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Las nubes quedaban ya muy por debajo de él cuando se detuvo a descansar en una piedra. En ese preciso momento, un dolor lacerante le atravesó la columna vertebral, haciendo que casi perdiera el equilibrio y se cayera por el barranco. Apretando fuerte la mandíbula, respiró profundamente para recobrar el aliento. Todavía no podía creerse que los arcángeles pudieran obligar a hacer lo que quisieran a la gente con la que se acostaban y hacerles sufrir si no lo hacían de inmediato. Levantó el vuelo de nuevo y siguió su recorrido hasta la cima del Monte Sangriento. 

A pesar de estar yendo a hacer lo que Gabriel le había ordenado, Axtah podía sentir una leve molestia en el nacimiento de sus alas mediante las movía, cosa que solo hacía que tuviera que avanzar más lentamente. El viento helado lo sacudía con fuerza y lo arrastraba de un lugar a otro; grandes nubes negras empezaban a congregarse en el horizonte, siendo arrastradas hasta donde estaba por el vendaval. Siguió luchando contra la fuerte corriente del aire hasta que, al fin, consiguió posarse en la cima de la montañita de más de nueve mil metros de altura.

No pudo evitar ponerse a temblar de frío estando allí encima, casi un kilómetro por encima de Ciudad de Sangre. Se agachó y cogió un poco de nieve, que guardó en una botella refrigerante que luego tendría que darle a la arcángelita de mierda. Gruñó con un odio antes desconocido para él, más fuerte de lo que normalmente se le habría ocurrido, pero estando donde estaba, sabía que era imposible que alguien lo hubiera escuchado. Ni siquiera había cámaras en ese maldito lugar. 

Volvió a alzar el vuelo y se perdió entre las nubes grises de debajo de la cima. Atravesó la fría neblina con más lentitud de la que le habría gustado para no chocarse con ningún otro animal o pico sobresaliente de la montaña. Siguió dirigiéndose hacia abajo, abajo, abajo, cada vez más hasta salir de debajo de las acuosas nubes. Solo para que le cayera una manta de agua encima. Genial. Simplemente genial.

Batió las alas con ímpetu, intentando llegar a la ciudad, donde podría resguardarse de la lluvia y secarse las plumas, tan llenas de agua que hacían que volar resultara incluso más difícil. Protestó entre dientes y maldijo a Yuel por haber permitido que su elemento se desatara con él debajo. Puso los ojos en blanco y siguió su camino, de nada servía quejarse; además, no quería terminar siendo igual de quejica que Aliah. Mientras sobrevolaba Ciudad de Sangre, respiró hondo, intentando calmarse pero lo único que consiguió fue aspirar algunas gotas por la nariz, cosa que solo logró enfurecerlo aún más. 

Aterrizó en la primera calle que encontró y se refugió en un pequeño soportal. Dejó caer todo su peso en una de las columna y cerró los ojos, casi como si esperara que el Incidente del demonio -Gab- no hubiera llegado a pasar, como si todo aquello solo fuera una pesadilla.

- Tengo a un ángel que me sirve, sí... No puede evitarlo... Hmm, sí. Es el comandante de la Guardia, ¿por qué?... Eso no tendría sentido... Si tú lo dices... Como que creo que me lo voy pasar por un sitio que no quieres saber... Por supuesto - solo cuando la oscura risa de la arcángel inundó sus oídos, a pesar de sonar amortiguada, supo que esa pesadilla sí que era cierta y que Gabriel se encontraba justo en la casa a la que el soportal en el que estaba apoyado pertenecía. 

Su mente se debatió entre varias opciones. Uno, largarse de allí antes de que ella se diera cuenta de su presencia. Dos, entrar en la casa y destruirle su "fiesta". Tres, quedarse allí y esperar a que saliera, darle la maldita nieve de la cima del Monte Sangriento y pirarse sin mirar atrás.

La número tres le gustaba más. 

Se recostó contra la columna, en una posición calculada para que la lluvia no mojara sus alas pero pudiera estar vigilando sin descanso la puerta. La escuchó hablando con otra persona, de voz grave, fría y cortante. No llegó a entender del todo la conversación pero sí algunas palabras sueltas, como por ejemplo el hecho de que la arcángel hablaba con alguien llamado Tynan. Ese nombre le sonaba. Mucho. Entrecerró los ojos mientras intentaba exigirle a su mente que llegara a la conclusión de quién podía ser ese extraño que se encontraba haciendo planes con ese monstruo de alas blancas. 

La puerta de madera desvencijada se abrió cuidadosamente momentos después. Pudo notar la mirada de la arcángel recorriéndole, preguntándose en su mente qué mierda hacía él allí. No pudo evitar que sus labios formaran una sonrisa.

- Señora - el ironía fue demasiado evidente esta vez -, su nieve - le tendió la botellita mientras le hacía una sarcástica reverencia.

Fue a alzar el vuelo pero la mano de Gabriel le detuvo.

- ¿Cuánto tiempo llevas ahí?

- Un rato.

- ¿Has escuchado algo?

- Algo.

- ¿Qué has escuchado?

- Palabras - Axtah no pudo evitar sonreír al ver como la máscara de indiferencia de la arcángel se rompía por culpa de su respuesta. Durante un instante, un fugaz instante, vio cómo sus ojos brillaban de una rabia primitiva y animal, cómo apretaba la mandíbula tan fuerte que debía de haberse roto algún diente y cómo su nariz se arrugaba en una expresión de puro odio. 

- ¿Qué palabras?

- No estoy seguro, he escuchado bastantes.

- No puedes haber escuchado lo de la profecía, eso lo hablamos estando en el subsuelo. Cuando llegamos a esa habitación estábamos hablando de cómo hacer que no descubrieran que todos los crímenes que voy a cometer los he hecho yo. Es imposible que lo de antes lo hayas escuchado, es imposible que lo de antes lo hayas escuchado, es imposible que lo de antes lo hayas escuchado - murmuró más para sí misma que para el comandante. 

- Así que hablabas de convertirte en una criminal por diversión con la ayuda del Rey de las Sombras - ya se acordaba de qué le sonaba el nombre de Tynan.

- No te importa. Y de todas maneras no puedes hablarle de esto a nadie. Ya sabes lo que soy capaz de hacer.

- Sí, lo sé. 

- Bien... Bien, bien... - los ojos de la arcángel estaban desenfocados, como si en realidad se encontrara en otro lugar - bien... Sí, eso haré -  las comisuras de sus labios se alzaron hacia arriba, en un gesto espeluznante.

- ¿Podría irme ya... señora? - Añadió el título como si no fuera más que un insulto. 

La mano de Gabriel soltó su brazo, fue entonces cuando él se dio cuenta de lo fría que tenía la piel. No se paró a pensar en mucho más, sino que se volvió a perder debajo de la lluvia, de vuelta a su habitación. De vuelta a Handah, a Kiedraw, a Aliah. De vuelta a algo que le trajera un poco de normalidad, un poco de la normalidad en la que vivía antes de que la arcángel de Ciudad de Escarcha llegara para joder su vida. 

Ciudad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora