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Tercera parte: esmeraldas y zafiros

1 semana más tarde.

Mañana iba a ser el primer día de trabajo de Niueh después de la operación.

Respiró hondo y volvió repetirlo en su mente: mañana va ser el primer día de trabajo de Niueh después de la operación. Abrió los ojos y observó el espejo empañado de su cuarto de baño. No sabía con exactitud cuánto tiempo había estado con los ojos cerrados pero calculando por la cantidad de tiempo que había estado duchándose con ese agua ardiente diría que unos dos o tres minutos.

Observó su reflejo: sus ojos estaban cansados y rodeados de ojeras, sus cabello rubio recién lavado caía lacio y sin su normal brillo hasta sus escápulas, sus hombros estaban caídos y por culpa de la luz de la habitación era capaz de ver la línea casi imperceptible que atravesaba de arriba a abajo todo su torso, al menos, la luz no era tan buena como para permitirle percibir todas las otras marcas de cortes que se había ganado tanto en alguna trifulca en Ciudad de Sangre como en la ciudad en la que había nacido. Suspiró y se pasó una mano por el pelo, moviéndolo de tal manera que pequeñas gotitas de agua salpicaron el espejo que poco a poco se iba aclarando.

Mañana va a ser el primer día de trabajo de Niueh después de la operación, volvió a repetirse. Mañana va a ser el primer día de trabajo de Niueh después de la operación. Eso era lo único que le mantenía en pie, la certeza de que Niueh estaba bien, estaba a salvo y no iba a permitir que aquella maldita arcángel o cualquier otra criatura le tocara.

Esa última semana había sido horrible. Nadie había sido capaz de encontrar a la princesa de los vampiros, Gabriel había matado ya a otras quince personas en solo cinco noches y todas esas personas eran queridas dentro de la Guardia y, para mejorarlo, los dos arcángeles habían llegado hacía cuatro días y ni siquiera había podido descubrir quiénes eran o que los hubieran presentado. La única otra cosa que tal vez fuese buena era que ya casi habían pasado las dos semanas en las que Aliah tendría que haber estado en la celda del olvido y por tanto ya mismo estaría aquí. Aunque en cuanto pusiera un pie en la ciudad lo iban a meter allí de nuevo. Y él probablemente volvería a huir.

Respiró hondo otra vez y salió del baño, que al ser él el comandante tenía acceso directo a su dormitorio. Echó un vistazo a su habitación, la cama bien hecha al otro lado de esta y encima de ella su arsenal colocado en una estantería de ébano. La ventana se abría en la pared de la derecha, al lado del escritorio, y en ese momento las cortinas blancas estaban echadas, impidiendo a la luz del sol recién salido entrar. La pared izquierda estaba entera llena de estanterías con libros y más armas excepto el espacio suficiente para que la puerta pudiera abrirse. A su izquierda, justo en esa misma pared que separaba el dormitorio del baño estaba el armario empotrado y, a su derecha en el mismo muro, todas sus medallas y condecoraciones colgadas, apelotonadas en ese diminuto espacio.

Avanzó descalzo hasta la cama, donde dejó caer la toalla y procedió a vestirse con el uniforme de la Guardia, que había dejado preparado encima de esta. Estaba terminando de ponerse la chaqueta cuando alguien llamó suavemente a la puerta. Axtah sonrió débilmente.

- Ya mismo salgo, Niueh. Dame un minuto.

Cogió la toalla y la colgó en un perchero al lado de la ventana. Se giró a la derecha y miró de reojo su reflejo en el espejo que podía ver a través de la puerta semicerrada del baño. Suspiró y se dirigió a la puerta. Detrás de esta estaba esperando el semi ángel, los ojos verdes brillantes de Niueh estaban llenos de sombras pero una pequeña sonrisa relucía en su rostro.

- Creía que empezabas a las once, Ax.

- Ya, bueno, hay demasiado trabajo como para poder permitirme eso. ¿Has visto a Kiedraw? Tengo que hablar con ella.

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