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Después de hablar un rato con la humana extraña, que había resultado llamarse Asteria y ser un poco bipolar, habían quedado en que esa noche se verían para robar el medallón de la casa donde ella antes había estado viviendo, por decirlo de alguna manera. Antes de la noche no podían porque él tenía que trabajar y porque sería bastante extraño que un ángel y una humana pasearan tranquilamente por las calles de Ciudad de Sangre. Bueno, eso solo pasaría si se puede calificar como tranquilamente una acalorada discusión, claro. Aliah sabía que no debería desperdiciar una noche suya para buscar un medallón que, por alguna extraña razón, le atraía, cuando debería estar buscando a Rubyx pero en aquel momento le importaba una soberana mierda. Algo dentro suya, que no sabía si era su instinto u otra cosa, le decía que tenían que recuperarlo. ¿Por qué? No tenía ni puta idea. 

El día se le pasó muy lento, demasiado lento. A l fin y al cabo, todos los días eran iguales: ocuparse de las cagadas de sus compañeros en los papeleos de la Guardia o de espionaje pero sin que nadie reconociera su trabajo mientras intentaba deshacerse de todos los que estaban en su piso del rascacielos cristalino, cómo no, tenía que ser de cristal.

Ese día, en vez de volver a pie por los callejones al barracón se fue volando, deseoso por hacer algo que, en teoría, era ilegal. Sabía que no debería estar tan entusiasmado pero no lo podía evitar. Durante su estancia en la sala común y en su habitación se dedicó a eludir a sus compañeros, sabía que se darían cuenta de que algo le pasaba y no quería poner en peligro su misión secreta de buscar un simple medallón que posiblemente no tenía absolutamente nada de especial. Ya lo sabía, sonaba absurdo y, sin embargo, en su mente tenía un perfecto sentido. 

En cuanto el sol empezó a caer y su luz empezó a perderse tras el Monte Sangriento, llamado así por la sangre derramada en la Rebelión y situado a menos de una milla de la ciudad, Aliah salió del barracón y se dirigió al punto de encuentro en el que había quedado con Asteria: una pequeña plazoletilla con una pequeña fuente que ni siquiera él sabía que existía.  

Cuando llegó, la humana ya estaba allí, como era de esperar, pues no tenía nada más que hacer. Al parecer había robado algo de ropa, ya que ahora vestía con unos pantalones cortos negros y una camiseta, también negra, que dejaba ver su ombligo.

- Angelote - lo saludó con una inclinación de cabeza usando aquel apodo que no le hacía ni puñetera gracia.

- No me llames así.

- Aliah, el angelote - repitió el gesto con un asomo de burla en sus ojos azules. 

- Asteria, la gilipollas.

- ¿No recuerdas las normas? La única que insulta soy yo - formó un mohín que le avisó que estaba de broma. Bien por ella. Porque él no pensaba dejar de lado todas sus amadas palabras malsonantes. 

Asintió con pereza, en un intento de decirle que le importaban una mierda sus normas. 

- ¿Y bien? - Le preguntó Asteria -. ¿Cuál es el plan?

- Nos colamos en el recinto, tú nos llevas adondequiera que esté el medallón y salimos.

- ¿Sabes que hay cuatro hadas vigilando?

- Claro que sí.

- Entonces, ¿cómo mierda vamos a colarnos en el recinto sin que se den cuenta?

- ¿Sabes que soy un ángel?

- Solo hay que mirar tus alas.

- ¿Cuánto sabes sobre los ángeles?

- Lo suficiente. 

- ¿Y qué es lo suficiente?

- Tienen alas blancas, se encargan de dominar al resto de criaturas y, a pesar de que antes de que llegarais a este mundo se pensaba que erais la encarnación del bien, soy unos hijos puta. 

Ciudad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora