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Apenas abrió los ojos, una luz fluorescente le obligó a cerrarlos. Al no ser capaz de utilizar la vista, agudizó sus sentidos; sin embargo, no llegaba a captar nada de lo que dos mujeres estaban hablando cerca suya, culpa de un irritante pitido en su cabeza que no callaba. Intentó moverse, pero en el momento en el que intentó arrastrar una de sus manos hacia arriba una explosión de dolor abrasador explotó haciendo que ahogase un grito. 

Escuchó voces, gritos y llamadas pese a seguir sin comprender ni una sola maldita palabra. Volvió a intentar abrir los ojos y esta vez consiguió mantenerlos abiertos apenas un instante, en el que vio la cara de una mujer que le resultaba muy familiar. Su cabello era negro y estaba sujeto en una coleta alta que estiraba todas las facciones de su pálido rostro. Sus ojos dorados, del color del oro líquido, fue en lo que se fijó más, casi hipnotizándola con su exotismo. Vio cómo ella le decía algo y notó su mano acariciando su brazo con suavidad antes de sentir el pinchazo de una jeringa clavándose en el lateral de su cuello.

La oscuridad la envolvió y Asteria se dejó llevar por la paz que esta le prometía.


Se sentía flotando, volando en medio de una negrura insondable, en la que no podía ver nada excepto a ella misma. Surcó aquella dimensión, disfrutando de la calma, del silencio y de la falta de dolor que le brindaba. 

No sabía cuanto tiempo había estado en aquella neblina, en aquel lugar solo apto para almas perdidas cuando vio a una mujer atravesándola para llegar hasta ella. Desde lejos pudo darse cuenta de que, pese a estar segura de que nunca la había visto antes le era dolorosamente familiar. Su cabello blanco como la nieve estaba recogido en una coleta apretada y sus ojos grises, del mismo color que la plata carbonizada, habían sido pintados con una sombra negra. Asteria no pudo evitar fijarse en una extraña marca que la mujer tenía en la frente, justo entre sus dos ojos, una luna creciente.

- Asteria... - La extraña fue la primera en hablar, colocándose enfrente de ella con elegancia. Su voz era dulce y sofisticada, enmascarando un dolor, una tristeza y una melancolía que superaba todo aquello por lo que ella misma había sufrido.

- ¿Quién eres tú?

- Mi nombre es Luna y soy una de tus numerosos ancestros. Tú, cariño, eres a la vez mi hija y mi descendiente número trescientos setenta y seis. Tu alma es la misma que la de mi niña, igual que el alma de tu gemela es la misma que la de mi otra niña.

- ¿Qué haces aquí? ¿Estoy muerta? ¿Es por eso por lo que estoy hablando contigo? ¿Qué ha pasado? ¿Qué quieres decir?

- No. No estás muerta. Solo estás en una dimensión aparte, creo que tus amigos tuvieron que inducirte a un coma para que pudieras sobrevivir.

- Eso... eso sigue sin explicar absolutamente nada.

- Lo sé, cariño, lo sé - tras una pausa, la desconocida volvió a hablar -. Tu colgante, el Medallón Medialuna, ¿lo sigues teniendo?

- Sí. Creo. Lo estaban buscando, mis hermanos lo estaban buscando.

- Esos no eran tus hermanos.

- Sabré yo quiénes son mis hermanos, ¿no?

- Tus hermanos están muertos.

- Espero que Aliah y Ragn los hayan hecho sufrir antes de hacerlo.

- Los que preguntaban por el medallón eran metamorfos.

- ¿Qué?

- Todos ellos eran metamorfos. Tus padres, tus hermanos y tus hermanas, Ellen. Todos ellos fueron asesinados cuando tenías ocho años, una noche. La noche de antes de que te mandarán a la Ciudad. 

Ciudad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora