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- Te voy a echar de menos, angelote. Te voy a echar mucho de menos. La voz de Asteria se repetía una y otra vez en su mente. No sabía exactamente cuánto tiempo había pasado desde que se lo había dicho, solo sabía que antes estaba navegando a la deriva en la oscuridad y, cuando la escuchó, el puerto que era la Vida se iluminó con el fuego que corría por las venas de la humana extraña.

Para su desgracia, la pequeña balsa en la que se movía en el mar que había entre la vida y la muerte se había hundido hacía ya un tiempo y sus brazos cada vez estaban más y más cansados de nadar. Por mucho que se esforzara, parecía que no podía llegar al embarcadero al que se dirigía. El silencio del lugar se colaba por sus entrañas y le hacía sentirse cada vez más débil e indefenso, cuando desde siempre aquello le hacía sentirse más relajado y en paz. Aquel silencio era demasiado extraño, demasiado muerto. Reprimió un escalofrío y se esforzó por continuar.

En el fondo de esas oscuras aguas, de pronto, vio un reflejo plateado. Sin dudar casi ni por un instante, se acercó para ver qué era lo que lo producía. Al fondo, muy al fondo del agua, descansaba el colgante en forma de medialuna de Asteria. No pudo evitarlo y cogió aire y se sumergió para recogerlo. Pero por mucho que se hundiera en las profundidades de ese agua oscura y turbulenta, nunca llegaba a alcanzarlo del todo. El aire se iba de su cuerpo con rapidez y, por eso, Aliah no dudó en volver a subir a la superficie a recargar sus pulmones. Rompió el agua y aspiró con fuerza, intentando llenarlos lo máximo posible de oxígeno.

Cuando miró hacia abajo de nuevo, en vez del colgante plateado se encontró con Asteria, hundiéndose más y más en las profundidades de aquel mar traicionero. Al ver aquello supo, casi sin ninguna duda, que no era más que un truco para hacer que nunca llegara al puerto de la Vida. Pero su cuerpo traicionó a su mente, su corazón a su cerebro y, así, volvió a sumergirse para tratar de llegar a la humana, pese a saber que lo más probable era que no estuviera allí de verdad.

Pero... ¿y si estuviera?¿Y si no fuese un truco?¿Y si de verdad se estaba hundiendo, se estaba muriendo, estaba perdiendo su vida por intentar salvarle a él?¿Y si...?

Demasiados "¿y si...?" como para no caer en la trampa del agua de la Muerte. Porque, ¿y si no estaba alucinando?

Bajaba y bajaba y bajaba y bajaba y seguía bajando en pos de Asteria, mientras el oxígeno  iba desapareciendo de sus venas, arterias, bronquios, bronquiolos, alvéolos y pulmones; la humana cada vez más y más lejos. Sus dedos casi rozaban los de ella cuando unos brazos le abrazaron por la espalda, un cuerpo delgado y atlético en medio de sus mojadas alas. Giró su cara para ver quién era, ¿sería ya la Muerte, que había venido a recogerle?

Pero no era así.

La misma Asteria estaba allí, sus ojos refulgiendo como dos soles al atardecer, reflejando todo el fuego de su alma; su cabello negro bailaba a su alrededor, moviéndose con la gracia de las llamas, un destello dorado rodeando sus puntas, una estela anaranjada a su alrededor. 

Aliah se quedó paralizado, no porque supiera que esta Asteria sí era real, sino porque jamás había visto un aura tan brillante como la de ella, tan llena de luz y, a la vez, de oscuridad, llena de fuego y cenizas. 

La humana, aún agarrándole por la cintura, nadaba hacia arriba demostrando sus grandes dotes de nadadora. Los músculos de sus brazos se contraían y se flexionaban a una, sus piernas se movían en una danza que los impulsaba cada vez más y más rápido. Y él no podía hacer nada excepto observar como le sacaba de allí con una fuerza y una vigorosidad que antes no había podido ver en ella. Tal vez el fuego corría por sus venas, pero, sin dudarlo, el agua era el elemento en el que más cómoda se sentía.

Aliah se dejó arrastrar a la superficie por ella, admirando el contorno de su rostro rodeado de pequeñas burbujitas de oxígeno. Cuando, al fin, rompieron el agua para salir al aire, ella le siguió sujetando, como si, de alguna manera, no llegase a creerse que ella podía salvarle a él, que una humana podía salvar a un ángel. 

