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El frío la envolvía, entumeciendo sus ya heladas alas. Las sacudió con cansancio mientras andaba entre la espesa nieve de la montaña en la que se había parado a hacer un descanso. Pronto llegaría a Ciudad de Sangre y, cuando lo hiciera, tendría que seguir manteniendo su fachada de niña estúpida y mimada, cuando en realidad, no era ninguna de esas cosas. Pero al parecerlo, no la tomaban en serio, no la consideraban la amenaza que ella en sí era. Ilusos.

Se agachó y acarició con su escarchados, largos y delicados dedos la nieve del monte en el que estaba. Recordaba cómo hacía no tanto tiempo atrás, había estado cubierto por completo de sangre y de soldados ángeles congelados por culpa del frío que la azotaba ahora a ella. Recordaba haber estado allí, viendo, sin poder hacer absolutamente nada, cómo su gente caía. Del otro bando murieron muchos también, pero esos no le importaban ni lo más mínimo. En aquel monte, había tenido que presenciar cómo asesinaban a sangre fría a su madre por proteger a su padre, cómo él la había escondido de los ojos de sus enemigos para que no le hicieran daño, llevándose una cicatriz que le cruzaba el ojo derecho. Al final, ninguno de los dos bandos había ganado, pero a los ángeles y arcángeles que se rebelaron contra los suyos los transformaron en demonios y Demonios Mayores respectivamente. Estos últimos se quedaron con el control de medio mundo mientras los arcángeles con el del otro medio. Seguía habiendo disputas entre ellos muy a menudo, demasiado a menudo, pero ninguna tan seria como aquella.

Cerró los ojos y dejó que el frío azote del viento la envolviera, la helaba por dentro pero conseguía hacerla sentir en casa. En esa casa donde ella solo había vivido sus cinco primeros años con sus dos padres. Esa casa que le habían arrebatado. Esa casa por la que buscaba venganza. Pero su venganza empezaba por una loca alegría estúpida, no por ningún arma, aunque terminaría con una, de eso estaba segura.

Volvió a alzar el vuelo, rompiendo el aire con sus grandes y poderosas alas blancas de arcángel, porque sí, ella era una arcángel. La arcángel Gabriel; el nombre era de hombre, pero a ella no le importaba en absoluto, porque el apelativo cariñoso que su madre le dedicaba le encantaba y, apelando a su locura, hacía que todo el mundo le llamara así: Gab. Gab, lo último que dijo su madre antes de morir. Gab, lo último que dijo su padre antes de dejarla ir, de abandonarla precisamente para que pudiera tener un futuro. Porque por muy arcángel que fuera... sus padres habían sido rebeldes.

Gab nunca hubiera imaginado que algún día pisaría Ciudad de Sangre, llamada así porque el día de la Batalla Final de la Rebelión sus calles se tiñeron de rojo por la sangre de los ángeles que peleaban encima suya. Tampoco se hubiera imaginado que, de entre todos los arcángeles, unos cincuenta y cuatro, Raziel la invitaría a ella para la Asamblea Anual. Todos estaban obligados a hacer ir a otro arcángel, por mucho que no les apeteciera a ninguno de los dos. 

Pudo ver desde lo alto la maraña de calles, callejones, plazas, plazoletas, avenidas y alamedas en un extraño, laberíntico e intrincado dibujo que era la ciudad a la que se dirigía. Veía también pequeñas motitas grises, blancas, negras y de colorines que eran todos los subordinados de Raziel, todas aquellas criaturas que, si las cosas fueran a ponerse feas, podrían acabar siendo víctimas colaterales. Una pena por ellos.

Acercó sus alas a su cuerpo, dejándose caer desde el cielo directa a la ciudad, ¿dónde caería? No tenía ni la más remota idea. ¿Le importaba? En absoluto. Escuchó cómo partía el aire mientras descendía, deleitándose en aquel sonido que le inundaba sus tímpanos y su mente, dejando a sus oscuros pensamientos fuera de combate. Pocas cosas podían hacer de verdad sonreír a Gab y aquello era una de ellas. 

Poco antes de acabar estrellada contra el suelo, batió sus alas un par de veces, estabilizándose. Con suaves pasos, aterrizó en mitad de una avenida llena de gente, pero que llevaba directamente al edificio donde vivía y trabajaba Raziel. La gente de la calle se paró a observarla con curiosidad, notando la gran cantidad de poder que emanaba. Ella ignoró todos aquellos ojos curiosos y, poniendo su mejor alocada sonrisa, empezó a andar fingiendo alegría hacia su destino. 

Las puertas de cristal se alzaban ante ella, brillantes. Pero no tan brillantes como el hielo del que estaba hecha su "casa", en Ciudad de Escarcha, donde el frío era totalmente insoportable y la nieve no se derretía ni en los más calurosos días de verano, cuando las temperaturas ascendían, como mucho, a menos diez grados. A pesar de que nunca la había considerado como su hogar, Gab se sorprendió echando de menos su ciudad. Sacudió la cabeza y abrió las puertas, dispuesta a seguir con su actuación. 

La sala que había detrás del portón era muy alta y espaciosa. El suelo estaba hecho con mármol blanco, pero sin ninguna raya negra u oscura en él. Unas elegantes y amplias escaleras del mismo material se abrían al otro lado de la sala. Dos grupos de soldados ángeles estaban dispuestos a los dos lados de la sala, dejando un pasillo para ella, sin embargo, estos estaban hablando tranquilamente, mezclados entre ellos y Gab pudo escuchar alguna que otra risa. En cuanto se dieron cuenta de su presencia, todos ellos se estiraron y se colocaron en su sitio ante la mirada divertida de la arcángel. Desde luego, Raziel tenía que fijarse más en cómo eran sus súbditos cuando él no estaba presente. 

- Arcángel Gabriel - un ángel de cabello rubio hasta los hombros y ojos claros pero de un color indefinido, entre el azul, el gris y el castaño muy claro, avanzó hasta ella, inclinando la cabeza en señal de respeto. Gab recordaba haberle visto anteriormente riendo como un loco con otros ángeles -. Soy el comandante Axtah Nívf de la Guardia de Raziel, en este momento mi señor se encuentra ocupado en una reunión importante con los líderes de las razas de la ciudad. Estoy aquí para escoltarle hasta sus aposentos. Raziel se reunirá con usted en cuanto termine la junta.

- Gracias por la información - respondió ella despreocupadamente con una sonrisa entre sus labios. Aliviada, en el fondo, de poder contar con un momento para ella sola antes de conocer en persona al arcángel, tenía una horrible sensación desde que él la había escogido a ella para su Asamblea Anual.

Ciudad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora