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Segunda parte: obsidiana y amatista

16 horas más tarde.

Las olas se estrellaban con fuerza contra el acantilado, pequeñas gotas de agua le salpicaban con cada golpe y la suave brisa marina movía su largo cabello negro, revitalizando cada parte de su ser. Había echado de menos el mar. Asteria suspiró y se apoyó sobre la motocicleta negra que había robado de los aparcamientos que rodeaban Ciudad de Sangre. Nunca había entendido por qué Raziel no dejaba que los vehículos circulasen dentro de la urbe pero tenía que darle las gracias por ello, así había sido mucho más fácil robar la moto una vez fuera de los muros que rodeaban la metrópoli. 

Se subió en su flamante nueva motocicleta y la arrancó, para después irse entre el camino de hierba aplastada que había dejado al subir al acantilado. Las briznas y espigas le acariciaban el rostro, eran tan altas que desde lejos nadie sería capaz de ver a Asteria atravesando la ladera del despeñadero. La humana se aguantó el grito de felicidad que sentía en su garganta, no podía avisar a la gente de Melmener, su antiguo pueblo, que estaba allí. Los que se vendían, se quedaban en la ciudad, esa era la principal de las normas del poblado.  Dejó aparcado el vehículo en una de las últimas líneas de hierbas para que nadie lo encontrara y saltó al suelo. Atravesó los últimos matojos verdes entre los cuáles había jugado tantas veces al escondite con su hermana gemela Ellen y se adentró en la suave y cálida arena. No tardó en descalzarse y avanzar hasta la orilla del mar embravecido con las botas negras en sus manos. 

Al contacto con el agua, su piel pareció encenderse y una corriente de electricidad le recorrió por dentro. Había echado demasiado de menos el mar. A su alrededor había dispuestas sobre la arena varias redes llenas de peces y había cestas escondidas entre las piedras del acantilado que se alzaba a su derecha con moluscos dentro. La mayoría de la gente de Melmener trabajaba allí cogiendo pescados, crustáceos y sal. Una ola más grande que las demás acabó por mojar a Asteria completamente, a ella no le importó, ni siquiera se apartó del camino de la marea.  Cerró los ojos con fuerza y se imaginó que tenía de nuevo siete años y corría por esos lares, persiguiendo a Ellen mientras ella huía, ambas riéndose como locas. Pero ya tenía diecinueve, ya no era esa niña que, aunque sabía que el mundo era una basura, pensaba que podría afrontarlo con una sonrisa. Se equivocó, había tenido que hacerlo con sangre, odio y dolor. 

- Buenos días - una odiosa voz la sacó de su ensimismamiento.

- Pensaba que Rubyx había dicho que te habían metido en una celda del olvido durante dos semanas, angelote - le respondió sin volverse.

- Y yo pensaba que te había contado que manejo la oscuridad, que puedo hacer que las cámaras no me vean y así poder largarme y volver dentro de dos semanas como si nunca me hubiera ido.

- Así que has decidido acompañarme.

- Era lo único que se me ocurría que podría hacer fuera de Ciudad de Sangre. Así que, sí: te ayudaré a matar a tu familia, si eso es lo que quieres, pero a cambio no serás un grano en el culo las veinticuatro horas al día durante todos los días.

- ¿Y eso cómo se hace?

Aliah no le contestó. Asteria se giró para mirarle y torció la cabeza, esperando su respuesta. 

- No lo sé - respondió al final. La humana sonrió.

- Entonces ya somos dos.

El ángel avanzó hasta colocarse a su lado, fue entonces cuando ella se dio cuenta de que ya no llevaba su acostumbrada armadura gris oscura y mate, sino unos pantalones negros y una camiseta blanca que se pegaba a su torso. Cuando la primera ola llegó, Asteria pudo ver cómo el cuerpo de Aliah se tensaba inconscientemente.

Ciudad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora