. Pero ella misma había estado ahí cuando había matado al príncipe de los elfos. No tenía sentido. Gab sintió el fuego volver con fuerza a sus venas, queriendo salir de ella y quemar la ciudad. Su fuego necesitaba salir y ver a alguien intentando escapar de él y desaparecer entre gritos de la más profunda agonía. Necesitaba quemar el mundo entero y a todos en él y, entonces, darle los mandos al hielo para que este reconstruyese la Tierra y crease nuevas criaturas con la única intención de complacerla.

Esto no estaba bien.

No debería haber estado pasando. Había matado mucho en esta última semana, incluso hacía apenas unas horas. Su Garm debería estar contenta y bien alimentada, no ansiosa por destruir todo lo que encontrase. No debería seguir muerta de sed de sangre.

Aterrizó en un callejón en el que recordaba haber estado, aunque no sabía cuándo ni adónde llegaba. Gruñó con frustración y empezó a andar a lo más profundo de los suburbios de la ciudad. Necesitaba desatar su ira, pero esta vez lo haría donde no hubiese nadie. Si alguien la viese controlando el fuego, los tres arcángeles a lo mejor podrían incapacitarla y matarla si unían sus fuerzas.

Llegó casi corriendo hasta el final del callejón antes de gritar, dejado que el fuego consumiese el pavimento a su alrededor y el hielo congelase las llamas, creando un círculo de protección. Estaba temblando, su cuerpo daba convulsiones mientras su consciencia luchaba contra la Garm que quería alzarse. Podía saborear la sangre y no era capaz de reconocer si era la suya o solo un producto de su imaginación loca. Sintió sus alas volverse negras y sus dedos en garras negras y afiladas. Sus dientes se afilaron y su piel se volvió casi transparente. Un rugido atravesó su garganta y reverberó en el lugar. Al abrir la boca descubrió que esa sangre sí que debía de ser suya porque resbaló por sus comisuras y cayó a las cenizas que hacía nada eran suelo. Cayó de rodillas al suelo y se tuvo que apoyar con una mano, llevándose la otra a su desbocado corazón. Empezó a jadear, intentando calmar al monstruo que vivía dentro de ella.

Después de algunos minutos que se arrastraron contra su piel, consiguió devolver su cuerpo a la normalidad y, todavía jadeando, se levantó. Pequeños temblores todavía la recorrían mientras deshacía el hielo a su alrededor. No tenía un ataque como ese desde que era un bebé y todavía no sabía que era la Garm, desde antes de que supiese cómo calmar el hambre de ese monstruo. Ese monstruo que era ella. Un brote de pánico creció en su pecho pero se obligó a ignorarlo, a descartarlo y a no pensar en él con tal de que así desapareciese.

Ciudad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora