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Cuando las luces del amanecer empezaron a asomar por el tragaluz de su habitación, Aliah ya estaba en pie. No es que tuviera mucho que hacer, solo que no era un entusiasta de dormir y, menos, de los sueños. Suponía que era algo normal cuando tu padre te abandona para después intentar hacer una estúpida rebelión contra los que tienen a tu propio hijo. El problema es que la revuelta salió bien, ellos consiguieron independencia y su maldito padre se colocó en la cima de todos ellos a pesar de no haber nacido arcángel, porque sí: su condenado progenitor era Lucifer. Y él tenía que pagar por sus crímenes, porque si su padre hubiera sido un ángel normal él sería el comandante o el general de la Guardia, ni le mirarían mal, ni le darían todos los trabajos sucios. No, a Aliah solo le veían como alguien igual que su procreador. Y lo peor de todo era que no se daban cuenta que con eso solo hacía que se convirtiera en quien ellos temían que fuera. 

Tras una corta ducha con agua hirviendo y vestirse con el uniforme de la Guardia, Aliah salió de su habitación. En la sala contigua, donde se había celebrado la fiesta, seguía habiendo gente tumbada o tirada por el suelo y los sillones, durmiendo. Bufó por lo bajo, aquello era una de las cosas por las que no soportaba las fiestas de Handah. 

La puerta se abrió y, detrás de ella, pudo ver a Axtah, habría tenido turno de noche. El comandante pareció sorprendido al ver el panorama pero a Aliah no le importaba, lo único que sí lo hacía era que le estorbaba para llegar a la puerta. 

- ¿Ha habido fiesta esta noche?

- Sí.

- ¿Por qué?

- Pregúntale a Handah y, ahora, quítate de en medio que tengo que irme al trabajo.

- Aliah, el edificio no abre hasta dentro de dos horas y se empieza a trabajar en tres, ¿tanto se supone que vas a tardar en llegar? Solo está a dos manzanas de aquí; un minuto volando.

- No voy volando.

- Cinco minutos a pie.

- Me gusta irme por los callejones. 

- ¿Diez minutos?

- Me voy ahora, así que apártate. No me gustaría tener que hacerlo yo. 

- Como quieras, yo he tenido una noche muy larga, me voy a la cama.

- Date prisa... Estoy esperaaandooo - Aliah se burló, alargando las vocales de la última palabra al ver que el otro ángel estaba haciendo nadie-sabe-qué sin moverse del sitio. 

- Te vas a la mieeeerdaaaa - Axtah imitó su tono mientras seguía a lo suyo.

- No te preocupes, es justo donde no me estás dejando ir.

- Tu trabajo no es una mierda. Hay mucha gente allí fuera que mataría por tenerlo - empezó a prestarle atención. 

- ¿Y qué te crees que hago yo para tenerlo? - Replicó, sacando a colación su ocupación nocturna, de la que todos intentaban olvidarse.

- Déjalo - Aliah sonrió al escuchar esas palabras del comandante, había conseguido que se rindiera y le dejara irse sin más interrupciones. 

Sabía que trataba cruelmente a todos, incluso a aquellos que todavía no se habían rendido en la ardua tarea de ser sus amigos. Pero... por más que quisiera ser un ángel normal, tener amigos normales, disfrutar de una fiesta normal, tener un trabajo completamente normal, contar con noches normales... No podía, era quien era y no iba a cambiar. Tampoco es que pudiera, pues el jodido arcángel Raziel le había dejado muy claro que si alguna vez cometía algún fallo, por pequeño que fuese, iría a por aquellos que más apreciara. Por eso y porque no sabía cómo ser sino un gruñón insociable, no se permitía el lujo de tratar a alguien de manera especial, aunque sí que le importase de una manera especial. 

Ciudad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora