Sus alas casi no hacían ruido mientras volaba a toda prisa hacia el edificio donde vivía Tynan, en la otra punta de aquella maldita ciudad. Recordaba perfectamente haber salido de ese mismo edificio deseando encontrar el Medallón, tenerlo entre sus manos y romperlo ella misma, destruirlo hasta que ni siquiera quedaran las cenizas. Y, cuando había descubierto que ya no era necesario buscarlo, que ya no era necesario esperar más para encargarse de que todos pagaran por lo que habían hecho todos esos años atrás, le habían dicho que era imposible destruirlo. Había visto las miradas oscuras y atormentadas de su hermano y de la humana y supo sin lugar a dudas, que no mentían. Gente que deseaba quitarse algo así de grande de encima y sabían cómo hacerlo no tenían los ojos tan cargados de aquella férrea convicción de no tener miedo como aquellos brillantes ojos eléctricos de Asteria.
Un grito partió su garganta por la mitad. Por fin tenía algo que ansiaba. Por fin algo que quería sucedía. Y no podía ser. Nunca podía ser. Siempre había algo que le impedía llegar a alcanzar todo lo que en cualquier momento había ansiado, había querido e, incluso, simplemente se había encaprichado. Cuando descubrió que era la Garm no entendía porqué todos decían que era una maldición pero, tal vez, ellos supieran que ser la Garm iba con la maldición de perder todo lo que quieres, a todos por los que alguna vez sintió algo que no fuese desprecio.
Se pegó un manotazo en la cara, rabiosa al descubrir una solitaria lágrima que resbalaba por su mejilla. Ella no lloraba. Ella no podía llorar. No podía. Si lo hacía no podría parar. Si lo hacía rompería el juramento que le había hecho a aquellos Dioses en los que no sabía si creía o no. Y no podía romperlo, si lo hacía le mandarían más sufrimientos, más cosas que tendría que padecer y no quería. No podía. Un poco más y se rompería.
Pero eso nadie podía saberlo. Nadie debía verlo.
Nadie.
Aterrizó con una suavidad que ni ella misma se esperaba bajo el porche de la casa que daba a la vivienda subterránea del Rey de las Sombras. No se molestó en arreglarse ni su vestimenta ni su cabello, ambos medio chamuscados en su lucha contra la Garm antes de abrir la puerta de un tirón y entrar en la casa.
Avanzó por los mismos corredores que la última vez que había estado allí hasta finalmente llegar a la escalera que bajaba a la sala del trono del hada. Respiró hondo una última vez, consciente de que estaba gastando una de los tres favores que Tynan le debía durante doscientos años, consciente de que podría llegar a necesitarlo con mayor urgencia alguna otra vez. Pero consciente de que debía hacer aquello.
Bajó a aquella sala sujetada por columna y aquel trono de hierro, una de las garras de la Garm estrujando su corazón. En la estancia no se veía a nadie pero Gab sabía que probablemente hubiese habido alguien espiándola desde el mismo momento en el que entró en la casa, al fin y al cabo, todas las sombras obedecían al hombre que había venido a ver.
- Buscad a vuestro rey y decidle que Rabia de Hielo quiere hablar con él. Decidle que es urgente - se obligó a sonreír, a no aparentar ningún tipo de emoción.
Apenas tuvo que esperar unos segundos antes de que una pequeña puerta que no había visto antes se abriese y entrase Tynan. Su pelo negro azulado caía húmedo hasta su cintura y vestía solo con unos pantalones largos de lino negro y una casaca del mismo color con remates de zafiros.
- ¿Y que es eso tan urgente de lo que tiene que hablar Rabia de hielo conmigo?
- ¿Recuerdas los tres favores que me debes?
- No se me ocurriría olvidarlos -. Tynan se sentó en su trono, ante ella, con un simple y grácil movimiento.
- Me alegro. Porque vengo a cobrarme uno.

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Ciudad de Sangre
Fantasía"Él no es tu enemigo. Tú lo eres." Asteria es una humana, vendida por su familia a un burdel de niña, que intenta encontrar un camino hacia su libertad en un mundo lleno de criaturas infinitamente más poderosas que ella. Lo que empieza como una odi...