Manos hechas de sombras se elevaban y se acercaban a él, dispuestas a destruirle, a matarle, a verlo pudrirse sin que nadie pudiera llegar en su ayuda. Abrió la boca para conseguir respirar una bocanada de aire para poder chillar lo más fuerte posible pero lo único que consiguió fue que se le llenara de agua. Sentía que se asfixiaba y por mucho que intentaba inhalar, solo lograba que más agua, densa y negra, le llenara la boca, la nariz, los ojos, las venas. Intentó gritar pero ningún sonido salía por su garganta. Intentó moverse pero su cuerpo no respondía a sus órdenes. El agua seguía metiéndose en su interior, siempre encontraba una grieta, un orificio por el que colarse y llenar todos sus órganos, sus entrañas. Su mente se embotaba y perdía fuerza mientras él intentaba seguir luchando por su vida pero no lo consiguió. Su consciencia se apagaba.
Y, con ella, él también lo hacía.
Despertó sobresaltado, todavía notando el sabor agrio del agua en su boca. Se incorporó con rapidez y hundió la cabeza en sus manos. Se tiró con suavidad del pelo y respiró una amplia bocanada de aire, que le pareció cargado y asfixiante. Tenía que salir de allí. Y rápido.
Se colocó una camisa sobre su entumecido y sudado torso, pero no se molestó en abrocharla, a esas horas no habría nadie en el edificio, estarían todos durmiendo o haciendo turnos fuera de allí. Estiró las alas y caminó, saliendo fuera del edificio donde estaba su barracón, hasta llegar al atrio, del edificio de al lado, para despejarse y respirar aire puro, el aire de la ciudad a esas horas siempre olía a sangre, alcohol y sexo.
Entró y se apoyó en una de las columnas, para luego dejarse caer hasta el suelo y abrazarse las rodillas. El frescor del mármol era reconfortante y le hizo relajarse. Al menos hasta que levantó la mirada y vio un cuerpo tirando sobre las baldosas unos metros más allá. De repente el frío no era reconfortante, sino que le causaba escalofríos, pero no podía evitarlo, tenía demasiado presente su sueño. Es solo una pesadilla, se dijo, pero no lo parecía, el cuerpo era demasiado consistente como para ser imaginado, demasiado real. Así como lo era el agua donde me ahogaba, se recordó.
Se levantó y avanzó lentamente hasta la figura caída, lo primero que hizo fue colocar las manos en su cuello y darse cuenta de que tenía pulso. Gracias a los Dioses. Pero luego se dio cuenta de que su piel era gris ceniza y su cabello rubio platino era liso y le caía hasta el pecho. Sus labios carnosos, entrecerrados, eran negros y sus dientes demasiado blancos. Solo había una criatura así en el mundo, era única y no pertenecía ninguna raza: Rubyx.
La sangre se le congeló en las venas, ¿qué mierda hacía allí la mercenaria? Respiró hondo y se pasó una mano por el pelo, intentando ser capaz de saber si estaba alucinando o no. Pero parecía tan real... Cerró los ojos con fuerza mientras se obligaba a respirar profundamente. Estaba seguro de que cuando abriera los ojos ya no estaría allí.
Pero seguía estando.
- Tú no tienes que cargarte a la mercenaria Rubyx. La voz de Aliah invadió su mente, acordándose de lo que dijo hacía varios días, aunque pareciese una eternidad.
Mierda. Suspiró entre dientes al comprender que la celda del olvido no le había impedido a su amigo terminar el último trabajo que le dieron. Más le valía estar en su prisión cuando fueran a comprobarlo al día siguiente, porque como siguiera así él ya no podría seguir salvándole el culo.
Un puño se estrelló en su cara antes de que pudiera reaccionar y lo tiró al suelo. Fue a levantarse pero un pie se clavó en su estómago. Alzó la mirada y se encontró con un par de ojos azules. Se estremeció al descubrir que sus pupilas no eran más que dos palpitantes rendijas que se agrandaban y achicaban con la respiración de la mercenaria.
- ¿Quién eres? - Su voz era sibilante, como la de un monstruo traído directamente de las Oscuridades del Pozo de Yuel.
- Axtah.
- Me acabas de solucionar la vida con eso. ¿Quién es tu padre? Hay trescientos sesenta y dos ángeles con ese nombre en Ciudad de Sangre.
- No creo que el nombre de mi padre sea relevante - intentó ocultar la bilis que se le acababa de subir a la garganta por el pánico que le producía pensar en esa criatura.
La nariz de la mercenaria se arrugó durante un instante antes de volver a aparecer impasible.
- Siento mucho que te sea tan aterrador una de las dos personas que te trajeron a este mundo, pero necesito saber quién es tu padre. Y a ti no te importa por qué.
- ¿Qué tal si piensas me cambié el nombre?
Rubyx frunció el entrecejo antes de que sus ojos se iluminaran con un brillo de reconocimiento.
- Es un placer conocerle, Comandante de la Guardia de Raziel, Axtah Nívf.
- El placer es mío - murmuró antes de preguntarle, esta vez en voz alta -: ¿Te ha traído aquí Aliah?
- ¿Te refieres al hijo de Lucifer?
- Sí.
- ¿La verdad o una mentira? - Sonrió escalofriantemente, mostrando sus dientes blancos.
- La verdad.
- ¿Prometes no contárselo a nadie?
- Está bien - dijo, tras pensárselo, aunque si la arcángel le preguntaba probablemente no pudiera ocultárselo.
- No. He venido aquí porque necesito saber algunas cosas que Raziel solo sabe. Tal vez con el interrogatorio que tiene planeado para mí me pueda enterar de esas cosas - parpadeó con coquetería fingida, orgullosa de su plan.
- ¿Entonces Aliah está en su celda? - Un suspiro de alivio se le escapó de entre los labios.
- Probablemente no. Es hijo de Lucifer - añadió luego Rubyx, como si eso lo explicase todo.
- ¿Sabes dónde está?
- Tengo mi sospechas, pero no tengo por qué compartirlas contigo.
- ¿Qué tal un trato?
- Habla.
- Me dices donde puede estar y yo me encargo de borrar nuestra conversación de los vídeos de las cámaras de seguridad. ¿Trato?
- Trato - accedió la mercenaria, tras unos segundos en silencio -. Se encuentra en Melmener, un poblado humano fuera de los muros de Ciudad de Sangre, el pueblo está vigilado por la manada de la Espina y se coloca en los bordes del territorio hada de Líulanne.
- Gracias.
- Ahora borra todo lo que las cámaras hayan grabado esta noche.
- A eso voy, no te preocupes - volvió a pasarse la mano por el pelo.
- ¿Noche dura?
- No creo que te importe.
- Teniendo en cuenta quién es tu padre, lo raro sería dormir bien.
- Lo sé.
Ella asintió levemente, pensativa.
- Todos tenemos nuestras cargas. Por algo todo permanece abierto de noche, sobre todo los bares. Cuanto más viejos somos, más dolor llevamos a cuestas. Y, no importa lo que hagamos, es imposible olvidar nuestro sufrimiento cuando la luna reina en el cielo y no hay nada con lo que podamos ocuparnos - volvió a asentir, como para sí misma -. Conozco a una sílfide, creo que tú también: Medialuna. Prepara buenos somníferos.
- La visitaré. Gracias.
- Ve a hacer tu trabajo. Te ayudará - sonrió sin abrir los labios; una sonrisa oscura, pero cálida.
Axtah asintió antes de darse la vuelta y subir por las escaleras sin hacer ningún ruido, rumbo a la sala desde donde se controlaban todas las cámaras.
Una vez allí, miró a su alrededor hasta encontrar las pantallas que reflejaban el atrio del edificio en ese momento. Tras un rato investigando cómo acceder a lo que ya se había grabado, procedió a hacer lo que le había prometido a la mercenaria.
Justo cuando los vídeos estaban a punto de eliminarse definitivamente, sintió una presencia a sus espaldas.
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Ciudad de Sangre
Fantasy"Él no es tu enemigo. Tú lo eres." Asteria es una humana, vendida por su familia a un burdel de niña, que intenta encontrar un camino hacia su libertad en un mundo lleno de criaturas infinitamente más poderosas que ella. Lo que empieza como una odi...