Gab no podía dormir. En realidad, hacía mucho, mucho tiempo que no podía hacerlo en condiciones. Cada vez que cerraba los ojos veía una y otra vez cómo su madre moría, cómo repetía su nombre antes de dormir, en una plegaria silenciosa para que ella se salvara. Y verlo todas las noches dolía tanto... dolía tanto ver su rostro en un rictus de dolor mientras agonizaba delante de sus ojos de hielo, dolía tanto ver cómo la espada del arcángel Remiel la atravesaba parte a parte y cómo lo único que ella intentaba era mirarla una última vez.
Gab no se sentía como para revivir aquel día, aquel momento, así que decidió salir de su habitación y explorar el edificio. O la ciudad. O ambos. O lo que fuera. Lo único que quería era mantenerse lejos de la zona de combate de sus pesadillas; muy, muy lejos.
Los pasillos solitarios y silenciosos de cristal de todo el edificio en el que estaba no la ayudaban a alejar sus pensamientos de su dolor. Necesitaba ruido, necesitaba gente, necesitaba sangre y muerte, incluso. Le daba igual quién fuera, pero necesitaba encontrarse con alguien. Ya vería qué hacer con él cuando lo tuviera delante.
Casi sin darse cuenta, se encontró saliendo del edificio de Raziel y empezando a caminar por las callejas de Ciudad de Sangre. Solo había luces en las calles importantes de la urbe, cosa que sorprendió a Gab, pero lo que más lo hizo fue no encontrarse a nadie en ninguna avenida ni callejón. La gente que no estaba en sus casas se encontraba dentro de clubs, restaurantes y hoteles pero ninguna, absolutamente ninguna, se atrevía a poner un pie en las vacías aceras y carreteras. Gab observó esto extrañada, y decidida a centrarse en eso, empezó a dar vueltas por la ciudad; durante más de tres horas, la situación no cambió. Poco tiempo después, vio cómo alguna gente empezaba a salir, miedosa, a las calles, y al cabo de varios minutos, había montones y montones de gente paseando entre las avenidas de Ciudad de Sangre. Gab miró aquello desconcertada, pero no le encontraba ninguna razón lógica, por lo que decidió irse de allí antes de que alguien la reconociera y tuviera que fingir su alocado comportamiento de nuevo.
Recorrió las calles tal y como lo había hecho antes y pronto se encontró con el edificio. O, mejor dicho, con dos edificios casi iguales uno junto al otro. Había un rascacielos y un bloque, que aunque era de cristal, se notaba que no era del tipo que le gustaría a Raziel, principalmente por no ser muy alto. Le habían dado habitación en la edificación donde estaba la vivienda del arcángel, así que, obviamente, se dirigió al edificio más bajo. No tenía ni idea de qué podría encontrarse y, sin embargo, aquello era lo más excitante. Y necesitaba hacer uso de una buena exploración para alejar el dolor de los recuerdos que insistían en venir a ella.
Abrió con cuidado, puede que con parsimonia, las dos hojas que formaban el portón de cristal. Ante ella solo había pasillos de mármol blanco y negro y puertas macizas de madera, tal vez de haya, o de roble, o incluso de cerezo. Caminó por él lentamente, ansiosa por saber qué habría tras las puertas, sin embargo, no se atrevió a abrir ninguna. Siguió andando, queriendo descubrir algo más que aquel aplastante silencio que amenazaba con hundirla.
Vio, entonces, con el rabillo del ojo una puerta que no estaba cerrada del todo. Se acercó con cuidado a esta y entró en la sala que se abría delante suya.
Era una habitación pequeña, hecha con piedra pulida gris y normal, no con mármol, solo iluminada por la tenue luz de pequeñas velas colocadas al otro lado de la sala. Tenía unos cuantos bancos de madera, un poco astillada, colocados en un semicírculo alrededor de una mesa, o más bien un altar, que estaba cubierto por una tela blanca que ondeaba por un viento inexistente. El aire que inundaba la sala estaba lleno de incienso o algún otro tipo de aceite aromático o humo fragante, no estaba del todo segura. Los muros, también de piedra, estaban tapados por grandes y frondosas enredaderas y de la unión de las losas de roca del suelo crecía alguna que otra florecilla. En medio de toda aquella humareda, pudo distinguir una figura que se afanaba en hacer algo detrás del altar. Gab se acercó cuidadosamente a ella.
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Ciudad de Sangre
Fantasy"Él no es tu enemigo. Tú lo eres." Asteria es una humana, vendida por su familia a un burdel de niña, que intenta encontrar un camino hacia su libertad en un mundo lleno de criaturas infinitamente más poderosas que ella. Lo que empieza como una odi...