La espada que el comandante sujetaba ante su cuello se clavó justo lo suficiente como para que un fino hilillo de sangre bañase la punta de su espada. Gab se dio la vuelta con lentitud, sin poder esconder la sonrisa que se desplegaba en su rostro. Se acercó al Comandante X y, con una mano, le agarró del cuello.
- No creo que estés preparado para mi juego, Axtah - ronroneó, recalcando su nombre -. Pero si tanto quieres jugar... ¿quién soy yo para impedírtelo?
Una suave risa, demasiado dulce como para ser verdad, surgió de su garganta. Pudo ver como la ira se acrecentaba dentro de él y ni siquiera intentó evitar la sensación de poder que sintió al verlo.
- Esto no es ningún juego.
- Sí que lo es - le rebatió -. Gana el que no muere, ¿o prefieres que gane el que esclavice antes al otro?
- Te voy a matar. Y mientras sientas cómo nada puede salvarte ya de la muerte, sabrás que es por mi culpa. Y no vas a poder hacer absolutamente nada al respecto.
El ángel apretó más la espada contra la nuca de Gab y, con tal de no acabar con la cabeza cercenada, ella se acercó a él. Con su mano todavía situada en el cuello del comandante y una sonrisa en la cara se aproximó más de lo necesario a Axtah. Distinguió la incertidumbre ante lo que estaba haciendo en sus ojos de aquel extraño color turquesa grisáceo y aquello solo hizo que su sonrisa se agrandara.
- Creo que no lo entiendes lo que va a pasar, Ax - utilizó el apodo que había escuchado que Handah había dicho apenas unos minutos antes. El ángel se estremeció casi imperceptiblemente, pero no lo suficiente como para que ella no lo captara -. Lo que va a pasar es que vas a dejarme ir o entraremos en una pequeña batalla para ver quién es el más fuerte de los dos. Y por mucho que digas lo que sea, no te va a gustar cómo yo juego. Porque yo solo me arriesgo si sé que voy a ganar.
- ¿Y crees que yo no? Ya estoy harto de tu mierda, si quieres que sea un juego, que así sea pero yo no lo voy a dar por finalizado hasta que, moribunda, reconozcas que yo soy el ganador porque yo sea la causa de tu puta muerte.
- Entonces empecemos con esto, ¿huh?
Antes de que el ángel pudiera reaccionar, Gab convocó el hielo con la mano que no sujetaba al comandante y que utilizó para hacer que este no se pudiera mover de sitio, congelando sus zapatos al suelo. Sin embargo, cómo él empezó fue algo que la dejó descolocada. Se habría esperado que hubiese intentado decapitarla con esa espada o quitarle la mano del cuello. Se habría esperado incluso que intentara cercenarle algo o tirarla al suelo.
Pero no que reclamara sus labios de aquella manera, con aquella ferocidad, aquella rabia y ese odio. Por un momento se quedó completamente sorprendida que no supo cómo responder a aquello. Sintió los dientes de Axtah morder con suavidad su labio inferior y tirar de este, su lengua invadió su boca y, sin darse cuenta, se encontró devolviéndole el beso con fervor, descargando en este toda su rabia y su odio y toda la presión de ganar aquella guerra solo para poder estar con su familia.
Pero, de pronto, alguien o algo le golpeó en la cabeza y no pudo evitar sumergirse en la oscuridad.
Se despertó con la frialdad del hierro alrededor de su cuello, sus muñecas y tobillos. Gab miró de un lado para otro, pero en aquella profunda oscuridad no llegó a ver absolutamente. Bufó, resignada y no dudó en convocar al fuego. Pequeñas chispas surgieron de sus manos, mostrando que se encontraba en una sala de piedra aparentemente vacía. La cadena que se cerraba en un grillete alrededor de su cuello colgaba del techo más o menos en la mitad de la habitación. Detrás de ella, pudo distinguir una sombra oscura y alada.
- ¿Vas a reconocer al fin que yo soy el ganador, señora? - Cuando habló, Gab distinguió una oscuridad profunda y elemental en la voz del Comandante X.
- ¿Qué mierda me has hecho?
- Distraerte. Pegarte en la cabeza con la empuñadura de la espada y traerte aquí. Has estado inconsciente más de una hora. Aunque fue un buen truco el de congelar la suela de mis zapatos, te olvidaste que podía sacar el pie.
- ¿Preferirías que te los hubiera congelado y nunca hubieses podido moverlos de allí y habrías acabado sin ellos?
- No. Pero que no lo hicieras demuestra que o pensabas que era muy estúpido o no te estabas tomando en serio el... juego, como tú lo llamas. Tal vez sea solo un ángel, pero eso no quita que puedas ganarme en todo siempre.
- Libérame - su tono no admitía réplica.
- ¿Qué tal si lo hago mañana? Ya mismo son las ocho y Handah y yo vamos a recoger a Niueh. No me gustaría que estuvieses cerca de él. Nunca.
Gab cerró los ojos y conectó con su magia, un fuego cuya superficie había sido congelada, y la estiró con tal de que, de alguna manera, llegase a Axtah. Sonrió con lentitud, sabía que a lo siguiente que dijera, el comandante no podría negarse.
- Libérame, Axtah. Ya.
- ¿Cómo... cómo t-te atre-... atreves a... obligarme? - Su voz se veía interrumpida por algún que otro gruñido de dolor y su respiración se había transformado en jadeos por culpa de esta misma razón.
- ¿Cómo te atreviste tú a encadenarme y encerrarme, Comandante X? - Recalcó el apodo que sabía que él aborrecía.
Escuchó algunas cadenas chocar contra sí antes de sentir cómo el grillete de su cuello se soltaba con un pequeño clic. Ella misma se lo terminó de desencajar y lo tiró al suelo antes de enseñarle sus muñecas al ángel para que soltara los que las aprisionaban. Vio cómo lo iba haciendo, a regañadientes, y una vez que sus manos fueron libres se dedicó a liberar sus tobillos.
- Y, ahora, querido comandante - el sarcasmo fue evidente en su voz -, ¿por qué no vas y le preguntas a Raziel si es verdad que van venir dos arcángeles más o no?
- No te atrevas a obligarme.
- No me atreveré. Porque ya me he atrevido - sonrió, con la oscuridad brillando en sus ojos del color del hielo -. Tienes diez minutos para preguntarle antes de que el dolor de verdad empiece, Axtah. Así que corre. Te recomiendo correr.
- Me las pagarás, Gabriel. Me las pagarás.
- Sí, seguro - se río ella misma de su propia ironía.
No esperó respuesta del ángel y abandonó la celda. Subió por la estrecha escalera de caracol mugrienta y oxidada hasta llegar al atrio y, al fin, salir fuera de aquel condenado edificio.
Hora matar de alguien.
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Ciudad de Sangre
Fantasi"Él no es tu enemigo. Tú lo eres." Asteria es una humana, vendida por su familia a un burdel de niña, que intenta encontrar un camino hacia su libertad en un mundo lleno de criaturas infinitamente más poderosas que ella. Lo que empieza como una odi...