Despertó con la luz de la luna bañando su cama, Raziel la había colocado en una habitación aparte pero ella se había encargado de ponerla en la enorme sala de estar. A su lado estaba Kiedraw, todavía dormida, tapada por la sábana blanca que no cumplía bien el propósito de cubrirla. Se levantó del lecho y se acercó al gran ventanal, miró la ciudad que se abría delante suya, al contrario que en Ciudad de Escarcha, mucha gente seguía estando en las calles, la mayoría completamente borracha. Suspiró, si le hubieran dicho que echaría de menos su ciudad antes de llegar a Ciudad de Sangre, los hubiera tildado de locos, pero allí estaba. Extrañaba el frío hielo que cubría todos los edificios de la ciudad, la escarcha que recubría las olas del mar todavía en una silenciosa y quieta tormenta. Cerró los ojos y dejó que sus manos transmitieran parte de su frialdad a la cornisa de la ventana, la cual se congeló de inmediato.
Suspiró intentando alejar de ella sus pensamientos pero el rostro de su madre aparecía una y otra y otra vez. Salió de su habitación sin siquiera darse cuenta de su completa desnudez, pero tampoco es que hubiera gente por allí cerca para verla y, si lo hacían, tampoco es que a Gab le importara.
Los pasillos de mármol y cristal estaban fríos y silenciosos, de esas dos cualidades solo le gustaba una pero, por primera vez después de mucho tiempo, se dejó disfrutar de algo que no fuera un aplastante ruido o los gritos de placer de alguna otra persona durante la noche. Ni ella supo cómo, llegó a tranquilizarse solo paseando por allí y regresó de inmediato a su habitación.
Se vistió, solo con una simple túnica blanca y azul hielo y volvió a salir de sus aposentos. Esta vez sí que se permitió disfrutar de la agradable brisa fresca que recorría las calles de Ciudad de Sangre. Movió sus alas para desentumecerlas por estar siempre en aquella posición tan incómoda pero necesaria, debía de estar siempre alerta, sabía que le quedaba poco tiempo antes de que se descubrieran quiénes era sus padres y qué era lo que planeaba hacer.
Recorrió los callejones más oscuros y fríos que encontró y, cuando llegó a una pequeña plazoleta con una fuente en la que el agua salía sin hacer ruido alguno, no pudo evitar congelarla por completo. Se dejó caer con un suspiro y acomodó su espalda en la estructura, ahora de hielo, de la fuente.
Despertó al sentir unos ojos lascivos analizándola. Solo abrió unos milímetros sus párpados, para poder ver quién era y si podía encargarse de él o no. Era un elfo, llevaba una camiseta negra bastante corta y unos pantalones de cuero marrón llenos de sangre, no consiguió mirar su rostro entre sus rubias pestañas.
- ¿Qué tenemos aquí...? - Hizo una pausa dramática en sus susurros -. ¿Un ángel?
- Te has equivocado de persona, compañero - Gab no pudo evitar responderle con una voz varias octavas más graves. Esto era justo lo que necesitaba: deleitarse con el sufrimiento y muerte de algún estúpido que hubiera caído entre sus redes. Sonrió, por primera vez en mucho tiempo, sin esconder su propia maldad.
Convocó al hielo, su fiel compañero, que llegó de inmediato creando una pared donde no había y un techo, todo ello específicamente para que nadie pudiera escuchar nada de lo que iba a suceder ahí. Se levantó con su acostumbrada gracia y dejó que toda su oscuridad se reflejara en sus ojos azules, que brillaron más que nunca antes de transformarse en cómo eran de verdad: dos pozos sin fondo más negros que la noche más oscura, todo era negro, desde la pupila hasta la esclerótica. Vio como el elfo se echaba para atrás y chocaba contra el hielo y eso solo la hizo sonreír más. Gab casi se había olvidado lo bien que se sentía el miedo de sus víctimas.
- ¿Cuál es tu nombre... compañero? - Su voz sonó casi como un ronroneo, un ronroneo que solo traía dolor, desgracias, sufrimiento y muerte -. Oh... no seas tímido, dímelo.
Lo vio tragar saliva con temor mientras intentaba alejarse de ella, cosa que no podía. Ya no. Ni siquiera los Demonios Mayores podrían escapar de ella si quisiera, tenían suerte de tenerla en su bando, aunque todavía no supieran siquiera de su existencia. Sonrió mostrando sus dientes blancos.
- Vamos, compañero, dilo. Simplemente quiero saber a quién voy a matar para que no le echen las culpas a otro por mis acciones - se rio con una risa hueca y fría, tanto o más como su hielo -. Aunque ahora que lo pienso... eso exactamente lo que voy a hacer.
Su risa volvió a llenar la habitación de hielo que ella misma había creado mientras el elfo miraba a todas partes intentando encontrar una vía de escape. Estúpido... No había ninguna, Gab ya se había asegurado de ello hacía tiempo.
- Te lo voy a decir solo una vez más: ¿Cuál es tu maldito nombre?
Hizo crecer una estaca de hielo que se acercó demasiado al cuello de su víctima, para que pensara que con decirle lo que quería podría vivir. Iluso... Ya había visto su ser más oscuro y todavía necesitaba que la gente pensara que era una arcángel luminosa, loca, mimada y bondadosa; un montón de porquerías que ni quería ni era.
- Hiut, príncipe de los Elfos de Ciudad de Sangre.
- Ohhh, así que ahora alardeas... No es que te vaya a servir de mucho el título, porque vas a morir como el bicho insignificante que eres - no pudo evitar que otra de sus risas verdaderas saliera desde lo más profundo de su garganta.
Le mostró sus dos manos, sobre la izquierda brillaba un trozo de hielo y sobre la derecha, una llama. Sonrió descaradamente al ver cómo sus pupilas se dilataban de terror al comprender que su agresora tenía poderes de ángel y de demonio y, que además, esos eran los dos elementos más contradictorios.
Gab hizo una soga de hielo que se enrolló en la cintura de Hiut y lo lanzó contra las paredes congeladas de la plazoleta, hasta dejarlo aturdido, pero con suficiente consciencia como para poder gritar y chillar suplicando por una clemencia que no le llegaría. Se rio sola por sus oscuros pensamientos.
Le dio a un trozo de hielo forma de una estaca lo suficientemente afilada como para cortar mejor que una espada. Con ella le cortó las piernas como si de mantequilla se tratasen y se dedicó a observarle mientras gritaba y se desangraba delante suya. No le hizo nada más, sabía que ese tipo de muerte era de las peores, pero todavía le quedaba una pequeña sorpresita para el elfo que decidió molestarla en un momento en el que ya no podía esconder su verdadero rostro, su verdadera oscuridad.
Cuando la muerte empezó a adueñarse del principito de los elfitos, hizo que su fuego prendiera en su cuerpo y observó, encantada, como gritaba hasta que se convirtió en simples cenizas.
Una vez saciada su esencia malvada, descongeló la plaza y la fuente antes de sacudirse la túnica manchada de sangre y salir de allí. Dentro de unas horas había quedado, por fin, con Raziel.
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Ciudad de Sangre
Fantasy"Él no es tu enemigo. Tú lo eres." La Tierra ha sido poblada por otras criaturas aparte de los humanos, siendo estos considerados inferiores a los demás. Todo eso gracias a un medallón en forma de luna que desapareció, de manera que esas criaturas n...