- Asteria - la voz de Aliah fue solo un ronco susurro que él pensó que ella no podría haberle escuchado, pero la cabeza de la humana extraña se giró y clavó sus ojos azules en los pozos negros de él.

- Angelote... ¿Por qué ibas tras una simple ilusión?

- Porque la ilusión... la ilusión eras tú -. Intentó no sonar demasiado vulnerable, pero su indecisión terminó por hacerlo imposible.

- ¿Y por qué fuiste detrás de mí? Deberías haber sabido que no podía ser real.

- Pero, ¿y si lo fuese? - Replicó el ángel. Aliah pudo ver en el rostro de Asteria que esta iba a contestarle, que iba a regañarle por haber hecho lo que había hecho.

- Yo también lo habría hecho - admitió la humana, bajando sus brillantes ojos azules.

- ¿Por qué? - Aliah le preguntó, siendo consciente de cuál era su propia respuesta, de cuál era la de la humana con toda probabilidad. Pero necesitaba asegurarse. Necesitaba saber.

- Por lo mismo que tú - susurró ella, todavía evitando la profunda y oscura mirada del ángel.

- Dímelo - le rogó, sus ojos negros clavados profundamente en su rostro.

- Porque, en el fondo, no soportaría perderte. Porque aunque siempre diga que eres un grano en el culo, en realidad eres la única persona que me deja expresarme, expresar todo mi yo. Sin juzgarme. Porque, en el fondo, somos lo mismo.

Algo se retorció en las entrañas de Aliah al escucharlo, al escuchar aquella declaración y, casi sin saber qué era lo que estaba haciendo, acercó sus labios a los de Asteria, rozándolos en busca del permiso de la humana para poder darles todo su ser, para poder beber de ella como si fuese su vida, su destino, su única fuente de agua. Ella no se apartó sino que subió sus ojos azules hasta los de él, una chispa de miedo pero también de anhelo brillando en ellos. Luego los bajó lentamente hasta los labios de Aliah.

Él ya no pudo más, incrustó su boca en la de ella, pegó su cuerpo mojado al suyo propio, su mano subió por la espalda de la chica hasta su cabello negro obsidiana y lo agarró con fuerza, su otra mano en la cintura de Asteria. Ella se aferraba con fuerza a su cadera, como si no quisiese separarse de él jamás, como si tuviese miedo de que, al hacerlo, descubriese que Aliah no era más que una ilusión.  La visión del ángel se emborronó hasta que toda ella se llenó luz, luz pura, blanca y cegadora. 


Cuando pudo volver a ver, se encontraba en una habitación blanca con una única cama en la que estaba él y, al lado, un sillón que tenía las marcas de que no hacía mucho alguien había estado sentado ahí. Se arrancó las sábanas de un tirón. Asteria no estaba por ninguna parte. Tenía que encontrarla

En su antebrazo llegó a distinguir una vía intravenosa y se la sacó sin mirar siquiera. Tenía que saber si ella había vuelto al mundo real o se había quedado allí por él. Tenía que encontrarla

Se levantó de un salto de la cama, solo llevando el típico camisón largo de los hospitales y recorrió la habitación, un leve mareo haciéndole tambalearse y casi caer en varias ocasiones. Abrió la puerta de un tirón y recorrió con rapidez el largo pasillo blanco que  había delante de él. Tenía que encontrarla. 

Ahuecó las alas con irritación y avanzó por el corredor, sabía que ella no estaba detrás de ninguna de esas puertas. Pasó de largo de algunas bifurcaciones, de alguna manera podía sentir la energía de la humana extraña latiendo en su interior. Se paró delante de una puerta, tan blanca como todo lo demás y la abrió. Tenía que encontrarla.

Justo detrás de ella estaba Asteria, parecía que justo iba abrir la puerta y, al principio, parecía sorprendida pero cuando lo vio se paró en seco y subió sus preciosos ojos eléctricos hasta él. Ambos se perdieron en una mirada intensa y sin fin, ambos ignorando las miradas de Ragn y los hermanos de ella clavados en ellos.

Porque por un momento, no existía nada excepto ellos: un ángel cuyo padre había permitido que lo criaran en una celda, una humana cuya familia la había vendido y obligado a prostituirse. Porque en el fondo, siempre habían sido iguales.

Ciudad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora